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Sin huelgas ni bloqueos nos hallaríamos aún en los tiempos de Zola, de Dickens y del trabajo infantil

Fuentes: Basta !

Traducción Susana Merino

Clamor contra los bloqueos y los sindicatos que participan ¡Inaceptable!, clama el Gobierno, ¡Irresponsables! gritan a coro los editorialistas de los medios pertenecientes a las grandes fortunas francesas. Se olvida fácilmente que sin huelgas ni bloqueos nuestras democracias no habrían alcanzado desde hace un siglo el actual progreso social «Desde que en 1842 se inventó la huelga general el bloqueo al aprovisionamiento energético se ha puesto de manifiesto muchas veces como fuerza de los débiles. Un arma de los movimientos sociales y una fiesta emancipadora…» nos recuerda el historiador Christophe Bonneuil en este artículo.

 

Inglaterra, verano de 1842. Ante el rechazo de los capitales al aumento de salario, mientras volaba sin límites el costo de la vida, a la reducción de la jornada laboral y el rechazo gubernamental de un pedido firmado por 15.000 personas a favor del sufragio universal -un pedido que alcanzó rápidamente los tres millones de firmas- surgió en mayo de ese año un enorme movimiento social: la primera huelga general del mundo. «Bloquear… es inaceptable» protestan indignados el primer ministro, los patrones y la prensa de los privilegiados.

Hoy en Francia, 2016. Sordo al pedido de más de un millón de firmantes, de los sindicatos y del Parlamento, al que ignora a golpe del artículo 49.3 de la Constitución (que permite aprobar por «decreto» un proyecto Ley, saltándose la opinión de la Asamblea Nacional) , como un autista ante la cólera de una juventud que se pone «de pie», Manuel Valls declara que «bloquear… es inaceptable y que no se puede bloquear a un país… atacar así los intereses económicos de Francia». Olvida que sin la huelga, el sabotaje, el bloqueo y las luchas sociales, estaríamos viviendo todavía en el mundo de Dickens y Zola, del trabajo infantil y del sufragio selectivo.

Ley del trabajo: «¿una vuelta al capitalismo salvaje del siglo XIX?»  

¿Cuál era la actitud de los inventores de la huelga general de 1842 (y de tantas otras después, en 1905, 1936, 1947 o 1968)? Ir de sector en sector rompiendo las máquinas de vapor o robar los fusibles de seguridad. De allí que se llamaran «Plug Riots» o los «motines de las arandelas», como se llamó a esta movilización, faro del movimiento «cartista». Como destaca un periódico de la época, los mineros habían comprendido que «tenían el poder en sus manos y podían detener todos los molinos, las fábricas y los trenes». Bloqueando la extracción y el transporte de carbón durante varias semanas, los trabajadores consiguieron detener las fábricas que no estaban en huelga antes de que se les añadiera poco tiempo después una gran huelga de obreros textiles. Algunos decían: «Es mejor morir frente al ejército… que bajo la máquina del capitalismo» (2).

¿Esta Ley de Trabajo que el Gobierno y el Medef (3) pretenden imponer mediante el artículo 49.3 y la represión del movimiento social no es acaso una vuelta al capitalismo salvaje del siglo XIX? Aquel que los auténticos socialistas combatieron en el pasado. Aquel que hizo a Francia menos invivible durante el siglo XX: jubilación, atención a la salud (debilitada por el actual proyecto), prohibición del trabajo infantil, ¡La primera versión de la ley establecía una jornada de 10 horas para los aprendices mineros!, democracia social incluyente de los ciudadanos (a través del Parlamento y del código de trabajo que el socialismo patronal actualmente desarma) y de los sindicatos en las decisiones (a través de la prioridad de los acuerdos por sector que suprime el artículo 2 del actual proyecto entregando a los trabajadores al chantaje patronal en el empleo mientras las empresas obtienen jugosos beneficios).

La «petrolización» preparó el terreno a la regresión neoliberal  

La relativa regularización del capitalismo que se institucionalizó en Europa a mediados del siglo XX no se habría logrado sin el poder del bloqueo energético de los trabajadores, como lo demostró el historiador Timothy Michell en Carbon Democracy (4). Pero desde 1945 la «petrolización» de Europa, impulsada en primer lugar por el Plan Marshall, redujo la relación de fuerzas de los trabajadores (el petróleo viene del neocolonial Medio Oriente) e instaló una democracia consumista (los bloqueos, aunque más difíciles, siguen siendo posibles, como en 1968 y 2010). Según Tim Micell «la calidad de la democracia petrolizada cambia y prepara progresivamente el terreno, a partir de los años 70, a la regresión neoliberal: desfiscalización, precariedad, aumento de la plusvalía que sirve para a aumentar el rédito del capital en detrimento de la remuneración laboral».  

¿Sería entonces hoy ilegítimo hacer un bloqueo mientras se encarcela a millones de trabajadores pobres acusándolos de huelga masiva y el aumento del patrimonio privado con relación a la riqueza nacional, que se había reducido en 1945, vuelve a estar en Francia al mismo nivel que en los tiempos de Zola? (5).

¡No!  

En pie día y noche la huelga, el bloqueo de los centros de producción y la ocupación de las plazas son la última arma de las víctimas de un sistema económico injusto, de un capitalismo más salvaje, la contraofensiva de los sin voz de un sistema político al borde de su legitimidad (crecientes desigualdades, democracia representativa que no representa al país real, Parlamento arrodillado, estado de emergencia permanente).

Convergencias  

El bloqueo sea tal vez un desencadenador de nuevos vínculos. El domingo pasado la convergencia de los zadistas (6) y los estudiantes que fueron en bicicleta a apoyar el bloqueo de la refinería de Donges (Loire-Atlantique), actualmente los inesperados reencuentros entre vecinos que no se hablaban gracias al boom de compartir el vehículo… ¿Qué otros surgirán mañana?

Los bloqueos nos hacen sentir a cada uno de nosotros los flujos (energéticos, financieros…) que atraviesan nuestras vidas. ¿Qué es lo que se bloquea? Manuel Valls y Emanuel Macron nos lo explican sin ambages: lo que quieren desbloquear es un país-empresa en permanente guerra económica y social para satisfacer los golosos intereses de la flexibilidad y de los paraísos fiscales. Lo que también tambalea los flujos energéticos y de infraestructuras técnicas-industriales (el petróleo, las centrales nucleares) que configuran nuestras vidas cotidianas sin que sean sin embargo el producto de verdaderas elecciones colectivas mientras amenazan la estabilidad de nuestro planeta sin haber logrado sin embargo concretar en nuestro ricos países la promesa del bienestar por medio de la abundancia material en la que ya nadie cree. EDF se indigna y el presidente de Total amenaza con cerrar sus refinerías en suelo francés. ¡Pero los sindicalistas y los parados están ya imaginando juntos una sociedad pospetróleo y posnuclear, en que se compartan el trabajo, el poder y las riquezas!

Notas

(1) Las citas proceden del libro sobre historia social y ambiental de la revolución industrial de Andreas Malm, Fossil Capital The rise of steam power and the roots of global warming (Verso, 2016), p 228-229.

(2) MEDEF : Ministerio de Economía y Finanzas

(3) Timothy Mitchell, Carbon Democracy (La Découverte, 2013).

(4) Thomas Piketty, Le Capital au XXIe siècle (Seuil, 2015).

(5) Zadista deriva de ZAD (acrónimo de Zona a defender), usado por los activistas que se oponen a la realización de proyectos considerados inútiles, costosos, peligrosos o contaminantes. Sus objetivos son paralizar los proyectos a través de focos de resistencia y la ocupación de los lugares en los que están proyectados o en realización.

Christophe Bonneuil es historiador científico, encargado de investigaciones del CNRS y miembro del Centro Alexandre Koyré

 

Fuente: http://www.bastamag.net/On-bloque-tout-force-des-sans-pouvoir

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción