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Elecciones Europeas

Qué lástima

Fuentes: Deia

A la lejanía política e institucional de la UE, de sus eurócratas y sus euroburócratas, de sus complicados juegos de salón, de su compleja trama y su estéril urdimbre, los ciudadanos europeos responden, en su conjunto, alejándose de las urnas. Los celtíberos, de forma muy notable. Puede parecer sorprendente en un Estado que ha venido […]

A la lejanía política e institucional de la UE, de sus eurócratas y sus euroburócratas, de sus complicados juegos de salón, de su compleja trama y su estéril urdimbre, los ciudadanos europeos responden, en su conjunto, alejándose de las urnas. Los celtíberos, de forma muy notable. Puede parecer sorprendente en un Estado que ha venido recibiendo generosas partidas del erario europeo (fondos de cohesión y estructurales), pero es así. Claro que la UE ha hecho méritos bastantes para alejar a los ciudadanos. Su capacidad de diálogo comienza y termina, por ahora, en los Estados.

Las burocracias estatales están encantadas con la UE. Si sólo votasen los altos funcionarios, el porcentaje de participación electoral podría ser lujoso. Pero son llamados a votar los ciudadanos, muchos de ellos acostumbrados a la pasividad, el fatalismo y la resignación. Ven que las listas de eurocandidatos las elaboran los prebostes de los partidos, se alíen o no entre sí. Observan que esas listas contienen nombres de políticos amortizados, o muy amortizables, que prefieren jubilarse en Estrasburgo o Bruselas. Comprueban que la lidia electoral carece de la garra, el coraje y la ilusión de algunas grandes corridas estatales. Y salen al ruedo electoral con la experiencia huraña y hostil del toro de Lorca, que saludaba, antes que nada, a la presidencia. O simplemente aprovechan la jornada para ajustar cuentas con sus Gobiernos.

Algún comentarista ha destacado la especial abstención en los pueblos y países del Estado con alto nivel nacionalista. ¿Qué tiene que decir el buen nacionalista si de antemano le comunica el proyecto constitucional europeo que no tendrá nada que hacer si no es a través de un vacilante y débil Comité de las Regiones? ¿Qué entusiasmo va a exhibir en una Europa de los Estados que ni tan siquiera forma un espacio político unido, una entidad plurinacional independiente y ambiciosa?

Para colmo, la campaña electoral ha sido monótona y gris. Mediocre de contenidos y horra de ilusión. Las imágenes de televisión eran tristes, con oradores que apenas podían recitar la lista de los reyes godos o soñar algún transporte mágico hacia Zugarramurdi. Tanto reivindicar grandes debates para quedarnos en algunos más bien pequeñitos, ausentes de chispa crítica y de cualquier aliento de rebeldía. El proyecto constitucional es como es, tremendamente vulnerable y escaso, propio de una Europa que no cree en sí misma. Y nada se dice de eso. Sólo del cristianismo que, no se sabe por qué, debía estar, según algunos, en la Constitución. O del terrorismo, que en ningún caso debe estar.

Los candidatos han hablado como rumiantes. Regurgitando viejas querellas, pero en tono melancólico. Nada han dicho de las enormes carencias del Parlamento Europeo que dibuja el proyecto constitucional. Han omitido cualquier alusión a la necesidad de que en la UE exista separación de poderes, control del poder y libertad política de sus ciudadanos y de sus pueblos. Los silencios han sido atronadores, fragosos. ¿A quién puede extrañar el alejamiento de los votantes y el inerte protagonismo de los dos »grandes» partidos estatales? Sólo Galeusca se ha librado de la lucha siamesa. »Vencido del sueño/ por tierra fragosa», el ciudadano se ha sentido perfectamente prescindible. Porque sabe que no es esa Europa de los ciudadanos y los pueblos que se esperaba en el horizonte. Esa Europa independiente de imperios y séquitos imperiales, dispuesta a jugarse la libertad de los creadores y los rebeldes sin sacrificarla a las catacumbas del miedo, la seguridad y la represión.

Después de la ilegalización, por resolución ilegal, de HZ (aún así, con más de 100.000 papeletas, nulas por supuesto) una brillante anécdota alegra el paisaje. Don Carlos Iturgaiz, que votaba en Getxo, cuya lista nadie había ilegalizado, hizo un comentario digno de la »Historia universal de la infamia». «En Euskadi no se puede votar en libertad». ¿Acaso tenía la intención de votar a HZ y se sentía frustrado?

En definitiva, todo parece igual, reiterado, conocido. Como decía León Felipe »¡Qué lástima si este camino fuese de muchísimas leguas/ y siempre se repitieran/ los mismos caminos, las mismas veredas/ los mismos ganados, las mismas recuas/ los mismos farsantes y las mismas sectas!». ¡Qué lástima la del 13-J! ¡Qué pena tan lastimosa!