Tras el fracaso de la transición post soviética evidenciada por las sucesivas crisis ucranianas, la UE ofrece al país más de lo mismo: planes de salvamento del FMI. En esta fascinante nota de prensa de la UE sobre Ucrania, además de los formalismos consabidos, distintas formas de decir que no piensa hacer nada en torno […]
Tras el fracaso de la transición post soviética evidenciada por las sucesivas crisis ucranianas, la UE ofrece al país más de lo mismo: planes de salvamento del FMI.
En esta fascinante nota de prensa de la UE sobre Ucrania, además de los formalismos consabidos, distintas formas de decir que no piensa hacer nada en torno a Crimea, propone a Ucrania como políticas europeas dos muy «ilusionantes»: facilitar una intervención del FMI y un acuerdo de libre comercio. Ya sabemos lo que quiere decir esto: una reorganización de las élites, que se volverán más transnacionales, más sumisas a los mercados financieros, e igual de ricas y corruptas, y una mayor especialización regional de la producción que hará más dependiente a Ucrania de la UE. Y también sabemos lo que no quiere decir, no quiere decir «redistribución de recursos», ni «derechos políticos».
Pero, además, y sobre todo, hay que recordar que buena parte de los problemas que hoy sufren Rusia, Ucrania y buena parte del Este provienen de una cosa que se llamó en los noventa Shock Therapy [terapia del shock], que fue liderada por el FMI y la Unión y que consistió fundamentalmente en una operación de control de los recursos productivos de estos países mediante unos programas salvajes de austeridad. Una vez controlados estos recursos, se fabricaron unas oligarquías locales dóciles y se clasificó como fuerza de trabajo barata y cualificada a la mayoría de la población de los países del Este. En el caso de Ucrania, y como parte de las compensaciones a Rusia por una destrucción de su tejido social de más de una década, la oligarquía local era rusa.
Pero la revuelta de Ucrania, como la de Rusia de 2012, tiene mucho de revuelta antioligárquica de una «clase media» urbana, en realidad proletarizada, que nunca ha llegado a terminar su formación como clase media propiamente dicha porque nunca ha llegado a captar un porcentaje lo suficientemente significativo del producto nacional mientras el número de millonarios se disparaba. Esta situación de depauperación de las clases medias es una de las consecuencias directas de los programas de fabricación de élites de la UE y el FMI. Es evidente que cuando estos «estratos medios» ucranianos piden ser Europa lo que están pidiendo es ser no-Rusia, y a lo sumo manejando algún significante laxo que remita a «derechos» y «bienestar». Aun así, resulta fascinante que la UE sea tan incapaz de salir de su caparazón neoliberal como para proponer como «caramelo» político, en una situación que la ponía por primera vez en décadas en la posición «del bueno», una dosis aún mayor de las políticas que han destrozado a los sectores que la reclaman, sin demasiado entusiasmo, pero la reclaman.
Lo que viene a confirmar el caso ucraniano es que la única manera de arrancar a la UE cambios políticos que vayan en favor de las mayorías sociales es estando en su contra, planteando la política europea como lo que es, una cuestión de lucha de clases en el interior de una estructura estatal con capacidad efectiva de gobernar. Es decir, para plantearlo así hay que estar dentro. La UE sólo es un caso particular del adagio revolucionario que dice que los Estados no conceden nada, sólo las luchas lo ganan.
Por otro lado, la cuestión de las clases medias fallidas es también vital en el caso de Rusia. Parece evidente que las políticas de Putin le enfrentan a estos sectores importantes de su propia población, que además tienen un alto capital cultural heredado de los años del socialismo real, y tienen que estar viendo con horror cómo a su depauperación se suman políticas culturales terroríficas como las que atacan la homosexualidad y aventuras pseudoimperialistas absurdas como la de Crimea. Es cierto que Putin ha tenido tradicionalmente porcentajes de apoyo muy altos, pero Rusia es un país muy grande y los grandes números pueden ocultar fuertes bolsas de descontento urbano.
Aunque la invasión de Crimea tenga toda la pinta de ser una invasión «segura», y pactada con Obama, en un lugar que ya estaba invadido por las tropas rusas, y que simplemente aspira a dar una imagen de poder imperial con un coste bajo. Pero lo cierto es que aunque Putin no vaya a llevar los tanques a Kiev, su movimiento va a encender el enfrentamiento civil en media Ucrania, reforzando, por cierto, la lectura de la situación en términos nacionalistas Rusia vs. Ucrania, de la que sale beneficiada las extrema derecha. Escenario éste que no dejaría de beneficiar a un Putin que parece moverse mejor cuanto más nacionalista es el escenario, entre otras cosas, para intentar cerrar cualquier atisbo de alzamiento como el de 2012 a base de «enemigos externos».
Queda por dirimir un asunto muy incipiente, pero importante, y es la manera en la que la crisis ucraniana se va a acoplar con lo que ya se perfilaba como nueva fase de la crisis económica global, en la forma de un ataque financiero a los países emergentes. Como ya sabemos, las finanzas tienen la capacidad de leer y presentar los acontecimientos desde lógicas que le preceden. Por ejemplo cuando en Italia su acción dinamitaba un Gobierno, la caída de este gobierno se presentaba como desencadenante de la «inestabilidad» financiera, inestabilidad que, por otra parte, no es más que un modelo de acumulación. Hace pocos meses ya se lanzaron ataques financieros contra las monedas de Rusia, Turquía, Argentina y la India que señalaban otros tantos nichos de acumulación financiera en momentos en los que las políticas expansionistas de EE UU y Japón parecen ir tocando techo. Por lo pronto, ayer ya comenzaron las caídas en las bolsas rusas, con subida de tipos incluida e, importante, las subidas del petróleo. Subidas que, por cierto, siempre acaban volviéndose contra la Eurozona.
Isidro López es sociólogo
Blog del autor: http://lasarmasdebrixton.wordpress.com/