En 1947 las recién nacidas Naciones Unidas, en un esfuerzo por contribuir a la reconstrucción del devastado continente Europeo, creo la Comisión Económica para Europa (UNECE por sus siglas en inglés). Las potencias victoriosas occidentales habían sentado las bases de un nuevo orden económico con la creación de los Acuerdos de Bretton Woods. Una de […]
En 1947 las recién nacidas Naciones Unidas, en un esfuerzo por contribuir a la reconstrucción del devastado continente Europeo, creo la Comisión Económica para Europa (UNECE por sus siglas en inglés). Las potencias victoriosas occidentales habían sentado las bases de un nuevo orden económico con la creación de los Acuerdos de Bretton Woods. Una de las causas para la creación de dicho orden, había sido la debacle económica de los 30: La Gran Depresión. Chile, el país que más profundamente sufrió esta depresión (su PIB se contrajo -14% en 1929), alzó su voz en el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas para denunciar que las condiciones de pobreza y subdesarrollo en las cuales Latinoamérica estaba sumergida también eran dignas de especial atención; así nacería la CEPAL.
Las devastadoras consecuencias de la Gran Depresión le habían enseñado a Chile una verdadera lección; el país se embarcaría en un ambicioso proyecto de industrialización, crearía CORFO (Corporación de Fomento de la Producción) y astutamente, sentaría las bases para la creación de una seria escuela de pensamiento económico en la Universidad de Chile. Para cuando las Naciones Unidas decidieron la creación de la Comisión Económica para América Latina, la opción para su sede era obvia: Santiago de Chile.
Con la CEPAL en Santiago, las mentes más brillantes del pensamiento económico latinoamericano comenzarían su peregrinaje hacia la recién nacida institución. Una de ellas, un joven economista argentino llamado Raúl Prebisch, vendría a revolucionar la manera cómo los latinoamericanos entendían la economía; con El desarrollo Económico en América Latina y algunos de sus Principales Problemas1, Prebisch daría nacimiento al estructuralismo latinoamericano, a la hipótesis Prebisch-Singer y a la división de centro y periferia.
A pesar de que muchos países en Latinoamérica implantaron exitosos programas de Industrialización por substitución de Importaciones (ISI), prontos estas políticas se mostraron insuficientes para mantener un ritmo de crecimiento económico adecuado. Curiosamente, los pensamientos e ideas que Prebisch inculcaría a sus colegas y discípulos como director de la CEPAL, pronto liderarían la carrera hacia un enfoque más radical de los Términos de Intercambio, y la relación de dependencia entre el centro y la periferia; nacía la Teoría de la Dependencia.
Para 1960 la CEPAL era de lejos la institución más influyente del panorama latinoamericano, y el centro de una tormenta intelectual que pronto se esparciría por todo el continente; de Universidad de Santiago a UNAM, de UNAM a Universidade de São Paulo, de ahí al resto de las facultades económicas latinoamericanas. La Teoría de la Dependencia había atrapado la imaginación de una entera Intelligentsia Vanguardista, y pronto se convertiría en el leitmotiv de varios movimientos políticos, alcanzando inclusive el espectro religioso e influenciando la Teología de la Liberación. El Continente entero estaba en llamas.
Paralelamente, en 1959 un grupo de barbudos guerrilleros había acabado con el régimen de Fulgencio Batista en Cuba; el evento no hubiera tenido mayor significación si no fuera porque ocurrió a escasas 90 millas de las costas de la Florida; los norteamericanos entraron en pánico al imaginarse un régimen comunista en frente de sus narices. Para que no quedaran dudas de que América era para los norteamericanos, Kennedy lanzaría su iniciativa Alianza para el Progreso; lo haría desde la Morita, Venezuela, con su aliado más importante en Latinoamérica: el tránsfuga Rómulo Betancourt2. Kennedy, visiblemente preocupado por los efectos de la revolución cubana en tierra firme, le había pedido a sus aides diagnosticar las causas del levantisco ánimo revolucionario en Latinoamérica. El diagnóstico fue el siguiente: (1) excesiva influencia de ideas económicas heterodoxas, particularmente el declive en los términos de intercambio de Raúl Prebisch, base para la expansión económica a través de ISI, y peor aún, el caldo de cultivo para los economistas revolucionarios de la teoría de la dependencia (con nombre y apellido: André Gunder Frank, Celso Furtado, Fernando Henrique Cardoso, Osvaldo Sunkel, Samir Amin y compañía); y (2) la pobreza como un obstáculo insuperable y caldo de cultivo para el marxismo y movimientos radicales. En consecuencia Alianza para el Progreso cumpliría la función de cabeza de playa para la inversión del capital norteamericano en la región y para experimentos teóricos como el movimiento Ley y Desarrollo, o la iniciativa de la Universidad de Chicago y la Pontifica Universidad Católica de Chile que crearía al Frankenstein latinoamericano: Los Chicago Boys.
Para 1963 los norteamericanos sabían que el plan había sido un completo fracaso y decidieron cambiar su mano suave por una verdadera vendetta contra todo aquello que oliera a marxismo en Latinoamérica (en el ínterin balearon a Kennedy y harían otro tanto con Martin Luther King y Malcolm X). En 1964 orquestarían el golpe de estado en Brasil y apoyarían la operación Marquetalia en Colombia, en 1965 invadirían la República Dominicana para prevenir la vuelta de Bosch al poder. En casa los norteamericanos no las tenían todas consigo, la guerra de Vietnam desangraba las arcas y desestabilizaba las universidades; mientras que los trabajadores norteamericanos, masivamente sindicalizados y con un alto poder adquisitivo, prevenían cualquier tipo de incremento en la producción sin que el mismo se tradujera en mejoras laborales. Contrario a lo que se cree, fue la OPEP y las sucesivas crisis del petróleo las que les ayudarían a traer de nuevo la situación bajo control. Para sortear la situación Nixon decidió darle el tiro de gracia a la más importante institución del sistema Bretton Woods, el anclaje dólar/oro que estaba vaciando Fort Knox (mejor conocido como el Nixon Shock).
De vuelta en Chile la década de los sesenta había sido intensa para la izquierda chilena; del Cepalismo de Raúl Prebisch (que la izquierda radical atacaba con desdén por ser ‘otra forma de reformismo’) se pasó al análisis de las estructuras de dominación y dependencia; no sólo se necesitaba de una rápida industrialización, sino también una ruptura total con el viejo orden. Según los Dependentistas las economías latinoamericanas eran monopolísticas y dependientes. De cualquier manera, la polarización ideológica que la CEPAL había ocasionado como un terremoto en el centro de la vida política e intelectual chilena habría de traer serias consecuencias. El más grande experimento social jamás llevado a cabo en Latinoamérica pendía como una espada de Damocles sobre las instituciones políticas de Chile; la Unidad Popular (una coalición política que agrupaba el completo espectro ideológico de la izquierda chilena, incluyendo los Partidos Comunista y Socialista) estaba a punto de llegar al poder e implementar, por primera y última vez, un conjunto de políticas económicas derivadas de un análisis Dependentista. La CEPAL había, indirectamente, ayudado a Salvador Allende a convertirse en el primer presidente marxista del hemisferio occidental electo democráticamente.
A la política de intolerancia en contra de gobiernos dictatoriales en la cual la administración Kennedy se había enfrascado, se pasó a una política de abierto apoyo a las dictaduras. En un corto lapso de tiempo, desde Johnson hasta Nixon, se convirtió a casi la totalidad de Latinoamérica en un enorme campo de concentración para la izquierda. Aquellos gobiernos que preservaron su carácter democrático eran firmes aliados de los Estado Unidos; tal fue el caso de Venezuela3, que persiguió y acabó brutalmente con toda forma de disidencia fuera del famoso Pacto de Punto Fijo; Colombia, con un pequeño interregno dictatorial necesario para acabar la llamada época de la Violencia, desencadenada con la muerte del indio4 Jorge Eliécer Gaitán en 1948; México férreamente sostenido en las manos de un PRI que demostró en Tlatelolco que no habría compasión con ningún tipo de protesta social; el resto del continente sería puesto tras la égida de gobiernos militares.
Las sucesivas crisis del Petróleo que serían desatadas por la cuestión judía5 en Oriente Medio le darían la decisiva ventaja a las clases empresariales norteamericanas (que habían sido puestas contra la pared por los exitosos movimientos sociales y los sindicatos norteamericanos) para tomar la iniciativa y comenzar una profunda contrarrevolución. La baja productividad ocasionada (a) por los masivos costos laborales y (b) la falta de capital, se traducirá en una negativa expansión del sector productivo. Japón y Alemania Occidental sufrían similares retrocesos luego de la impresionante expansión de estas economías durante los primeros veinte años de la posguerra. Esto le daría una ventaja momentánea a los futuros tigres asiáticos, quienes aprovecharían las fugas de capital japonés, producidas por las pobres tasas de retorno en Japón, para industrializarse. En Latinoamérica, las ventajas comparativas de semejante capital no existirán, y las bullentes economías latinoamericanas tendrán que buscarlo en la banca privada para financiar la expansión industrial o ISI. El sector financiero norteamericano, y en menor medida su contraparte europea, nutrido de las mentes más brillantes y maquiavélicas que las universidades norteamericanas pudo producir, pronto se dio cuenta de que las cantidades de dinero exorbitantes que estaban siendo acumuladas por los países productores de petróleo, en vista de los enormes aumentos de precios que la inestabilidad en el medio oriente estaba produciendo, podían ser usadas como un arma política.
Así, las sucesivas crisis de petróleo y la cartelización impulsada por Venezuela y Arabia Saudita funcionarán como una trampa caza bobos de la cual los países en vías de desarrollo se darán cuenta muy tarde. Los masivos incrementos de los precios del petróleo y sus derivados traerán como consecuencias: (a) un masivo incremento del costo de la vida en los países industrializados y, (b) una enorme acumulación de capital en los centros financieros occidentales.6 Con la primera castigarán a la clase obrera norteamericana y europea, disminuyendo su poder adquisitivo y poniéndola contra las cuerdas con enormes tasas de desempleo, inflación y salarios congelados; esto sirviría para disciplinarla e introducirla de nuevo en el camino de la productividad. Esta estrategia tuvo una derrota inicial, la clase obrera de los países desarrollados pudo movilizarse y balancear la situación con nuevos aumentos salariales; la imposibilidad de usar los petrodolares en inversiones para aumentar la productividad del sector privado haría disponible dicho capital para los países en desarrollo, particularmente Latinoamérica, que lo usará para incrementar el paso de su industrilización. América Latina triplicará su deuda externa durante la década de los 70. Será éste el comienzo de la monetarización del sistema financiero mundial.
Un acontecimiento extraordinario vendrá a exacerbar dicha situación y provocará el desenlace. A principios de 1978 furiosas protestas en las ciudades Qom y Tabriz presagiarían el despertar de Leviatán, la Revolución Iraní llegaba al poder. La crisis política y petrolera que la revolución creó fue de tal magnitud que obligó al sector capitalista a replantear la lucha y dar la decisiva batalla en el plano social, político y económico. La inflación galopante en los Estados Unidos a finales de 1979, exacerbada por la Revolución Iraní, obligaría a Jimmy Carter y al jefe de la Reserva Federal, Paul Volcker, a actuar en consecuencia; un masivo aumento en las tasas de interés fue implementado para poder controlar el consumo y así traer a la Stagflation (como fue llamada posteriormente la mezcla entre estancamiento económico, stagnation, e inflación galopante) bajo control, tendría un efecto colateral brutal pero planificado.
A finales de 1980 comenzarían a sonar las alarmas en varios organismos financieros. Los enormes aumentos en las tasas de interés en Europa y Estados Unidos hacían cada vez más pesado y oneroso el pago de la deuda externa para varios países latinoamericanos. La debacle llegaría en 1982, cuando México se declaró en default. La crisis Financiera de aquel año destruiría a la mayoría de las economías del continente y pondría de rodillas a Latinoamérica a las puertas del Fondo Monetario Internacional en Washington, mendigando por préstamos para salvar la situación.
De nuevo, fue Chile el punto de no retorno. El fallo de la Unidad Popular luego del segundo año de gobierno y el derrocamiento de Allende serían el comienzo de la contraofensiva monetarista neoliberal. Desde los años 50 existía la preocupación, en el entorno académico y de formulación de políticas norteamericano, de que el Estructuralismo de Prebisch y su consecuente Teoría de la Dependencia estaban haciéndole un enorme daño a los intereses y a la reputación de los norteamericanos en la región. Siendo Chile el centro de la infección socialista, Nixon empleó a todo su personal a fondo para derribar a Allende. El posterior experimento económico liderado por la dictadura y los Chicago Boys, a pesar de haber sido un fracaso que terminó con una profunda crisis económica en 1982 (por razones totalmente distintas a las de los demás países latinoamericanos), serviría para afinar futuras políticas económicas. Con la debacle de 1982 los monetaristas tuvieron la excusa perfecta para promulgar la derrota absoluta de las teorías desarrollistas y el mito del estado interventor; un error de cálculo sin duda cometido por los países en desarrollo.
Con la mayoría de los países latinoamericanos en problemas financieros comenzaría la ofensiva decisiva del monetarismo, esta vez en el FMI y el Banco Mundial. De 1982 en adelante, quienquiera que acudiera a los organismos multilaterales tendría que aceptar las condiciones impuestas por éstos para asegurar el pago de la deuda. La crisis de la deuda externa se convirtió en la ocasión perfecta para aplicar la nueva teoría neocolonialista: el paradigma de crecimiento a través de las exportaciones, en contraposición a ISI.
La década perdida como se le conocerá a los 80 verá crecer la deuda externa y al mismo tiempo será testigo del crecimiento de las barriadas y la desindustrialización de las grandes ciudades; la pauperización de los servicios públicos y de un aumento inconmensurable de la brecha entre ricos y pobres; a estas políticas se les llamará el milagro económico.
En el primer mundo la estrategia de manipular los precios de las mercancías a través del alza de los precios del petróleo cumplía cabalmente su función de desvalorizar los salarios de la clase trabajadora para así agregarle valor al capital. Para una feliz consecución de esta fase neocolonialista, el sector financiero y comercial de los EUA decidiría la desindustrialización del país con la excusa del libre comercio. Mudar las fábricas a países del tercer mundo donde el FMI y el Banco Mundial tenían en control técnico sobre las economías de esos países se convertirá en una obsesión. Con la excusa de la globalización comenzarán las negociaciones para la creación de un cartel internacional del comercio. El destino de la nueva industrialización del tercer mundo no se llevará a cabo en Latinoamérica sino en Asia. El insignificante costo de la mano de obra en los países asiáticos, y las condiciones de miseria y explotación del proletariado coreano o chino habrían hecho fácilmente ruborizar a Engels, y harían ver al este del Londres o del Liverpool del siglo XIX como Disneylandia. Con el comienzo de la ronda de Uruguay se dará inicio a la penúltima fase de la ofensiva neocolonialista que culminará con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1994.
Pero Latinoamérica no se rendirá, y ya Caracas en 1989 estallará como una bomba en las narices del FMI y del Banco Mundial. Los estertores de agonía de Acción Democrática y COPEI le permitirán a la pequeña burguesía venezolana firmar los denigrantes acuerdos de la OMC (ADPIC y AGCS) y retirarse lentamente, como los rusos durante la ofensiva de la Grande Armée en 1812. Sin embargo, el sentimiento de victoria e invencibilidad que la caída de la Unión Soviética y la consolidación del nuevo sistema internacional les daría a los neoliberales, les dará también la oportunidad para condensar sus políticas más draconianas en torno a lo que llamaron el Consenso de Washington que duraría otros dieciocho años (1990-2008); y con el cual causarían terror y desesperación en África, Asia y Latinoamérica.
Ahora que el sistema monetarista mundial comienza a desintegrase con la crisis financiera, luego de haber causado miseria y consternación a nivel global, no se entiende cómo gobiernos de corte revolucionario en Latinoamérica le siguen el juego a los intereses del capitalismo global. Mientras que Washington se ha enfrascado los últimos diez años a seguir su política de división regional y unilateralismo, firmando TLCs con cualquier país que esté dispuesto a venderse por dejar entrar sus bananas gratis a los EUA, muchos no entendemos qué demonios están esperando los gobiernos latinoamericanos para retirarse de la OMC y comenzar otra revolución continental, ¿Quo vadis Latinoamérica?
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