Como contrapartida a la ofensiva «neo-colonizadora» del capital y en el contexto de una importante crisis económica surgió el progresismo como alternativa al neoliberalismo. Los partidos de derecha fueron derrotados electoralmente por fuerzas políticas con raíces en la izquierda e importante base social en los trabajadores y en los pueblos originarios. Así sucedió en Argentina, […]
Como contrapartida a la ofensiva «neo-colonizadora» del capital y en el contexto de una importante crisis económica surgió el progresismo como alternativa al neoliberalismo. Los partidos de derecha fueron derrotados electoralmente por fuerzas políticas con raíces en la izquierda e importante base social en los trabajadores y en los pueblos originarios.
Así sucedió en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela, en el marco de una heterogeneidad de situaciones que transformó el concepto «progresismo» en un gran paraguas que cubre procesos con distintos objetivos, contenidos y profundidad.
Los gobiernos progresistas del cono sur se inscribieron dentro de las variadas opciones de la institucionalidad capitalista para enfrentar la crisis. Llegaron al gobierno vaciando su discurso político de los objetivos estratégicos de la izquierda, en esa lógica asumen las reformas del Banco Mundial como si fueran un programa superador del neoliberalismo y pretendieron atenuar los males del capitalismo sin enfrentarlo como sistema. En estos países los cambios son fuertes en el plano político-electoral, mínimos o nulos en lo ideológico, y en lo económico e institucional profundizan el capitalismo.
En Bolivia, Ecuador y Venezuela, al acceder al gobierno se implementaron profundos cambios en lo político, lo ideológico y en la apropiación, uso y distribución de la renta originada en el petróleo, el gas y la minería. Los cambios institucionales apuntaron al fortalecimiento de la soberanía nacional, la inclusión de los pueblos originarios y construcción de poder social por lo cual debieron enfrentar persistentes intentos desestabilizadores.
En los últimos años se está produciendo una profundización de la ofensiva imperialista que incluye, necesariamente, una radicalización conservadora de las burguesías locales que buscan la desestabilización de gobiernos progresistas por múltiples métodos. En Venezuela se recurre tanto a la violencia paramilitar como a la guerra económica; en Brasil se busca una destitución/golpe parlamentario de la presidenta sin que se conozcan los fundamentos legales. En todos los casos los medios de comunicación masivos desarrollan una campaña permanente contra estos gobiernos.
Esas agresiones se ven favorecidas por el empeoramiento de la situación económica mundial que provoca la caída de la demanda de materias primas, en volumen y precios; la recuperación del valor relativo del dólar, con las consiguientes devaluaciones de las monedas nacionales; el aumento de los intereses de la deuda externa y el retraimiento de la entrada de capitales.
En ese contexto se hace muy difícil mantener, tanto los ingresos reales de trabajadores, y pasivos, como las políticas asistenciales para los sectores más desprotegidos, que reciben ingresos monetarios que modifican los resultados estadísticos pero no sus condiciones esenciales de vida. Todo ello exacerba las contradicciones objetivas entre las clases dominantes y dominadas y desestabiliza a los gobiernos que necesitaban esos recursos para financiar sus políticas de conciliación de clases.
Estas situaciones, como en el caso uruguayo, provocan que los gobiernos se vean ante la disyuntiva de enfrentar al capital obligándolo a pagar mayores impuestos preservando así el nivel de vida de los trabajadores y pasivos o, por lo contrario, aplicar el ajuste sobre la clase trabajadora para no afectar el beneficio de los capitalistas. Aquí es fundamental destacar que los beneficios recibidos por los trabajadores en la última década, tanto derechos como ingresos, pueden ser reversibles por cualquier gobierno, mientras que los privilegios que han recibido los capitalistas están protegidos por leyes y «blindados» por tratados internacionales.
Los recientes resultados electorales en Argentina, Venezuela y Bolivia son un muy duro traspié para las fuerzas progresistas. Al igual que lo es la desestabilización en Brasil, la cual se ve agravada por la aprobación en diputados del «impeachment» a la presidenta sin ningún fundamento legal.
En cualquier caso no puede ignorarse que la ofensiva del capital y las agresiones imperialistas han sido facilitadas, en mayor o menor medida, por problemas internos, tales como: el burocratismo, la corrupción, la lucha por el poder y, fundamentalmente, por la debilidad ideológica. Tampoco puede desconocerse que no se ha logrado la transformación de la base productiva y que aumentó la primarización, la extranjerización y la vulnerabilidad de nuestras economías. ¡El progresismo en Nuestramérica se salva con un programa de izquierda en alianza con los trabajadores y los pueblos originarios o fenece!
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