Hace mucho que no ocurría. Pasear por una capital europea y darse con una manifestación de las que imponen. Pero últimamente ha comenzado a pasar. Aquí en París, en este soleado jueves 19 de marzo, me veo envuelta en una multitud en la huelga general contra la política de Sarkozy, representado de mil maneras en […]
Hace mucho que no ocurría. Pasear por una capital europea y darse con una manifestación de las que imponen. Pero últimamente ha comenzado a pasar. Aquí en París, en este soleado jueves 19 de marzo, me veo envuelta en una multitud en la huelga general contra la política de Sarkozy, representado de mil maneras en las pancartas que acompañan este cortejo y los otros 200 que ahora mismo tienen lugar en el resto de Francia.
Son muchísimos. Y es que cuando los franceses deciden ir a una huelga, lo hacen en serio, cohesionados de verdad. La ciudad está paralizada. De la Place de la Republique salen dos columnas hacia la Nation, una desde Boulevard de Filles y la otra desde Voltaire. Es la única manera de que la multitud avance. Junto a los trabajadores -viejos, pero en su mayoría jovencísimos, jubilados, maestros, precarios e investigadores, todos tras las siglas de todas las confederaciones sindicales sin excepción- va también la inmensa ola de estudiantes universitarios y de la enseñanza media, que no han abandonado la movilización tras tres meses ininterrumpidos de lucha, a pesar de que el núcleo de las contrarreformas ha sido aprobado. Y junto a ellos están también los migrantes, muchos, detrás de las pancartas de la CGT, que los está recuperando, así como de las organizaciones solidarias con los sin papeles. Hay incluso un grupo de chinos con carteles en su lengua; es la primera vez que los veo en una manifestación sindical.
En las esquinas, grupos de obstinados militantes distribuyen sus últimas propuestas electorales. El Partido Comunista, todavía el más activo a pesar del batacazo, insiste en la consigna de la «unidad de las izquierdas» y defiende la incorporación en un «frente de izquierda» de la reciente escisión de partido socialista liderada por Jean-Luc Mélenchon (Parti de Gauche) y de la pequeñísima de Christian Piquet (Gauche Unitaire), que no ha secundado la mayoría de la Liga Comunista Revolucionaria. La LCR, transformada en NPA (Nouveau Parti Anticapitaliste), no tiene intención de sumarse a la alianza. Lo mismo ocurre con los trotskistas de Arlette Laguiller y con una parte de los que encabezaron la batalla por el «no» al referéndum sobre la Constitución de la Unión Europea. Los verdes, por su parte, parecen haber acordado con José Bové. Todos dispersos, en definitiva, como en Italia. Un desastre. Pero aquí, ahora, importa poco. En la huelga y en el inmenso cortejo, están todos. En el plano social, hay unidad y movilización. Ya es algo.
Recuerdo que hace tiempo, en Nueva York, un sobrino de Roosevelt, un joven economista de izquierdas, me contó que mientras estudiaba en el MIT fue a preguntarle a Paul Samuelson qué había de interesante en Marx que tuviera que saber. «La lucha de clases», le respondió el premio Nobel kennedyano. Por lo visto, este es el punto por el que se está recomenzando. En París, pero también en otros sitios. Incluso en Italia. Por sí mismo es insuficiente, ciertamente. Pero es un plataforma sólida y valiosa. En todo caso, más de una pancarta recuerda, con realismo, con modestia, que las líneas defensivas continúan unos pasos más atrás: «Exigimos democracia».
Luciana Castellina es una reconocida periodista y analista política italiana que colabora regularmente con el cotidiano comunista Il Manifesto. Fue miembro del partido socialista y pacifista Democrazia Proletaria y luego de Rifondazione Comunista. Ha sido diputada en el Parlamento italiano y en el europeo. Recientemente se ha adherido al llamamiento a una lista unitaria de la izquierda italiana para las elecciones europeas impulsado por figuras como Luigi Ferrajoli, Rossanna Rossanda, Pietro Ingrao o Danilo Zolo.
Traducción para www.sinpermiso.info : Gerardo Pisarello