Poco a poco va instalándose en Francia una «dictablanda», con fuertes aspectos regresivos. La estrategia del presidente Macron, (ex-«banquero en jefe» en el imperio Rotschild), un presidente «luciferiano», arrogante y despreciativo, cuestiona las libertades fundamentales: libertad de manifestarse, de expresarse, de opinar libremente… Un nuevo escándalo, una mentira de Estado, propagada inmediata y dramáticamente por […]
Poco a poco va instalándose en Francia una «dictablanda», con fuertes aspectos regresivos. La estrategia del presidente Macron, (ex-«banquero en jefe» en el imperio Rotschild), un presidente «luciferiano», arrogante y despreciativo, cuestiona las libertades fundamentales: libertad de manifestarse, de expresarse, de opinar libremente… Un nuevo escándalo, una mentira de Estado, propagada inmediata y dramáticamente por el ministro de «Interior» y la casi totalidad de los medios, («los manifestantes parisinos han atacado el famoso Hospital de la Salpétriêre»), y era en realidad una «fake news», un bulo. Como la cacareada campaña sobre el tema: «la CGT ha perdido su primero de mayo, desplazada por otras fuerzas y la policía». De fuente sindical, la manifestación parisina del uno de mayo juntó a 80.000 personas, pese al desmesurado despliegue represivo, a varias provocaciones, y a un clima anxiógeno creado por el gobierno y los medios… Los «CRS» (fuerzas represivas especiales) agredieron incluso al grupo que encabezaba la manifestación. El secretario nacional de la CGT, Philippe Martínez, fue el blanco de esas fuerzas llamadas «del orden», supeditadas jerárquica y ciegamente al poder. Su propio «cordón de protección» tuvo que sacarlo un tiempo de la manifestación para ampararle.
Ningún gobierno francés como el de Macron fue tan consanguíneo con el dinero. Y los dirigentes asumen «la necesidad de que las clases dominantes se enriquezcan más, para beneficio del ‘interés general’ «… Nos explican a bombo y platillo, que para que haya algunas migajas para los 9 millones de pobres, es necesario hartar de plata a los ricos con el fin de que vomiten (es la teoría del ruissellement, «del chorreo») parte de los restos sobre los millones de explotados. Cada vez más estigmatizados e «indeseables», humillados, insultados por el poder, los «sin pan», «sin techo», los parias de hoy (en un país repleto de riquezas), han logrado situar a la «cuestión social» en el centro de la agenda política, y los «especialistas» calculan que, según las cifras infladas del gobierno, los «chalecos amarillos» han obligado al gobierno a soltar algunas migajas y hubieran conseguido hasta 17 mil millones de euros. El «presidente de los ricos» ha tenido que tragarse la gorra… tras tratarles de holgazanes, parásitos, insurrectos… Macron se queda intransigente frente a las grandes reformas estructurales y a las necesidades fundamentales que plantean todos los que están en pie de lucha. A pesar de la guerra ideológica del sistema (holgazanería, desobediencia, violencia…), la mayoría de la opinión pública sigue respaldando a los movimientos sociales.
Desde hace 25 semanas, un movimiento social inédito, los «chalecos amarillos», patentiza nuevas formas de organización. Este «ha surgido sin que nadie lo esperase» expresando fundamentalmente el rechazo a la marginación, el empobrecimiento, la enajenación, la falta de medios para vivir decentemente. Miles de familias, «invisibles hasta hoy» (hasta sectores de las capas medias), «no alcanzan» en un país que se precia de modernidad. Las desigualdades sociales alcanzan y hasta superan la altura del «Mont Blanc». Ese movimiento muy horizontal, heterogéneo, autogestionado, expresa también el rechazo a los partidos y sindicatos «tradicionales» considerados como «flojos», «del sistema», etc. El movimiento, se ha «radicalizado» e izquierdizado bastante. La «Asamblea general de las Asambleas» ha llamado a «acabar con el capitalismo». Frente a la violencia de la sociedad ha surgido un a modo de violencia alternativa, en negativo, pero que es imprescindible tomar en cuenta. Cada sábado, desde hace cinco meses, los medios se centran en esos «violentos» (los Black Blocs), un grupito instrumentalizado, para intentar dividir y desprestigiar a los manifestantes.
Poco a poco también, el movimiento «chalecos amarillos» y sindicatos de clase, principalmente la CGT, rompen hielo… Las primeras reacciones fueron de descalificación, de agresividad, de incomprensión… Hoy en día muchos sindicalistas y «chalecos amarillos» valoran como parte de la lucha de clases los avances y las dificultades de una unidad popular; insisten en la necesidad de «la convergencia» de los diferentes movimientos sociales y políticos. Mientras el gran sindicato «reformista» (CFDT) se ha echado p’atrás y ha claudicado una vez más, los sindicatos más combativos sufren especialmente cada sábado… Una represión que no se vio ni en mayo de 1968, y que arroja un balance preocupante. Centenares de detenidos, procesados, mutilados, heridos (incluso policías y «fuerzas especiales»). En adelante, una ley reciente somete a tantas condiciones la libertad de manifestarse que está amenazada. So pretexto de «combatir» a los «chalecos amarillos», la represión apunta también contra los militantes de izquierda. En la manifestación parisina del primero de mayo, crecieron bastante las «manchas» amarillas. Van reduciéndose los prejuicios…
Este uno de mayo, pese a los impedimentos de toda índole, el pueblo pudo con la violencia. Finalmente, salió victorioso. Pero que mucho por andar…
Jean Ortiz, profesor en la Universidad de Pau (Francia).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.