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Grecia

Reflexiones tras la derrota

Fuentes: Ensemble!

Los seis primeros meses del gobierno dirigido por Syriza constituyen una secuencia política de enorme importancia para el futuro de Grecia y de las izquierdas radicales en Europa. El resultado es claro: el gobierno de Alexis Tsipras ha fracaso en su intento de poner en pie una política alternativa a la austeridad y al neoliberalismo. […]

Los seis primeros meses del gobierno dirigido por Syriza constituyen una secuencia política de enorme importancia para el futuro de Grecia y de las izquierdas radicales en Europa. El resultado es claro: el gobierno de Alexis Tsipras ha fracaso en su intento de poner en pie una política alternativa a la austeridad y al neoliberalismo. Aceptando un tercer memorándum cuyas consecuencias económicas y políticas son ya evidentes (p. ej., el incremento del IVA y la vuelta de la troika [ahora la cuadriga: Comisión Europea, BCE, FMI y el Mecanismo de estabilidad europeo] a Atenas), Tsipras ha capitulado ante una estrategia de imposición política y asfixia económica impulsada por las instituciones europeas. Esto constituye una catástrofe para Grecia y para el conjunto de las fuerzas sociales y políticas progresistas europeas que han apoyado al gobierno griego en la lucha contra la Europa neoliberal. Es urgente analizar las causas de la derrota para evitar que esta debacle política no se repita y que la continuación de la destrucción económica y política de Grecia por parte de un gobierno dirigido por un partido proveniente de la izquierda radical pueda, al menos, servirnos de lección de realismo para el futuro.

En este contexto, quiero contribuir a la reflexión colectiva respecto a las enseñanzas de esta derrota partiendo de mi compromiso en el colectivo «Avec les Grecs» en Francia y en la red de los movimientos sociales europeos de estos últimos meses, así como en las seis semanas vengo de pasar en Grecia. Aquí he tenido la ocasión de encontrar militantes y dirigentes de Syriza, participar en manifestaciones y debates públicos y «tomar la temperatura» a la situación social y política griega. A partir de esa experiencia, voy a abordar dos cuestiones simples: ¿cómo se ha podido llegar a esta catástrofe?; ¿qué piensan los griegos y griegas?, tratando de forma transversal la cuestión de la ruptura o la reforma de la zona euro y de las instituciones europeas, que actualmente ocupa un lugar central en el debate político en Grecia. Al final, concluiré con algunas reflexiones generales en lo que respecta a la puesta en pie, hoy en día, de una política de transición democrática en Europa.

Hacia la debacle: retrospectiva

Estas últimas semanas se han publico muchos análisis en relación a las razones de la derrota gubernamental alimentadas por el flujo de la información que afloraba en torno a la «trastienda» de la estrategia del gobierno griego. Lo que parece claro es:

1. El gobierno se encerró en el intento desesperado de buscar una credibilidad política ante las instituciones europeas y en la ilusión de que era posible obtener, a través de la negociación y en base a argumentos razonables, un «compromiso honorable»;

2. Jamás se planteó de forma seria una estrategia alternativa, lo que ha venido a confirmar las recientes declaraciones de Yannis Varufakis y Alexis Tsipras; y

3. Metido en ese impasse, parece que el gobierno apoyó la posición de la derecha de Syriza (sobre todo la de los economistas Yannis Dragasakis y Giorgos Stathakis) que siempre han defendido que no había otra alternativa que un tercer memorándum.

El acuerdo del 13 de julio [entre el gobierno griego y el Eurogrupo] enriqueció mi experiencia política de estos últimos seis meses. Durante las reunión de los movimientos sociales europeos en Atenas [la reunión del Alter Summit celebrada el 28 de junio, la posición de Syriza («no tenemos un mandato para firmar un nuevo memorándum, no tenemos un mandato para salir del euro») fue citada repetidamente como punto de partida para impulsar la movilización internacional [en solidaridad con el pueblo griego]. Esta doble negación se presentaba como una contradicción fecunda para poder construir una relación de fuerzas favorable entre Grecia y Europa. La cuestión fundamental era continuar las negociaciones durante el mayor tiempo posible y apoyarse en la secuencia mediática para ampliar las alianzas sociales y políticas en torno a Syriza y, en el contexto de una nueva relación de fuerzas, situar a las instituciones europeas frente a sus responsabilidades. En definitiva, como lo ponen de manifiesto los eslogan que hemos utilizado en Francia, se tratada de actuar a favor de la «democracia» (Syriza) y contra la «austeridad» (Unión Europea); y poner al descubierto el carácter antidemocrático de las instituciones europeas y de sus políticas neoliberales. Esta exigencia unánime de los movimientos sociales era convergente: se trataba de hacer durar esta confrontación para tener el tiempo de construir, en relación con la batalla griega, una relación de fuerzas ideológica más favorable a la izquierda radical europea.

Más allá de la incontestable -aunque evidentemente insuficiente- dinámica política que se desarrolló en los diferentes países de Europa para apoyar a Grecia, parece claro que esta estrategia, tanto a nivel nacional como internacional, no era viable. Al menos por dos razones: por una parte, porque semejante «guerra de posiciones» o de «desmoralización» del adversario daba por supuesto que Grecia poseía los medios económicos para aguantar durante bastante tiempo frente a la estrategia de asfixia económica de la Unión Europea. Lo que no fue así. A pesar que desde el 5 de enero el BCE acentuó drásticamente la falta de liquidez del Estado griego, el gobierno griego no se hizo nada para hacer frente a esa situación, cuando debía era evidente que el tiempo se agotaba. Estando claro que la quiebra de los bancos y del Estado griego dependían de la decisión política de la Unión europea, esa táctica [el no hacer nada] iba directa hacia la catástrofe política que acabamos de conocer: un pueblo griego (y los europeos) cada vez más hostil a los memorándum y a las imposiciones de la UE, y un gobierno (y una izquierda radical europea) cada vez más impotentes para hacerles frente. Ante la firmeza del bloque neoliberal europeo y dado el estado de ruina avanzado de la economía griega tras cinco años de terapias de choque austeritarias, es razonable pensar que sin ruptura con los memorándums, sin políticas de transición económica a medio plazo y sin un debate democrático en torno a los medios para ponerla en marcha, no habría funcionado un Plan B provisional, y que habría conducido al mismo impasse político.

Pero, por otra parte, la razón de ser de semejante estrategia dependía de la posibilidad de construir alianzas políticas con las fuerzas reconocidas y temidas por el adversario. Ese no era el caso de los movimientos sociales europeos, fueran grandes o pequeños. Y se puede dudar que se pueda cambiar la UE sólo a través de la movilización, por muy potente que sea, si no va acompañada por tomas de posición del algún gobierno en su seno. Pero, como quedó claro tras los primeros días del gobierno de Syriza, las cosas no ocurrieron así. En esas condiciones, la campaña internacional de movilización, más que ayudar al gobierno a prepararse y a organizar una política económica alternativa, no hizo sino acompañar, e incluso fomentar, su curso hacia lo que se puede denominar el «suicidio democrático»: una exitosa campaña por el NO en el referéndum con la firma del tercer memorándum una semana después.

La víspera y el mismo día del anuncio-sorpresa de la celebración del referéndum por Alexis Tsipras tuve la ocasión de reunirme -junto a Clémentine Autain, Pierre Khalfa y Danièle Obono- con dirigentes de Syriza que, más o menos, nos contaron lo mismo. A pesar de que el gobierno había ido más lejos que nunca en sus concesiones y en zla reducción de sus «líneas rojas» (las pensiones, el IVA, el código laboral), las instituciones europeas endurecieron súbitamente sus exigencias planteando propuestas más drásticas aún que al inicio de las negociaciones (incluso que en el «plan secreto» enviado al ministro de finanzas de Nueva Democracia, Gikas Hardouvelis en diciembre de 2014). Sin lugar a dudas, el bloque neoliberal hegemónico de Europa, en su estrategia del «paréntesis griego», acababa de poner en marcha una nueva fase más ofensiva aún: se reunía en Bruselas con los dirigentes de la oposición griega, dio su apoyo a la campaña contra el gobierno en Grecia (con el eslogan «Nosotros seguimos en Europa»), intensificó el pánico bancario, etc. En esas condiciones, los cuadros de Syriza con los que nos reunimos, fueran miembros de la corriente «53+», de la dirección política o del KOE (exmaoistas agrupados en el ala izquierda del partido), estaban de acuerdo en decir que el gobierno se encontraba en un impasse completo. Si bien, en función de su posicionamiento en el seno del partido, no todos llegaban a la misma conclusión. La corrientes «53+» pensaban en la necesidad de organizar elecciones en base a una política renovada («incluso si se pierde la batalla, hay que seguir luchando hasta el final»); para la dirección del partido, el objetivo era mantener el partido unido a todo precio, a pesar de la derrota europea; y KOE estimaba que el gobierno Syriza no había sido un gobierno de izquierdas mas que durante tres semanas (hasta el acuerdo del 20 de febrero) y admitía una derrota en toda línea.

Es en este ambiente depresivo que el anuncio del referéndum -decidido por Tsipras sin consultar al partido, como el resto de decisiones importantes que ha adoptado a lo largo de estos últimos meses- fue recibido con júbilo: ¡el gobierno no capitulará! ¡Por fin, hacia un llamamiento a la movilización popular! Compartí este júbilo con los camaradas -muchos de ellos franceses- de los movimientos sociales europeos (que llegaron a Atenas el 28 de junio para una reunión en la que se decidió iniciar una campaña europea a favor del «no»), como con mi familia y las y los atenienses con los que discutí durante esa semana. Desde la noche del día 27, el pueblo de Atenas (como creo que fue en muchas otras ciudades del país) experimentó una politización excepcional: concentraciones diarias en la plaza Synagma, debates en los cafés, en las colas de los cajeros automáticos (que a veces se transformaban en pequeñas asambleas populares), en los centros de trabajo… Ya se conoce el resultado de esta enorme movilización: a pesar de la intensa propaganda mediática (ningún spot publicitario a favor del «no» en la televisión…), del llamamiento explícito de determinados patronos para que sus empleados abandonaran el puesto de trabajo para irse a manifestar a favor del «si» el 3 de julio, del control de capitales y de la restricción de no poder retirar más de 60 € diarios de los cajeros automáticos, de los rumores sobre el cierre de los bancos el 6 de julio, etc., el «no» logró el 61,31 % de los votos y, según todas las estimaciones, más del 75 % entre los jóvenes y del 80 % en los barrios populares. Se trataba de un voto de clase y fuimos muchos quienes vivimos esta victoria no solo como un mensaje firme al gobierno y a las instituciones europeas, sino también como una expresión importante de la participación política del pueblo en el ámbito político. Pero aquí comenzó a anunciarse la catástrofe -es verdad que previsible, pero que la experiencia política de la semana precedente la hacía inimaginable-: tras una semana de nuevos retrocesos del gobierno, el 13 de julio Tsipras volvió de Bruselas con un tercer memorándum que todo el mundo comprendió que era mucho peor que los dos precedentes…

Las últimas semanas, tanto en la prensa como en las discusiones privadas, ha habido todo tipo de especulaciones para explicar esta incomprensible lógica del gobierno: último intento antes de hundirse, puro cálculo político interno, falta de pericia económica y ceguera política frente a la inminencia del cierre de los bancos por la UE (de la que Alexis Tsipras fue advertido por el ala izquierda de Syriza sin que él lo tomara en cuenta), como el sumun de la creencia en la mágica virtud salvadora de la democracia, etc. Todas estas explicaciones me parecen plausibles y pueden comprenderse a la luz del objetivo principal de Alexis Tsipras a lo largo de las últimas semanas: continuar en el poder a todo precio, practicando, hacia delante y de forma regular, no solo la negación de la realidad («hemos cambiado Europa») sino también la manipulación política (no hay más que ver cómo se desarrolló el último Comité central) y las mentiras en los medios de comunicación (ver, por ejemplo, las declaraciones referentes a la continuidad de la explotación minera de los bosques de Skouries). Sin embargo, este giro a la derecha y esta traición del mandato popular no deben hacernos olvidar lo que ya se dejó ver claramente a finales de junio y que muchos lo olvidamos entre el 27 de junio y el 5 de julio: la estrategia de la «paréntesis de izquierda» puesta en marcha por las instituciones europeas (hundir el gobierno de Syriza o transformarlo en partido pro-memorandum) se ha desarrollado a la perfección. He aquí, por lo tanto, una primera enseñanza de la derrota griega: la UE está dispuesta a todo para impedir la puesta en marcha de una política económica de izquierdas; y en su seno no hay alternativa al neoliberalismo.

¿Qué piensa la gente en Grecia?

Ahora en Grecia está claro que el gobierno jamás pensó en un Plan B, que pensó ingenuamente que la legitimidad democrática podría, en última instancia, constituir un arma eficaz en la negociación; que se autonomizó completamente de los debates y de las tomas de posición del partido y que ahora gobierna con el apoyo de la derecha. ¿Cómo explicar entonces -lo que constituye el principal argumento de quienes quieren justiciar la capitulación del 13 de julio, empezando por el gabinete de Alexis Tsipras- el apoyo mayoritario de la población a este gobierno?

Es preciso comprender que la popularidad de Tsipras en las encuestas (que en estos tiempos de intensa propaganda política es necesario tomar con precaución) es una de las consecuencias de la onda de choque de la derrota y de la ausencia, a día de hoy, de una alternativa de gobierno creíble. Aunque hay que ser cautos: una reciente encuesta de Bridging Europe (http://www.bridgingeurope.net/nationwide-poll-on-political-developments-in-greece—july-2015.html) dibuja una realidad diferente. Muestra que si bien Alexis Tsipras continúa siendo el personaje político mejor valorado por la población griega (si bien el porcentaje disminuye de forma importante: 51 %), una mayoría aplastante considera que Syriza ha abandonado su programa (el 83 %) y que ha capitulado ante las exigencias de los acreedores (el 76 %). También muestra que -lo que constituye un giro importante en relación a sondeos precedentes- el 77 % de la población estaría en desacuerdo con la política del gobierno. Ahora bien, ¿cuántas veces he oído a lo largo de estas dos últimas semanas que Tsipras es el único que ha intentado a hacer algo por Grecia, pero que se ha equivocado y que ha fracasado? ¿Que se trata del mal menor dado que actualmente no existe ninguna otra fuerza política de izquierda con suficiente credibilidad que proponga alternativas salvo Syriza, pero que finalmente se trata de un hombre político como los otros, que ante todo busca mantenerse en el poder a costa de todo?

Más allá de la cuestión secundaria en relación a la popularidad del primer ministro griego (que comienza a socavarse y que podría hundirse con rapidez dado que las esperanzas puestas en él eran grandes), está claro que el partido del status quo, del TINA (No hay alternativa) y de la hostilidad o de la incredulidad ante la izquierda ha ganado una poderosa arma con la capitulación del gobierno.

Sin embargo, se pueden ver las cosas de otro modo: si el abismo que separa al gobierno del pueblo vuelve a expresarse de nuevo, también es debido a que la cantidad y la calidad de la politización popular se ha incrementado notablemente en este último período. En Grecia todo el mundo discute de las propuestas de la Plataforma de izquierdas (en síntesis: el programa de Tesalónica más la nacionalización de la banca y de empresas estratégicas así como el retorno a la moneda nacional) y sobre todo de la oportunidad de salir del euro; del acuerdo profundo o de los desacuerdos que pueden existir entre Schauble, Merkel, Hollande, Renzi, Dijssellbloem, Draghi; del papel de EE UU en la firma del acuerdo del 13 de julio, de las razones por las que la eventualidad de un acuerdo con Rusia los Brics no permitió cambiar la marcha de las negociaciones; y, en general, del grado de preparación de la sociedad griega para las rupturas necesarias para poner en marcha el programa por el que se optó democráticamente el 25 de enero.

Desde esta perspectiva, en Grecia resulta irritante leer las doctas explicaciones de los comentaristas extranjeros que, más que contribuir a reflexionar sobre estas cuestiones (que, sin embargo, afectan a toda la izquierda europea) afirman, de una manera u otra, que estas cuestiones no están sobre el tapete… aunque no sea mas que porque los griegos y griegas no ven ninguna alternativa a las decisiones del gobierno de Syriza. Estos últimos meses me ha chocado el desinterés permanente de los camaradas franceses ante los debates y controversias que se daban en la sociedad griega, al mismo tiempo que se erigía al pueblo griego en vanguardia de la lucha contra el neoliberalismo, y a Syriza como el modelo para la izquierda radical europea, sin hablar de la ceguera y de la incredulidad ante la autonomización manifiesta del gobierno de las movilizaciones populares así como del partido del que surgió.

De ahí que me he planteado la idea de aportar aquí algunos elementos de discusión política surgidos de encuentros al azar a lo largos de estas últimas semanas en Grecia. Ya me he referido a las discusiones con cuadros de Syriza; ahora voy a referirme a lo que ha dado de sí un ejercicio muy instructivo para tomar el pulso político en Grecia: las discusiones en los taxis. Recordemos que un viaje en taxi en Atenas es barato y que los taxistas forman parte de la clase media pauperizada que a veces cuentan con dos empleos -por ejemplo, secretaria de día y taxi a la tarde-noche- y ven pasar en su coche un muestra amplia de la población ateniense, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Paris. Entre finales de junio y finales de julio «entrevisté» a doce taxistas atenienses; 10 de ellos confiaban más en Alexis Tsipras que en los representantes de Nueva Democracia, Pasok o To Potami y 8 habían votado por Syriza en junio; 7 estaban por la salida del euro y 5 se manifestaron a favor de salir de la UE. Entre los 5 taxistas con los que discutí tras el 13 de julio, 5 se oponían al acuerdo; 4 habían votado «no» el 5 de julio; 3 esperaban la vitoria de la Plataforma de izquierda en la lucha interna en Syriza y manifestaron que no volverían a votar a Tsipras en el futuro (o más bien a favor de «la fuerza anti-memorándum más creíble en las próximas elecciones» o Antarsya o KKE). Cierto que se no se trata de una encuesta representativa, pero tampoco lo es el legendario «bloque popular a favor de Tsipras y contra la salida del euro» que presentan los comentaristas extranjeros.

Ahora bien, lo que más me interesó fueron algunos de los argumentos que a mi entender expresaban bien el ambiente político particular de estas últimas semanas en Grecia. Algunos eran desconcertantes, incluso para mi: como el del taxista que había votado a Syriza en enero, que «continuaba apoyando» a Alexis Tsipras pero que iba a votar «si» el 5 de julio en función -y no se equivocaba- de que el acuerdo en caso de una victoria del «no» sería más catastrófico aún que el sometido a voto en el referéndum. O este otro, que me explicaba que la salida del euro era políticamente posible, por diversas razones, entre las que destacaba que dado que la juventud de las clases medias altas y burguesas había emigrado a Europa sin perspectiva de volver a Grecia, el tiempo jugaba a favor de una nueva generación radicalizada, indemne a las «absurdidades europeas», dado que en su vida adulta y desde la introducción del euro en Grecia (2002), no había conocido mas que la pérdida del poder adquisitivo y, además, no tiene mucho que perder en la transición económica tras la salida del euro. (En Grecia circula este chiste popular: «Yo ya estoy fuera del euro cuando el 15 de cada mes tengo la cuenta en números rojos«). Pero lo mas remarcable fue que ninguno de los taxistas se reclamaba de la izquierda ni presentaba Europa como un hecho positivo. Tras cinco años de memorándums, la mayoría de la población en Grecia percibe a las instituciones europeas como un Leviatán que impone su voluntad absoluta en detrimento de la de los pueblos en nombre de una pretendida «paz social» equivalente, en realidad, a una guerra económica de alta intensidad. Por tanto, el problema no está en saber si es posible «democratizar Europa» y su política económica -visto desde Grecia esta perspectiva da risa- sino de juzgar si el euro es un mal necesario a falta de una alternativa o un mal radical del que es necesario desembarazarse.

A este respecto, este es el argumento de un taxista particularmente charlatán (y culto), que más o menos me dijo: «¿Cómo quiere Vd. democratizar un Imperio o negociar con un Imperio; más aún, con un Imperio joven que no aún no ha cumplido 50 años y que trata de organizarse y construirse contra la voluntad de los pueblos? Es preciso hacer memoria: ¿quién quería el Euro?, ¿Los pueblos o las élites económicas, nuestros enemigos? Piense que esta élite jamás dejará el Imperio en nuestras manos. La izquierda griega, los camaradas de Syriza no saben lo que hacen: pensaron que se podía combatir al Imperio con argumentos razonables o con un referéndum. Pero el Imperio democrático no existe. Por eso Alexis Tsipras ni siquiera ha podido iniciar la batalla contra Europa: no se lucha contra el Imperio con un mandato democrático. Por eso, para la izquierda no existe otra vía que salir de la UE y de su brazo armado: el euro». Después seguimos discutiendo de las dificultades económicas que acarrearía la salida del euro, lo que constituye una discusión bastante corriente ahora mismo en Grecia: necesidad de que el Estado adquiera productos estratégicos (petróleo) o de primera necesidad (medicamentos) y los distribuya racionándolos; posibilidades de reconstituir rápidamente la agricultura griega, literalmente diezmada por la UE; oportunidad o no de mantener la especialización de la producción griega en el turismo, de desarrollar campos como la energía ecológica; poner en pie cooperaciones económicas con China y Rusia, y geopolítica con los gobiernos de izquierda en America Latina, etc. Después el taxista me planteo una cuestión que me aún me ronda en la cabeza: ¿piensa Vd. -Vd. que es universitario y activista político, etc.- que la Unión europea existirá dentro de 20 años?

Le respondí con prudencia: la desmembración o el desmantelamiento de la zona euro constituiría un acontecimiento literalmente revolucionario, que no es lo mas probable que vaya a acontecer, que en Francia y Alemania la mayoría de la población y de la izquierda continua pensando que la UE constituye un buen proyecto que ha emprendido un mal camino pero que llegará un día en que se convertirá en una institución democrática y progresista, etc. Entonces, este sorprendente taxista me dijo lo siguiente (que no es del todo correcto desde un punto de vista histórico, pero que encuentro interesante): «El imperio de Roma tenía una doctrina, la «pax romana», que se asemeja a la idea de la paz europea hoy en día y que fue a la vez una idea militar, política e ideológica; otros imperios se han constituido sólo a partir de alianzas entre países soberanos, si bien no a causa de la guerra o la paz sino en función de intereses; pero ¿piensa Vd. que un Imperio que tiene 50 años y que tiene tanta gente en contra podrá mantenerse por mucho tiempo?» Le contesté que, por desgracia, la «opinión pública», por si misma, no tiene ninguna fuerza, que el pueblo siempre tiene que organizarse y encontrar formas de expresión política y que el euro o la UE podrían continuar existiendo con el 90% de la gente europea en contra. Pero mi respuesta no me convenció o, mejor dicho, me llevó a otra cuestión que nos conduce a las enseñanzas de la derrota: ¿es serio plantearse una transición democrática (que, a mi parecer, constituye el nudo gordiano de la propuesta política de Ensemble!) en el terreno social, ecológico, económico y político sin pasar por emanciparse de la tutela del Leviatán de la UE?

Más que la ideología «europeísta», es la propia idea de una transición lo que me cuestiono, a partir de una interrogante que nos hemos planteado muchos y muchas en Grecia durante estas últimas semanas: ¿ qué utilidad ha tenido el programa de Tesalónica en lo concreto?

Conclusión – El problema de la transición

Por tanto, más que aportar un grano de arena a edificio de las sabias consideraciones estratégicas en lo que tiene que ver con la forma de llevar a cabo las «negociaciones» o establecer una «relación de fuerzas» con la UE, me parece más razonable reflexionar de ante todo en torno al hecho simple, pero que está en el fondo de todas las discusiones en Grecia, de que el gobierno elegido sobre la base de un programa que defendió durante las primeras semanas post-electorales fracasó y a partir de ahí renunció a ponerlo en práctica.

Recordemos que esta programa constaba de cuatro ejes: medidas de urgencia contra la pobreza, reforma democrática del Estado, relanzamiento económico y solución al problema de la deuda pública. Sin embargo, el tercer memorándum anula lo fundamental de las medidas de urgencia contra la crisis humanitaria votadas [por el parlamento] en febrero pasado y, al contrario, va a agravarla. Por otra parte, estamos lejos de una reforma democrática y los bienes públicos griegos están en vías de una privatización sistemática y acelerada; el Vouli [parlamento] votó mediante un procedimiento exprés las medidas de urgencia redactadas por las instituciones europeas mientras que los hombres de negro de esas instituciones han vuelto a Atenas. El impacto recesivo de estas medidas, que contradicen punto por punto el programa de Tesalónica (cobre todo en lo que respecta a las pensiones y la fiscalidad) es evidente. Ya no se plantean la anulación, ni siquiera parcial, de la deuda sino que, al contrario, una nueva acumulación (al menos de 80 mil millones) y una reestructuración que no garantiza nada y que está claro que no suprimirá de ninguna manera la espada de Damocles que pesa sobre la vida económica y política del país. En fin, otra catástrofe en camino es la retirada del pueblo del campo de batalla político, tanto en lo que respecta a las luchas sociales (que no han obtenido nada o casi nada en los últimos cinco años) como de la política parlamentario, que para numerosos griegos ha demostrado su carácter inútil, absurdo y nefasto. Llegados a este punto, acordarse del programa de Tesalónica tiene una utilidad: medir la amplitud de la derrota.

Cierto, no nos podemos detener en eso y el diagnóstico debe servir para un objetivo político positivo: elaborar y defender los medios que permitan realmente aplicar ese programa. En Grecia, esa es la tarea inmediata de quienes tomando nota del giro a la derecha del gobierno y de la correlativa alineación de Syriza, buscan construir fuera de ese partido una coalición para representar el «no» de izquierda a los memorándums y a la austeridad. Pero esta reflexión compromete también a todas las fuerzas de la izquierda radical europea: lo que está en juego es nada menos que de su credibilidad política. Ahora bien, desde este punto de vista, recuperar el programa de Tesalónica produce un efecto de desfase en relación a la mayoría de los debates actuales en Europa. Ni el Plan B más o menos sistemáticamente preparado por Yannis Varufakis y mas o menos seriamente visto por Alexis Tsipras, ni ninguna de las diversas propuestas («IOU», control de capitales, moratoria de la deuda) dirigidas a mantener el tipo frente al cierre del grifo de la liquidez orquestada por la UE, permiten responder a la cuestión de los medios necesarios para la puesta en práctica -en un medio institucional hostil- de este programa. Mantenerse con estas propuestas sin plantear la cuestión de la transición viene a confirmar en los hechos la desastrosa estrategia del gobierno griego (negociar el máximo de tiempo posible hasta la capitulación completa) y da argumentos a quienes anuncian que no es posible ninguna alternativa.

Por lo tanto hay que plantearse el problema de las mediaciones para la puesta en pie de una política de transición. Una cuestión que Syriza la puso en primer plano elaborando un programa político moderado pero anti-sistémico. Como nos los recuerdan los hechos, no es posible, por ejemplo, luchar contra la evasión fiscal internacional o impulsar una política económica de tipo keynesiano, o de reducir el peso de la deuda pública en el marco de la UE, ni controlar, reducir o desorganizar el poder de la finanza, si no se controlan el Banco Central y la creación de la moneda; tampoco se pueden democratizar los media mientras sigan en manos de los propietarios privados, etc. La principal falla política del gobierno de Syriza que le condujo en línea recta a la rendición reside en no haber elaborado, discutido y defendido las mediaciones concretos para la puesta en pie de su programa. Es probable -como trato de demostrar en un libro que estoy escribiendo sobre el trabajo y la democracia en la actualidad- que tomar en serio la cuestión de la transición exige ir mucho más lejos que el programa de Tesalónica; que es necesario transformar la «caja negra» de la organización de los medios y de los fines del trabajo, a fin de que los trabajadores puedan convertirse en sujetos de la reforma democrática de las instituciones. Pero para no quedar en las enseñanzas inmediatas de la derrota del gobierno griego, me parece que, de cara al futuro, la izquierda europea del siglo XXI no tendrá ninguna posibilidad de ser creíble si no pone por delante el problema de la transición, es decir de la transformación democrática y ecológica de las instituciones, que implica el desmantelamiento completo de algunas, la reforma de otras y la creación de nuevas.

Desde esta perspectiva, la cuestión de la salida inmediata o el intento de dar un contenido democrático y de izquierda al euro y a las instituciones de la UE deberían considerarse de forma pragmática en cada país: ¿permiten las instituciones actuales solucionar los problemas sociales básicos y poner en pie el programa del que se dote la izquierda radical? Para Grecia, la prueba ya está hecha: no sólo en relación a la puesta en pie de una transición democrática en base al programa de Tesalónica sino que incluso en torno a medidas económicas y sociales de urgencia, las instituciones europeas constituyen un obstáculo absoluto.

La reforma o la negociación se presentan como imposibles; la única opción que queda es la salida del euro y, puede que también, de la UE. Esto requiere una preparación ideológica, una reorganización económica y la participación democrática; pero, ahora mismo, «no hay alternativa» para Grecia. Para el resto de los países europeos, si no parece razonable esperar una victoria electoral semejante a la de Syriza el 25 de enero en los próximos años, al menos se puede plantear claramente el dilema entre un programa de transición democrática y la pertenencia a la UE. ¿Hace falta -como lo hace abiertamente Podemos tras la debacle griega- revisar a la baja las ambiciones de justicia, de democracia y de emancipación debido a que no se contempla la ruptura con las instituciones europeas, o bien es necesario, como lo plantea ahora un número creciente de electores, militantes y dirigentes de la izquierda radical griega, poner en cuestión la pertenencia a estas instituciones y preparar la ruptura para iniciar, en el terreno económico, ecológico y político, un proceso de transición democrática? Esta es, a mi parecer, la segunda enseñanza de la derrota de Syriza: la izquierda tiene que elegir entre la pertenencia, cueste lo que cueste, a la Unión económica y monetaria y la puesta en pie de un proyecto de emancipación económica y política; no hay tercera vía: Syriza sólo se pudo mantener unos pocos meses sobre los dos pies de «ni salida del euro, ni memorándum».

Si no responde democráticamente a esta cuestión, existe un gran riesgo de que la izquierda europea continúe participando, a pesar de ella, a la deserción de la política y abra una vía real a la extrema derecha, dejando a las fuerzas populares, como actualmente en Grecia, sin ningún arma eficaz en la guerra desarrollada contra ellas por el poder financiero y la Europa neoliberal. Pero si logramos hacerlo, y reconocemos que la derrota de Syriza no es ajena a nuestras propias debilidades y surge del impasse al que conducen algunas de nuestras posiciones políticas, entonces, la esperanza nacida en Grecia el 25 de enero y el 5 de julio podrá abrir el camino, tanto en Francia como en otros países de Europa, a la construcción y la victoria de una izquierda verdaderamente radical y, por fin, realista.

Atenas, 5/08/2015

Fuente: https://www.ensemble-fdg.org/conten…

Traducción: VIENTO SUR