En los últimos 34 años, mientras las tierras de uso agrícola crecieron alrededor de un 50%, la importación de ingrediente activo de plaguicida lo hizo en un 300% (IRET, 2009). En el presente importamos cerca de doce mil toneladas de plaguicidas al año, las cuales van a parar irremediablemente a nuestras cuencas hidrográficas. Sumemos a […]
En los últimos 34 años, mientras las tierras de uso agrícola crecieron alrededor de un 50%, la importación de ingrediente activo de plaguicida lo hizo en un 300% (IRET, 2009). En el presente importamos cerca de doce mil toneladas de plaguicidas al año, las cuales van a parar irremediablemente a nuestras cuencas hidrográficas. Sumemos a esto la vulnerabilidad de niños y niñas, la persistencia en el tiempo de algunas de estas moléculas sintéticas, la afectación de los ecosistemas y el envenenamiento crónico de la población. La caja de Pandora ya fue abierta y para cerrarla es preciso desmitificar a los plaguicidas y desenmascarar a la industria agrotóxica que se beneficia de este negocio.
El mito de la toxicidad. La clasificación toxicológica de plaguicidas vigente se basa en estudios puntuales de intoxicaciones agudas en humanos. En la mayoría de los casos se ignoran los efectos crónicos en la población, así como los efectos tóxicos de estas sustancias en los diferentes grupos de organismos de los ecosistemas circundantes. Muchas sustancias que ayer se consideraban seguras hoy ya no lo son. Así, lo que se considera ‘poco tóxico’ para seres humanos hoy, podría resultar ‘muy tóxico’ en el futuro (J.E. García, 2008). Mientras se considere ‘seguro’, los beneficiados serán las productores y distribuidores del veneno, tan solo esperando a que la nueva generación de químicos desconocidos aparezca.
El mito de la especificidad. La clasificación funcional de los plaguicidas por otra parte, crea el espejismo de especificidad, ya que al denominarlo fungicida, nematicida o insecticida pareciera indicar que la sustancia es solo dañina para cierto tipo de organismo perjudicial (J.E. García, 2008). Sin embargo el que sea específica es otro mito impuesto por el modelo agroquímico. Para aquellas sustancias diseñadas y aplicadas con el fin de erradicar seres vivos el término más correcto es el de biocida y sus efectos en el ser humano y los organismos del ambiente pueden ser variados y prolongados.
El mito del manejo seguro. El mito del manejo seguro se desvanece, entre más analizamos en términos prácticos el uso y abuso de biocidas químicos. Muchos protocolos son inviables económicamente para los trabajadores, o simplemente irracionales, como el uso de máscaras, guantes y trajes protectores. A mas de 30 grados centígrados de temperatura y con una humedad relativa del 90% este equipo se convierte en una asfixiante cámara de gas imposible de soportar para los empleados de las bananeras. Sin embargo en las muy sonadas capacitaciones en seguridad agrícola, los trabajadores son adoctrinados en la falsa fe del manejo seguro. La falta de implementación del supuesto ‘manejo seguro’ hace necesario difundir prácticas agrícolas que busquen disminuir y eliminar el uso de estas sustancias (J.E. García, 1998).
El mito de la escasez. ¿Será cierto que le debemos a los biocidas la posibilidad de alimentar a la humanidad? Algunos agrónomos y agentes de ventas de las corporaciones veneneras aseguran que sin biocidas las hambrunas azotarían al mundo. Para su criterio los agricultores orgánicos son una suerte de jinetes apocalípticos dispuestos a matar de hambre a la gente. Sin embargo, es de sobra comprobado que ningún monocultivo agrotóxico ha ayudado a paliar el hambre en el mundo. Por el contrario, el monocultivo agroexportador desmantela las economías locales de autoconsumo y produce escasez. El cultivo de arroz, frijol y maíz en Costa Rica pasó de ciento sesenta mil hectáreas en 1977 a poco alrededor de setenta mil en 2006 (IRET, 2009). Según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, para el 2010 mil millones de personas se encontraban en estado crítico de hambre, lo que equivale a un 16,5% de la humanidad. Queda claro que no es cierto que este modelo alimente a la población humana.
Debemos empezar a apoyar cadenas comerciales sustentables y limpias que promuevan la justicia social y ambiental. Si como país continuamos por la senda del monocultivo agrotóxico, seguiremos condenando a varias generaciones de costarricenses a sufrir los efectos biocidas de esta forma de agroindustria: retraso y malformaciones durante el desarrollo, trastornos neurológicos, incapacidades parciales y totales, cáncer, esterilidad, padecimientos dérmicos, hepáticos y respiratorios crónicos, exclusión social, explotación laboral, pérdida del conocimiento agrícola tradicional y desarraigo cultural. Estas son algunas de las implicaciones del modelo que nos están imponiendo tanto a productores como a consumidores desde los laboratorios extranjeros y sus dignatarios en las embajadas de los llamados países desarrollados, que exportan hacia Costa Rica sustancias prohibidas en su territorio. Esto, con la complicidad de los funcionarios del Ministerio de Agricultura y Ganadería, especialmente en el Departamento de Insumos Agrícolas del Servicio Fitosanitario, con el ingeniero Reynier Ramírez Arroyo en la jefatura. En la página de esta entidad pública encontramos los números telefónicos de todo su equipo para realizar denuncias y quejas.
El actual gobierno ya le declaró la guerra al ambientalismo. A la sombra de Chinchilla y su demagogia anticonservacionista espera ansioso un exministro auto ungido que, quizá siguiendo el consejo de algún asesor actualizado, acaba de tener la brillante idea de ser abanderado de una especie de ambientalismo de derecha, tan real como que el estadio nacional fue regalado. Si hay algo verde en Liberación, son los billetes que se reciben, usualmente en maletines negros, por mercadear los recursos naturales, como en los casos de Crucitas y Autopistas del Sol. No será desde los partidos tradicionales ni desde los políticos de turno en las instituciones estatales que se abran alternativas y se inicie un cambio en el modelo agroproductivo, sino desde el trabajo de hormiga de los pequeños agricultores, educadores, artistas, artesanos, científicos y demás librepensadores que buscan equidad y sustento para todxs.