Quizá la huelga de los maestros sea el más importante conflicto social ocurrido en el Perú en las últimas décadas. Hoy se admite, en efecto, que 240 mil docentes acatan la medida en 19 regiones del país, en tanto que 60 mil más depusieron su acción luego de dos meses de huelga en otras. Los […]
Quizá la huelga de los maestros sea el más importante conflicto social ocurrido en el Perú en las últimas décadas. Hoy se admite, en efecto, que 240 mil docentes acatan la medida en 19 regiones del país, en tanto que 60 mil más depusieron su acción luego de dos meses de huelga en otras. Los números hace luz en torno a un tema que concita la atención ciudadana y que ayuda a todos a pensar en un asunto de la mayor trascendencia: la educación peruana.
Que el sistema educativo nacional está en crisis, parece hoy una verdad de Perogrullo. Lo que ocurre es que la mayor parte de peruanos no tenía conciencia de esto. Recién lo descubre a partir de una lucha que asoma en las pantallas de la TV con violencia creciente.
En verdad, la educación peruana siempre estuvo en crisis. Para Mariátegui hace casi cien años «la educación nacional, no tiene un espíritu nacional. Tiene más bien un espíritu colonial y colonizador». En consonancia con él, el Docente casi nunca fue considerado como tal. De «alfabetizador de indios», como lo consideraban los Señores de Horca y Cuchillo hasta bien avanzado el siglo XX; pasó a ser -con raras excepciones- un Apóstol capaz de sufrir los mayores estropicios.
Fue, así, una suerte de «encargado» de enseñar las primeras letras en las zonas más inhóspitas del país compartiendo pequeñas islas de poder en las aldeas más lejanas, con el cura del pueblo y el comisario de turno. Para Celestino Manchego Muñoz -el legitimo sustentador de estos conceptos- el Maestro no necesitaba pensar, sino tan solo instruir guiado por una cartilla elemental que debía proporcionarle un «Ministerio de Instrucción».
Esa realidad comenzó a cambiar en el Perú en los años 50 del siglo pasado, cuando Walter Peñaloza Ramella impulsó un nuevo esquema educativo desde lo que sería primero el Instituto Pedagógico Nacional reabierto en 1951 y convertido en Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle cinco años más tarde. Esa experiencia -lamentablemente- fue efímera. Durante los años de «La Convivencia» -es oscuro pacto entre los Banqueros y el APRA- la oligarquía volvió al ataque y dio al traste con la experiencia maravillosa -y nunca repetida- de La Cantuta. Pero ella, germinó en pocos años y tuvo la virtud de instaurar en el escenario social la imagen de un nuevo referente: el Maestro, ese digno profesional que supo luchar -desde entonces hasta hoy- no solo por una profesión respetable, sino también por un país decoroso.
Es posible que los docentes que hoy salen a las calles enarbolando sus banderas, no perciban en toda su dimensión, la fuerza de ese mensaje; que es, finalmente, el que le da contenido a su accionar. La Dignidad Magisterial, que hoy se reclama con vigor, tuvo su semilla en una historia quebrada en los años 60, y recuperada muy precariamente aún, en nuestro tiempo.
Si alguna debilidad se le puede enrrostrar -con legítima razón- a las direcciones sindicales del Magisterio en las últimas décadas, es el hecho que circunscribieran sus demandas a asuntos de corte salarial. Y dejaran a la clase dominante la tarea de imponer un «modelo educativo» elitista, discriminador y carente de contenido. Ahora, ese «modelo», alimentado aviesamente por el Neo Liberalismo, devino en insensible y privatizador. Hoy, la educación dejó de ser un Derecho Ciudadano, y se convirtió en un «servicio lucrativo» y altamente rentable. Quizá si uno de los «negocios» más boyantes en nuestro tiempo, sea tener un Colegio, o una Universidad Privada.
Es bueno advertir que el Magisterio aún tiene poca conciencia de lo que esto significa, en términos de clase: implica entregar a los detentadores del Poder el control de la mente de millones de peruanos, para asegurar que vivan perpetuamente a su sombra.
Porque no hay claridad en torno al tema, no hay tampoco plataformas de lucha que reflejen una voluntad verdaderamente transformadora. Y los gobiernos pueden darse el lujo de decir que los Maestros «no tienen una plataforma» y «Cambian sus propuestas porque lo único que les interesa es la plata». Nada de esto es cierto, pero no se expresa con la precisión necesaria.
La campaña de la «Prensa Grande» contribuye a desinformar, y a desorientar incluso a los que luchan. Pero eso no quita valor a su contienda. Obliga a la Vanguardia Magisterial a desarrollar un trabajo más serio y sostenido, de educación y de conciencia.
Nadie puede negar que las demandas del Magisterio, son legítimas; que han sido respondidas por el gobierno con una retahíla de torpezas e incoherencias que concitan simplemente repudio ciudadano. En el extremo, el régimen puso en evidencia no sólo su absoluta mediocridad, sino también su entraña autoritaria. El salvajismo policial usado contra los Maestros en este conflicto, no tiene nada que ver con el más elemental respeto a las libertades democráticas.
El Magisterio hasta hoy, ha llevado su lucha con ejemplar firmeza. Y eso le ha granjeado un masivo apoyo ciudadano. Pero su dirección -aun heterogénea- debe darse cuenta que la capacidad de lucha de las masas, siempre tiene un límite. Eso de combatir «hasta las últimas consecuencias» es una frase bonita, pero no es real. Muchas veces, cuando asoman las primeras consecuencias, el movimiento se quiebra. Y es mil veces mejor culminar un conflicto de manera organizada y victoriosa, que en derrota, o en desbande.
De las tratativas de los próximos días debe salir un acuerdo que permita a los Maestros salir con la frente en alto. Es en ese sentido que hay que afirmar la solidaridad, y asegurar el mayor respaldo que sea posible. Las organizaciones de trabajadores y las Centrales Sindicales, tienen la palabra.
El gobierno quiere romper la huelga a palos. No hay que permitirlo.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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