«Un hombre no puede montar tu espalda a menos que esté doblada». Martin Luther King A la VIII Cumbre de las Américas que se realizó en Perú los días 13 y 14 de abril no vino Donald Trump ni tampoco estuvo en Bogotá el domingo 15, como estaba previsto, y como con bombos y platillos […]
A la VIII Cumbre de las Américas que se realizó en Perú los días 13 y 14 de abril no vino Donald Trump ni tampoco estuvo en Bogotá el domingo 15, como estaba previsto, y como con bombos y platillos lo anunciaban todos los lacayos del imperialismo estadounidense, incluyendo presidentes, ministros, periodistas, académicos, politólogos y otra jauría de sirvientes incondicionales.
Es la primera vez, desde 1994 cuando se iniciaron estas cumbres, bajo la tutela de Washington, que un presidente de los Estados Unidos no se hace presente en un certamen, que fue concebido en 1994 para reafirmar la hegemonía yanqui en el continente e imponer su agenda de libre comercio y neoliberalismo.
La Cumbre de Lima que se anunció desde hace tiempo como un certamen hecho a la medida para aislar aún más a Venezuela, ya empezó a hacer aguas cuando tuvo que renunciar el presidente del Perú, Pedro Pablo Kuczynski por corrupción. Por ese mismo hecho, resulta un chiste de mal gusto que se siga diciendo que el lema de la Cumbre de Lima fue el de «Gobernabilidad democrática frente a la corrupción». Si eso fuera cierto, no hubiera habido cumbre o la sede donde se realizó hubiera permanecido vacía por sustracción de materia, puesto que la mayoría de presidentes de la región son a todas luces corruptos, como lo demuestra el caso de Odebrecht, en el que está untado, por ejemplo, Juan Manuel Santos.
Las expectativas sobre la venida de Trump a Lima eran enormes, dado los antecedentes de fraternidad y respeto hacia nuestros países y sus habitantes de que ha hecho gala el multimillonario del norte. Recordemos que entre las muchas frases con las que Trump ha declarado su amor a los latinoamericanos y caribeños se encuentran la de haber dicho que los mexicanos son «violadores, asesinos y narcotraficantes» y Salvador y Haití son «agujeros de mierda». Por supuesto, tanta ternura vocal del primer mandatario de los Estados Unidos a los oídos de sus sirvientes -Peña, Santos, Macri y compañía- les suena como si fueran las sonatas de Mozart o de Beethoven, porque todo lo que provenga del amo es celestial y sagrado.
Donald Trump no vino a su patio trasero por varias razones: 1) su desprecio por América Latina es tal que considera que no debe perder el tiempo visitando a estos «paisitos de mierda»; 2) los gobernantes y las clases dominantes de la región, en su abrumadora mayoría son tan incondicionales que el amo no necesita reafirmar nada, porque sus súbditos (Colombia, México, Argentina, Chile, Brasil, Perú…) hacen todo lo que el imperio decida sin contraprestación de alguna clase; 3) no logró unanimidad frente a la postura antivenezolana, impulsada por ese engendro que es el Grupo de Lima y por el Secretario de la OEA y temía que se suscitaran voces de protesta ante su visita; 4) sus problemas domésticos en Estados Unidos, con investigaciones en su contra, que llevaron a que el Buró Federal de Investigaciones (FBI) allanara las oficinas y el hogar del abogado personal de Trump, Michael Cohen; 5) los anuncios de ataques contra Siria, presionado por los halcones más guerreristas del circulo de asesores de Trump, que se hicieron efectivos precisamente en el mismo momento en que sesionaba la decrepita Cumbre de Lima y donde, con entreguismo vergonzoso Macri y Santos apoyaron el cobarde ataque de los Estados Unidos.
Pero la razón de fondo, en medio de todas las señaladas, es su desprecio por Latinoamérica y por sus propios lacayos. Como bien lo dijo el presidente Maduro: «Trump dice que no va a Lima porque no tiene tiempo, porque tiene que atender asuntos globales del mundo. Quiere decir que Lima para él es el patio trasero, los desprecia. Él no se quiere sentar con Peña Nieto porque es poca cosa para él. No se quiere sentar con Mauricio Macri porque le huele mal, no se quiere sentar con Juan Manuel Santos porque le huele a berrinche».
Los lacayos de frac y sacoleva que ejercen como presidentes de diversos países ya estaban escogiendo sitio, para colocarse lo más cerca posible del amo, mostrar su servilismo incondicional y tomarse una foto que testifique su sumisión. Pero como Trump no vino se sienten desamparados, frustrados, luego de esperar por tanto tiempo esa oportunidad dorada de lucir su lengua y sus rodillas, sus dos principales atributos.
El más decepcionado de todos, sin duda alguna, es Juan Manuel Santos, puesto que cuando se anunció el viaje oficial del amo imperial, sus voceros habían manifestado que «no es gratis que el presidente Trump escoja a Colombia como uno de los países en los que estará en su primera visita a Latinoamérica. Esto es un signo importante para la relación bilateral», como dijo el embajador de Colombia en Estados Unidos, Camilo Reyes.
Santos y su corte les entregan una ofrenda especial ―de sangre, dolor y muerte― para probar su sumisión, cada vez que viene un agente del imperio o alguna de ellos profiere una amenaza, para garantizar que sigan recibiendo dólares y armas para seguir matando a los colombianos de a pie. El hecho más evidente de los últimos meses fue la masacre de nueve campesinos en Tumaco, por las fuerzas represivas de la Policía, luego de continuas anuncios de funcionarios de los Estados Unidos sobre el crecimiento de los cultivos de coca en el sur del país. Y ahora para la visita de Donald Trump, que no tuvo lugar, Santos con el fin de mostrar todo su servilismo y darle la estocada final a lo que quedaba del malogrado proceso de negociación con las Farc, le tenía una ofrenda especial, la del insurgente Jesús Santrich para extraditarlo a los Estados Unidos, tras un vil montaje en el que participaron la DEA, la CIA y el Fiscal de Colombia, otro personaje pro-imperialista hasta los tuétanos.
Desde luego, la frustración de Santos poco le importa al amo imperial, porque sabe que con o sin su presencia, sus súbditos seguirán obedeciendo, para preservar sus propios intereses, que en Colombia son los del bloque de poder contrainsurgente, del cual Santos es uno de sus más conspicuos representantes. Ellos, que se comportan como perros falderos, actúan bajo el lema de que hay que lamer la mano del amo luego de que este les da latigazos.
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