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Siria y el gas Sarín (II) y de cómo Hillary Clinton ganó las elecciones, aunque las perdiese

Fuentes: Topoexpress

Decía Miguel D´Escoto, el antiguo dirigente sandinista, que «EEUU es un país que no está en paz si no está en guerra». Sólo han sido necesarios algo más de 100 días para que el nuevo inquilino de la Casa Blanca decidiera, en un ejercicio de funambulismo político, adoptar la postura más belicista de la anterior […]


Decía Miguel D´Escoto, el antiguo dirigente sandinista, que «EEUU es un país que no está en paz si no está en guerra». Sólo han sido necesarios algo más de 100 días para que el nuevo inquilino de la Casa Blanca decidiera, en un ejercicio de funambulismo político, adoptar la postura más belicista de la anterior administración Obama. Podemos afirmar que Hillary Clinton ganó finalmente las elecciones.

Desde hace varias semanas se viene produciendo en el seno de la administración Trump una lucha despiadada entre los diferentes grupos de presión que intentan dirigir la política exterior de EEUU. La nueva situación (el ataque a Siria, el bombardeo sobre Afganistán y la presión militar sobre Corea del Norte) forman parte de un proceso de lucha interna por el control de la administración. Las figuras claves, elegidas en primera instancia por el presidente (como el general Michael Flynn) y que podrían haber aportado puntos de vista diferentes a la política anterior, han sido rápidamente barridas y sustituidas por otras que responden al perfil neoconservador más extremo.

El gabinete Trump es en este momento una mezcla de intereses militares, petroleros y financieros. Hasta ahora se habían guardado algunas formas, no se ponían directamente a los directivos de las empresas en los despachos públicos. Ahora sí. El gran vencedor de esta contienda subterránea ha sido el grupo israelí-estadounidense Goldman Sachs; hasta hace unos meses fue el soporte de Hillary pero hoy apuesta por el nuevo caballo ganador. Este banco de inversiones, responsable de la crisis financiera del 2008, ha colocado al israelí-norteamericano Steven Mnuchin como Secretario del Tesoro y a Gary Cohn como principal asesor económico. En la campaña electoral Trump criticó duramente a este banco por «robar a la clase trabajadora». Evidentemente ahora no ha tenido ningún inconveniente en situar a los directivos de esta entidad en las esferas más altas del poder. En estas semanas, las acciones de Wall Street se han revalorizado en 3,5 billlones de dólares, empujadas por las promesas de un gasto colosal en infraestructuras que nadie sabe cómo se pagarán. El escaso control a la banca de EEUU, promovido por la enmienda Dodd-Frank de 2010 y que ha ayudado a mejorar las ratios de transparencia, ha sido abolido. Los megabancos de Wall Street se han recuperado de la grave crisis financiera de 2008.

En el marco económico se repite un esquema usado con anterioridad en la época Reagan: la denominada «Curva de Laffer». Sucintamente, la teoría explica que la bajada de la tasa impositiva genera un incremento rápido de la recaudación fiscal lo que permite, como en este caso, dotar con 54.000 millones adicionales al ejército. Como sabemos fue uno de los planteamientos teóricos dominantes en la época Reagan. Sus consecuencias: la ruina del país, empujándolo hacia la desregulación industrial, la pérdida de centenares de miles de empleos y la reducción drástica del nivel de renta de los trabajadores. Los modelos económicos parecen repetirse, la política exterior sigue las mismas trazas de la administración anterior. No hay cambio en la política, sólo recambio.

En lo que respecta a la política, la administración norteamericana ha defendido, en las últimas semanas, no menos de siete posiciones diferentes sobre el problema sirio. Hasta el 30 de marzo, la embajadora de EE.UU. ante la ONU afirmaba que el derrocamiento de Al-Assad no era una prioridad. El 5 y 6 de abril, tras el «supuesto ataque químico», Trump y su Secretario de Estado consideran que Damasco ha cruzado una «línea roja¨» y Al Assad debe irse, retomando el antiguo discurso de Hillary Clinton. Desde el 6 al 10 de abril el Consejero de Seguridad James Mattis manifiesta que lo importante es cómo evitar el uso de armas químicas. El 9 de abril, el secretario de Estado señala que la prioridad es acabar con el emirato islámico (Daesh) y que el destino del presidente sirio se decidirá después de la liquidación de los grupos terroristas. El 10 abril, el portavoz de la Casa Blanca explica que se decidió bombardear la base aérea siria tanto por el ataque químico como por la utilización de bombas artesanales. El 11 abril, en la reunión del G7, el Secretario de Estado norteamericano afirma que Rusia debe escoger bando. A instancias de la prensa que interpreta los cambios de posición como un giro de 180° en política internacional, el consejero adjunto del presidente, Sebastian Gorka, responde a varios sitios web que acusan de traición al presidente afirmando que, a pesar de las apariencias, el Presidente Trump no ha cambiado de posición. El 14 de abril, en una entrevista con el Wall Street Journal, Donald Trump señalaba que Washington no exigirá que el presidente sirio abandone el poder.

Pocas cosas de las dichas por la administración norteamericanas son creíbles. En estos momentos, Trump amenaza con un ataque preventivo contra Corea del Norte. Aumenta la presión sobre Rusia al enviar aviones F-35 de última generación a la frontera de ese país. Envía, por primera vez, tropas aerotransportadas a Somalia, refuerza la intervención militar en Irak y el Yemen. Enviará tropas adicionales a Afganistán… EE.UU. es una potencia declinante pero, como tal, intentará recuperar su antiguo papel o ralentizar el proceso de decadencia con el recurso a la guerra.

Estados Unidos intentó el 12 abril, a través del secretario de Estado, alcanzar un acuerdo con Rusia que implicaba, entre otras cosas, poner la aviación siria bajo control de oficiales norteamericanos, en concreto del general Jeffrey Feltman, número dos en la época de la administración de Hillary Clinton. Asimismo, éste debería elaborar el plan de capitulación total e incondicional de Siria e imponer el abandono de la base rusa de Tartus y un repliegue de todos sus efectivos. Poco menos, se pretendía la rendición incondicional de Siria y de Rusia. La arrogancia de los políticos estadounidenses revela su poca «profesionalidad», su falta de escrúpulos y también su bisoñez. En esta tesitura, una posición conciliadora por parte de Rusia necesariamente sería interpretada como un retroceso.

Pero es que ese mismo 12 de abril, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas planteaba, a instancias de Reino Unido y Estados Unidos, una resolución que básicamente era copia de las propuestas que se habían presentado a Moscú. Y también ese mismo día, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, era recibido en la Casa Blanca por el propio presidente Trump quien, contradiciendo declaraciones anteriores, aseguró que esa organización ya no era obsoleta. El cambio de postura era evidente.

La respuesta rusa no se hizo esperar. La tríada formada por Rusia, Irán y Siria refuerza aún más sus lazos económicos, políticos y militares. Se considera que el ataque de Estados Unidos a Siria está al margen de la legalidad internacional. No ha sido refrendado por los grandes organismos internacionales. El estado mayor conjunto de estos tres países, con el apoyo de Hezbolá, realizó una declaración muy contundente. «Lo que Estados Unidos ha perpetrado es una agresión contra Siria que cruza las líneas rojas. A partir de ahora responderemos con fuerza a cualquier agresor o cualquier violación de las líneas rojas de quienquiera que sea, y Estados Unidos conoce nuestra capacidad de responder…»; también pasa a considerar a cualquier soldado norteamericano como objetivo legítimo puesto que se trata de fuerzas de ocupación. Rusia ha puesto el 96% de sus fuerzas estratégicas nucleares en estado de alerta. El estado mayor ruso ha recordado que más del 63% de sus arsenales cuentan con armas nucleares de última generación. Rusia está preparada para la guerra.

Como ya ocurrió en 2003 en la guerra del golfo. Estados Unidos ha inventado un nuevo «casus belli». Ahora es el supuesto bombardeo con gases tóxicos de Jan Shaykhun. Estados Unidos no ha presentado pruebas, nadie ha presentado pruebas, se ha limitado a mencionar la existencia de información clasificada, que no podía hacerse pública. Posteriormente, se supo que esta información fue proporcionada por el Observatorio sirio para los Derechos Humanos y los «cascos blancos» una organización cuyos dirigentes no pueden entrar en Estados Unidos por estar incluidos en la lista de terroristas internacionales perseguidos por el Departamento de Estado. El presidente Trump confirmó que había adoptado la decisión de bombardear Siria cuando vio alguno de los videos que corrían en You Tube. En ningún momento la administración norteamericana se ha mostrada interesada en crear una comisión internacional neutral que investigara el caso. Práctica habitual y lógica cuando hay tantas opiniones enfrentadas. El 14 de abril la aviación norteamericana bombardeaba un almacén de armas químicas del Daesh en la aldea de Hatia, mueren más de un centenar de civiles por efecto de la dispersión de los productos tóxicos. Altos oficiales del ejército norteamericano confirman el error cometido. Ese mismo día la Organización Mundial de la Salud denuncia que el Estado Islámico está utilizando armas químicas en la ciudad iraquí de Mosul. Se ataca con gas cloro al ejército iraquí. Occidente sigue acusando a Al-Assad. El cinismo alcanza niveles nunca imaginados.

Las presiones de los neo-conservadores sobre Trump parecen estar ganando posiciones. A principios de esta semana se filtraba que el asesor nacional de Trump, el general H. R. McMaster, planeaba enviar 150.000 hombres a Siria, de 10.000 a 50.000 en una primera fase y, posteriormente, tres veces más. Desde febrero se viene discutiendo el tema en el gabinete de Seguridad Nacional. Sectores militares se oponen al envío de más fuerzas de combate a Siria, escarmentados en parte por los resultados en Afganistán e Irak; otra parte de la administración, sin experiencia ni con los conocimientos mínimos, apuesta por una reedición del Sheriff internacional imponiendo el orden a tiros. La disyuntiva de la administración Trump se puede resumir en: hacer la guerra de Bush o continuar la de Obama.

La decisión de atacar la base siria de Jan Shaykhun no es un acto precipitado. Trump necesitaba un acto de fuerza para acallar la oposición interna, limitar el acoso de los medios, ocultar sus fracasos políticos y enviar un aviso a China (cuando se produjo el ataque, estaba cenando con el premier chino), a Rusia y a Irán. El ataque protagonizado por los destructores USS Ross y el USS Porter había sido planificado con mucha antelación, posiblemente desde febrero. La prensa norteamericana especuló inmediatamente con la idea de que la base había sido arrasada. Posteriormente se supo que no se habían ocasionado bajas significativas: gran parte de los misiles (36) fallaron el blanco o fueron interceptados; sólo 23 alcanzaron su objetivo. La base aérea recuperó su funcionalidad a las pocas horas. Supuestamente la base almacenaba productos tóxicos utilizados por los aviones en sus bombardeos. Ninguno de esos supuestos almacenes fue alcanzado. Pocas horas después del bombardeo numerosos representantes de los medios de difusión, bomberos y policías, recorrieron la base sin ningún tipo de protección contra las armas químicas «supuestamente almacenadas allá». En la base nadie usa máscaras, ni trajes antigás.

A partir de este 7 de abril y a cuenta de Siria, se ha iniciado una escalada militar entre los Estados Unidos de América y Rusia. Por primera vez Estados Unidos atacó a las fuerzas del gobierno sirio de forma abierta, ataque realizado sin previo aviso formal o provocación alguna. Washington se ha saltado las más elementales normas del derecho internacional. Parece que el presidente Trump quiere convertirse en el «sheriff del mundo», a diferencia de lo que dijo en la campaña electoral.

Pocas semanas han sido necesarias para demostrar que, al margen de los personajes más o menos extravagantes de la política internacional, existen otras fuerzas más profundas que son las que influyen en la toma de las decisiones que finalmente aplican los políticos. Así, las acciones de Estados Unidos demuestran que, aunque el personaje cambie, la agenda impuesta en la era Obama se mantiene. La partición de Siria y la instauración del «caos creativo» parece ser el único objetivo y la única estrategia.

La aportación de los medios de comunicación occidentales (llamarles medios de comunicación es dotarles de un sentido de legitimidad que no tienen) ha sido fundamental. Se ha inventado un relato único de lo ocurrido en la provincia de Idleb frente a la acumulación de contradicciones y pruebas en sentido contrario, que demuestran que el gobierno sirio no es responsable. (¿Para qué gasear a tu propia población cuando estás ganando la guerra?). El relato uniformador tiene su origen en la CNN donde hablaban de aviones cargados de municiones de gas.

Posteriormente otros «testigos» en You Tube afirmaban que el gas tenía olor «a picante» y se dispersaba en nubes «azules y amarillas», aunque se sabe que el gas sarín es incoloro e inodoro y se dispersa como un líquido o como vapor. Una de las lagunas más evidentes en este relato inventado es nada menos que la figura de Shajul Islam, médico formado en el Reino Unido y aclamado como un héroe por enviar tuits sobre el incidente con gas de Idleb. Este personaje, que había sido juzgado y condenado por terrorismo en Reino Unido, perteneció, según la policía inglesa, al grupo que secuestró al periodista británico John Cantlie. Puesto en libertad de forma sospechosa hace meses, enviaba tuits desde Idleb describiendo el ataque químico. Muchos diarios recogieron la información y la dieron por válida, como Le Parisien y Le peuple.be, que no corroboraron las pruebas y, sencillamente, las dieron por buenas. Pero ninguna prueba importa, los medios actúan de fiscales, jueces y verdugos.

La periodista Vanessa Beeley, que ha visitado Siria en muchas ocasiones, ha escrito mucho sobre los Cascos Blancos y sus relaciones con Al Qaeda. Sólo actúan en las zonas ocupadas por los grupos terroristas, acompañan a los verdugos de ISIS en sus decapitaciones para recoger los macabros restos o celebran con los militantes armados la muerte de soldados sirios. Estas son las fuentes de información del gobierno Trump y las cancillerías europeas.

Voces importantes se elevan en el «establishment político norteamericano» contra las aventuras de Trump. Los senadores norteamericanos republicanos Rand Paul y Robert Black no creen en la versión de su propio gobierno. Para el senador Paul el ataque a Siria significa que EE.UU. estaba ahora en el mismo lado que el grupo terrorista EI. «No cabe error aquí. El bombardear Siria significa que EE.UU. está luchando en el mismo lado que el EI», escribió Rand Paul en un artículo publicado en Fox News. El senador por Virginia Richard Black dijo a Press TV: «Creo que no hay ningún motivo para que él (Assad) hiciera esto y creo que es totalmente increíble que esto haya sido llevado a cabo por Siria», dijo Black en una entrevista del viernes. «Creo que la probabilidad de que los sirios lo hayan hecho es del cero por ciento». El senador hizo una advertencia aún más extraordinaria: «La política exterior debe ser impulsada por la lógica y por el intelecto. Y estoy muy preocupado de que nos alejemos de la lógica y el intelecto y simplemente retrocedamos al mismo patrón de llevar a cabo ataques a países del Medio Oriente solo por capricho».

En los últimos días otra voz con peso ha intervenido en este asunto. Los expertos internacionales, entre ellos algunos norteamericanos, de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) confirmaron en el 2013 la destrucción de 10 de las 12 instalaciones de armas químicas en Siria. Las dos únicas que quedaron por neutralizar estaban controladas por los grupos terroristas. Las evidencias señalan que la «supuesta» voluntad de Trump de combatir al terrorismo es imposible de realizar mientras se apoye en países que lo fomentan y financian como Arabia Saudita, Qatar o la Turquía de Erdogan, que vuelve a postularse como aliado norteamericano, en el enésimo quiebro de cintura.

La situación puede derivar rápidamente hacia la escalada militar. De nuevo el mundo parece balancearse en la cuerda floja de una confrontación nuclear. La mayor parte de las fuerzas progresistas se ponen de perfil (IU y el PCE serían una pequeña excepción). Podemos calla. Teme la posible mala imagen pública. El PSOE enmudece o apoya el servilismo del PP. Los destructores que bombardearon Siria salieron del puerto de Rota, eso nos coloca nuevamente en el epicentro de una acción militar de represalia si esa se produjera. El servilismo y la cobardía política vuelven a colocar a España en el ojo del huracán.

Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/siria-gas-sarin-ii-hillary-clinton-gano-las-elecciones-aunque-las-perdiese/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.