La indignación por las políticas impopulares procedentes de la tecnocracia política mundial es un sentimiento esporádico, difuminable. Pero cuando a ésta la precede una buena dosis de reflexión histórica, convierte a los ciudadanos en militantes que reivindican acciones justas, concretas, y los enfrenta a su miedo fantasmal. Respecto a la crisis que viene arrastrando el […]
La indignación por las políticas impopulares procedentes de la tecnocracia política mundial es un sentimiento esporádico, difuminable. Pero cuando a ésta la precede una buena dosis de reflexión histórica, convierte a los ciudadanos en militantes que reivindican acciones justas, concretas, y los enfrenta a su miedo fantasmal.
Respecto a la crisis que viene arrastrando el capitalismo global desde 2008 -célebre fecha del colapso de los imperios financieros Lehman Brothers y Merryl Lynch- existen una serie de circunstancias que pasan por alto por los medios de comunicación ya que ellos mismos se han centrado en reforzar la idea de que la serie de medidas anti-sociales, son un paliativo necesario para aliviar el impacto de la crisis en el estado de bienestar de los ciudadanos.
En el caso concreto de Grecia, uno de los estados de la Unión Europea más expoliados por las medidas económicas impuestas por su vecina Alemania, la sociedad civil realiza esfuerzos por desempolvar el pasado, para reclamar el pago de las deudas que el verdugo alemán aún sostiene con el pueblo griego en concepto de las reparaciones económicas por la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
En una entrevista para el diario alemán, Der Spiegel el historiador de economía Albrecht Ritschl, habló de «la emperatriz de la deuda» refiriéndose a Alemania, que tiene tras de sí la quiebra de estado más grande de la historia contemporánea en el siglo XX.
Sólo en el siglo XX, Alemania estuvo tres veces en quiebra, explica Ritschl. Una primera suspensión de pagos se declaró durante la crisis de los años 30’s, después en 1953, cuando Estados Unidos hizo nuevamente un recorte de la deuda, para paliar el desastre de la postguerra. Finalmente en 1990, tras la reunificación, se llegó a una nueva suspensión de pagos.
Alemania debe su esplendor económico a la indulgencia de sus acreedores-Estados Unidos, Francia e Inglaterra-, aún tras colgarse el mérito de haber iniciado dos Guerras Mundiales. Grecia lo tiene presente, porque entre las reparaciones de los daños suspendidas por los alemanes, se encuentra el episodio del genocidio de Dístomo perpetrado por los nazis, cuya resolución está aún pendiente en el Tribunal de la Haya.
En este sentido, el historiador Hagen Fleischer, en entrevista ofrecida a El Periódico de Catalunya, deja claro que la ocupación de Grecia fue una de las más duras que llevaron a cabo los nazis. Además, Hitler obligó al gobierno colaboracionista griego a conceder un préstamo para financiar el esfuerzo de guerra alemán. Del pago de esta deuda, Grecia tampoco ha visto un sólo céntimo.
La deuda reclamada a Alemania correspondiente al período anterior a la guerra se elevaba a 22.600 millones de marcos incluidos los intereses. La deuda de la posguerra se estimaba en 16.200 millones de marcos. Por el acuerdo alcanzado en Londres el 27 de febrero de 1953, estos montos se redujeron a 7.500 millones y 7.000 millones de marcos, equivalente al 62% de la deuda, suma que en aquel entonces representaba 3 mil 450 millones de dólares.
En medio de este baile de cifras, Alemania gozó de sendos beneficios para los pagos, disminuciones e incluso condonación de un considerable porcentaje de su deuda, en comparación al tratamiento que se le da a Grecia, tal como lo detalla Eric Toussaint, presidente del Comité para la Anulación de la Deuda en el Tercer Mundo.
Entre los aspectos principales, está que en Alemania se incentivó la exportación, y la protección de la producción local, mientras que en Grecia se ha prohibido subvencionar a la producción local, frente a la competencia de otros países de la UE, entre ellos Alemania. Además, Grecia debe reembolsar en euros a pesar de su déficit comercial, mientras que Alemania reembolsaría su deuda en su moneda entonces fuertemente devaluada. Finalmente, en el caso de Alemania, el acuerdo establecía la posibilidad de suspender los pagos para poder renegociar las condiciones si se producía un cambio substancial que limitase la disponibilidad de recursos. Para Grecia esta posibilidad es inexistente.
Una vez saltadas las alarmas la solución para los sectores moderados de la sociedad alemana pasa por una disminución de la deuda, porque la exigencia del pago de reparaciones por parte de Alemania abriría la puerta a que otros estados también hicieran reclamaciones.
Como acotación, si se considerara la deuda por el dinero prestado por los colaboracionistas griegos durante la ocupación, como un crédito ordinario, a precios actuales y aunado a los intereses, sumaría 70 mil millones de euros, cifra que supera por mucho a lo aportado por Alemania para el «rescate» griego.
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