La coyuntura y el largo plazo. Sobre los problemas más difíciles de prever. El escenario del Brexit y sus causas, lo que viene después. El lugar de Gran Bretaña. Efectos de la devaluación de la libra y fuerzas en pugna. Aunque finalmente el Brexit captó el voto mayoritario en el Reino Unido, aún falta correr […]
La coyuntura y el largo plazo. Sobre los problemas más difíciles de prever. El escenario del Brexit y sus causas, lo que viene después. El lugar de Gran Bretaña. Efectos de la devaluación de la libra y fuerzas en pugna.
Aunque finalmente el Brexit captó el voto mayoritario en el Reino Unido, aún falta correr mucha agua bajo el puente. Los resultados inmediatos son conocidos: la libra esterlina se desmoronó tocando un mínimo desde 1985 -aunque la apuesta de Soros en 1992 la hizo caer de forma más pronunciada-, las bolsas del mundo registraron un viernes negro y en algunos mercados -como los monetarios o los de acciones bancarias europeas- los precios se movieron más dramáticamente que durante el «crash salvaje» de 2008, según Financial Times. Algo de esto -bastante predecible en caso de un resultado favorable al «Leave»- habíamos anticipado en Petróleo, deudas, Brexit… Los movimientos descendentes continuaron el lunes y ayer las bolsas protagonizaron una toma de ganancias. Es imaginable también que en los próximos días, semanas y quizás meses, continúe una vasta agitación de los «mercados». Y el problema es que cuando hablamos de meses, la coyuntura empieza a mezclarse con el mediano y largo plazo. Es cuando lo obvio y evidente le empieza a dar lugar a lo profundo y más difícil de prever: ¿Qué escenario inaugura el Brexit? ¿En qué medida podría dar lugar a una situación semejante a la caída de Lehman Brothers? La respuesta -quizá más que de costumbre- dista de ser sencilla.
El terreno y los sueños
En primer lugar es necesario reconocer el terreno. El escenario en el que tiene lugar el inicio del proceso de salida del Reino Unido de la Unión Europea es netamente más dramático que aquel en el que se produjo la crisis de 2007 en Estados Unidos y la posterior caída de Lehman a fines de 2008.
El «estancamiento secular» -como lo llaman los neokeynesianos- o dicho de otro modo, un crecimiento débil recargado de estímulos monetarios y tasas de interés históricamente bajas, tendencias deflacionarias, muy baja inversión y productividad estancada -a pesar de los grandes avances tecnológicos- combinado con tensiones financieras constantes, es el formato que adoptó la tenue recuperación pos crisis 2008/9 en los países centrales. Como expresamos en anteriores oportunidades, China -la contratendencia maestra de aquel entonces y pivote «real» de los estímulos financieros en el centro- desarrolló ya suficientes contradicciones internas y externas como para seguir cumpliendo en la actualidad, un rol semejante. La amenaza de una segunda temporada recesiva se desliza sobre la economía mundial.
Y la inclinación por el Brexit con su carga xenofóbica es, como planteamos desde esta columna, parte de la misma película. Junto con otros escenarios de polarización y crisis de los regímenes políticos como el fenómeno Trump y su contrapartida -Sanders- en Estados Unidos, Marine Le Pen y la oleada de huelgas y movilizaciones en Francia, o el crecimiento del movimiento Cinco Estrellas italiano entre varios otros, son consecuencia de ocho años en los que la Gran Recesión fue sucedida por un largo período de estancamiento. Cuestión que empeoró sustantivamente las ya deterioradas condiciones de existencia -en los «buenos» años neoliberales- de amplias franjas obreras en los países centrales. Deslocalización productiva, desindustrialización, crecimiento acelerado de la desigualdad, utilización perversa de la inmigración como mano de obra barata, son todos fenómenos que se arrastraban desde las décadas precedentes. Sin embargo se amplificaron y sus efectos alcanzaron un primer plano debido a la combinación del bajo crecimiento y las grandes limitaciones del acceso al consumo a través del crédito que había prevalecido como atenuante en décadas anteriores. Dicho de otro modo, todas estas condiciones dieron por tierra con el «sueño americano» -entendido genéricamente- en los países centrales.
Brexit ¿y después?
Para que comiencen a correr los dos años que -como mínimo- insume la salida del Reino Unido de la Unión Europea y se negocien las condiciones, el gobierno británico debe invocar el artículo 50 del Tratado de Lisboa, es decir, debe declarar su intención de abandonar la Unión. A pesar de la presión de la UE no está claro aún cuando se formalizará esta declaración y el saliente Cameron habría expresado su intención de dejar la tarea en manos del próximo gobierno que debería conformarse antes de octubre.
Menos claro por ahora es si como resultado de la negociación el Reino Unido seguirá formando parte del mercado único europeo o si intentará alcanzar un acuerdo de libre comercio. Permanecer en el mercado único -opción por la que prenden velas los partidarios internos y externos del Remain- les permitiría a los bancos con sede en Londres -en la City, en particular- mantener el «pasaporte de la Unión Europea», esto es continuar operando en todo el mercado europeo sin restricciones. Una gran cantidad de entidades de todo el mundo como Morgan Stanley, Bank of America, Nomura, Lloyds, Barclays, Citigroup entre muchas otras, están instaladas en la City -en la que trabajan 300.000 personas- por este motivo.
La gran contradicción es que mantener el «pasaporte» implicaría aceptar las reglas de la UE, entre ellas el «libre movimiento de personas» cuando la oposición a este último aspecto resultó el argumento central del triunfo del Leave. Refiriéndose a los efectos del Brexit sobre la economía mundial, dice un artículo de The Economist que mucho depende del tipo de trato comercial que Gran Bretaña pueda negociar con la Unión Europea y de cuán rápido lo haga. Si Gran Bretaña lograra un acuerdo rápido sin demasiadas limitaciones en el acceso al mercado común, las peores derivaciones para la economía mundial podrían no hacerse realidad, señala. En principio, este escenario posible, no parecería el más probable en la opinión de los «mercados», según el semanario.
Pero tampoco puede descartarse una salida bastante más retorcida. El editorialista de Financial Times, Gideon Rachman, recuerda que Boris Johnson -uno de los más prominentes instigadores de la campaña por el Leave- nunca fue un acérrimo «Leaver» y especula con que su objetivo principal habría sido convertirse en Primer Ministro. Rachman recoge las palabras del ultraconservador Johnson cuando hace unos meses decía «Sólo hay una manera de conseguir el cambio que necesitamos y es votar por salir, porque toda la historia de la UE muestra que sólo escuchan a un pueblo cuando dice no». O sea, agregamos, una especie de «golpear para negociar» «a la griega» o mejor dicho «a la Tsipras» pero con bastante mayor poder de fuego. En la visión de Rachman no puede descartarse una negociación en la cual la Unión Europea le conceda al Reino Unido un «freno de emergencia» en materia de libre circulación de personas tras lo cual se convoque un nuevo referéndum por el Remain.
Es inútil desvincular esta posición de la campaña por la permanencia a la que adhiere fervientemente Financial Times, en su carácter de fiel representante del capital financiero, pero no deja de ser una variante posible. Más allá de cual sea finalmente la negociación, la «apretada» de la UE para apurar la salida tiene todo el aspecto de una contraofensiva sobre el punto débil de la contraparte. Veremos.
Volviendo al territorio
Por supuesto, las consecuencias sobre la economía mundial serán muy distintas según el tipo de solución que el asunto alcance. Pero la rueda ya empezó a rodar y lo hace -como se expuso más arriba- sobre terreno barroso. Es cierto que Gran Bretaña a pesar de ser la quinta economía mundial y la segunda de la Unión Europea representa, como señala un artículo de The Economist, el 3,9% de la producción internacional. No pueden por ello compararse los efectos del proceso del Brexit con las eventuales derivaciones de una conmoción similar, por caso, en Estados Unidos o en China. Sin embargo, como también señala el semanario, el asunto tiene lugar en el contexto de crecimiento lento en Estados Unidos y en el marco de grandes preocupaciones sobre la capacidad de China para escapar de la sombra de una montaña de deudas. Además y como también explica The Economist, la economía británica ocupa un lugar preponderante en Europa, es un «consumidor confiable» y un gran centro de «ahorro» del continente. Resulta lo suficientemente grande como para que una muy probable recesión tenga efectos significativos sobre una debilitada economía europea.
Pero por otra parte hay que tener en cuenta que Gran Bretaña representa la segunda plaza financiera del mundo -después de Estados Unidos- y sus bancos resultan los más afectados en este proceso. Asunto que se torna especialmente preocupante no sólo porque hablar de la cuestión bancaria en Gran Bretaña es hablar de la banca internacional sino porque -vale la pena recordar- los bancos personifican en la actualidad un eslabón particularmente débil de la economía mundial como tratamos hace varios meses en Conmoción bancaria y derrumbe petrolero: ¿qué hay detrás?. Es cierto que los «policy makers» y sus banqueros centrales aprendieron mucho desde 2008, como tranquiliza Gillian Tett desde Financial Times. Se trata de un bagaje -agregamos- que se sumó a las «lecciones» recibidas en 1929 en una «escuela» que duró hasta 1945… Pero también es cierto que al lado de las «finanzas» y las medidas monetarias, discurre la economía real. Y que esa economía real -o para decirlo más claro: alguna fuente extraordinaria de ganancias a la que puedan migrar enormes masas de capital fabricadas de manera ficticia en la bolsa y en las instituciones financieras- es condición necesaria para la eficacia relativa de las políticas monetarias.
Esto es lo que -como expresamos en múltiples oportunidades– empezó a fallar por razones que hablan del estado de la «economía real». Cuestión que redunda en que si las medidas monetarias expansivas resultan imposibles de retirar, devienen a la vez una fuente de cada vez mayor inestabilidad. De allí las intenciones fallidas de la Fed de retornar a una «normalidad» imposible. Y de allí también el territorio totalmente desconocido para la teoría económica oficial de las «tasas de interés negativas» que empezaron a explorar Japón, la Eurozona y que -un poco esquizofrénicamente- suele insinuar Janet Yellen.
En este contexto las «lecciones aprendidas», aunque no desdeñables, tienen poco para decir sobre el futuro y el Brexit -dependiendo siempre de la evolución de los acontecimientos, por supuesto- deviene una nueva fuente de alto riesgo.
La profecía
La devaluación de la libra esterlina tiene un efecto doble. Por un lado crea, naturalmente, presiones recesivas internas y puede provocar el desfinanciamiento de los grandes déficits corrientes británicos. Pero por otra parte conlleva la notable potencialidad de provocar los efectos no deseados de una eventual suba de las tasas de interés en Estados Unidos.
La devaluación de la libra genera salida de capitales del Reino Unido y una incertidumbre creciente que estimula la afluencia de los capitales internacionales hacia la plaza relativamente más segura: Estados Unidos. Este mecanismo revalúa el dólar y por doble vía -monetaria y de aversión al riesgo- arrastra a la baja el precio de las materias primas. Los dos aspectos repercuten negativamente sobre los dos puntos más sólidos de la economía «real» norteamericana: exportaciones y petróleo. Como señala Jeff Madrick, en The Nation, la valorización del dólar frente a la libra y el euro, suprime exportaciones norteamericanas provocando recesión en Estados Unidos. Por su parte el sector del shale oil y shale gas, constituye una fuente clave de atracción de la debilitada inversión norteamericana y la caída de los precios -lógicamente- contrae las ganancias y la inversión, como se observó durante los meses en los que el petróleo acumuló su peor caída. La revaluación del dólar asociada a una prolongada devaluación de la libra podría además tener consecuencias en China alentando la salida de capitales que también provocaría una devaluación del yuan y más presión sobre el dólar, empeorando a su vez la situación de las exportaciones del resto de los competidores.
De modo que de continuar la devaluación de la libra, los efectos que la Fed buscó evitar manteniendo las tasas de interés bajas, podrían desarrollarse de todos modos. Pensando un escenario extremo, se trataría del peor de todos: el riesgo financiero de tasas cero combinado con todas las presiones de una suba de tasas.
Por supuesto que como un alza de tasas en este contexto resulta impensable y que incluso una insinuación podría tener efectos muy poco deseados, Janet Yellen guardará su juego del doble mensaje al menos hasta que se tranquilicen las aguas en el Canal de la Mancha.
La indefinición en que se encuentra el futuro del Brexit impide por ahora un pronóstico más o menos acabado sobre como repercutirán efectivamente estos movimientos. De todos modos puede arriesgarse que cuanto más engorrosa, extensa y lejana del «Remain» resulte la resolución de la relación entre el Reino Unido y la UE, la devaluación de la libra logrará impulsar con mayor violencia las tendencias mencionadas. Por el contrario una solución más rápida y «conservadora» -de no ocurrir ningún hecho catastrófico en el medio- podría «limitar los daños». Los precios del petróleo y la soja así como la dirección del flujo de capitales -factores claves que influyen sobre la economía Argentina- reflejarán seguramente gran parte de la dinámica de estas fuerzas en pugna.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.