Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Si queda alguien que duda de que la lucha contra la austeridad es fundamentalmente una lucha por la democracia, la escalofriante propuesta revelada el martes del exjefe del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet sobre cómo resolver la crisis europea, debería poner fin rápidamente a un enfoque tan microscópico.
Trichet ha propuesto lo que llama «federación por excepción», por la cual si los dirigentes de un país o parlamento «no pueden implementar políticas presupuestarias sanas», se «declare a ese país en suspensión de pagos».
Reconociendo que no sería posible en el período necesario para reaccionar a la crisis lograr un «Estados Unidos de Europa» con la unión política y fiscal asociada, incluyendo transferencias fiscales y emisiones de deuda común, el expresidente del BCE, que dejó su puesto en noviembre pasado, dijo que por lo menos es posible dar este «próximo paso».
«La federación por excepción no solo me parece necesaria para garantizar una Unión Económica y Monetaria segura, sino que también podría corresponder a la naturaleza misma de Europa a largo plazo. No creo que vayamos a tener un gran presupuesto [centralizado] de la UE, dijo al Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington antes de la reunión del G8 de este fin de semana y antes de una reunión decisoria del Consejo Europeo el 23 de mayo donde los dirigentes de la UE discutirán el terremoto fiscal, bancario y político que atruena a Europa meridional.
«Es un salto mayúsculo de política gubernamental, que considero necesario para el próximo paso de la integración europea», agregó.
La política fiscal interior ya se ha transferido a tecnócratas no elegidos para que se apruebe antes de su evaluación por los parlamentos elegidos como resultado del sistema del Semestre Europeo, por lo tanto, de alguna manera, tiene razón al decir que se trata solo del «próximo paso» más allá del Pacto Fiscal que aún debe aprobarse.
Por cierto Trichet ya no está en el poder, pero sigue siendo un peso pesado político en los círculos europeos, y si la eurocrisis nos ha mostrado algo es que no es necesario disponer de un púlpito reconocido popularmente cuando se trata de qué voces son importantes. En todo caso, al estar liberado de su puesto, ahora Trichet se ha librado del disimulo que los funcionarios activos del BCE tienen que mantener, por lo menos en público, con respecto a que el Banco Central solo se concentra en la política monetaria y no se preocupa de la política gubernamental de las provincias que se encuentran en de su territorio. Puede declarar sus propuestas en público sin hacerlas a través de cartas a primeros ministros italianos y de órdenes a las elites portuguesas.
Al mismo tiempo hay que subrayar que no se trata de una propuesta oficial de una institución de la UE, y queda por ver qué tipo de acogida recibirá, aunque los informes de Washington sugieren que los economistas y funcionarios de la UE presentes acogieron la propuesta calurosamente.
A pesar de todo no hay que albergar ninguna ilusión de que esta propuesta de un destacado «pensador» europeo no sea una reacción directa ante las elecciones en Grecia de este mes que diezmaron el consenso de centroizquierda/centroderecha en ese país.
Trichet dice en esencia que cuando el pueblo elige a los partidos equivocados ha renunciado a su derecho a la democracia.
Perfectamente consciente de lo que está proponiendo, declara que un paso semejante tendría ciertamente una responsabilidad democrática mientras sea aprobado por el Consejo Europeo y el Parlamento Europeo.
Pero el Consejo Europeo es una cámara legislativa que nunca enfrenta una elección general. Sus miembros, los presidentes y primeros ministros de Europa, no son elegidos a esa cámara, sino a sus parlamentos y asambleas nacionales. Y el Parlamento Europeo todavía no es el parlamento de un gobierno europeo; incluso después del Tratado de Lisboa sus poderes siguen siendo muy limitados en comparación con la Comisión Europea y el Consejo y, crucialmente, no tiene el poder de iniciar alguna legislación.
Si la propuesta de Trichet o algo remotamente similar llegara a la cámara de Estrasburgo para su aprobación, cualquier miembro del Parlamento Europeo que aprecie la democracia debe oponerse firmemente.
Si los miembros del Parlamento Europeo no logran reunir suficientes fuerzas para hacerlo, la cámara quedaría instantáneamente expuesta como un trampantojo, que sirve solo para suministrar una fachada de legitimidad democrática a un régimen antidemocrático y muy alejado de la semilla de un genuino orden democrático europeo deseado por tantos diputados.
rCR