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Sobre el Muro de Berlín

Fuentes: Rebelión

El 20º aniversario de la caída del Muro de Berlín ha dado lugar a un intenso operativo de propaganda anticomunista en todo el mundo. El intento de reescribir y deformar la historia, desplegado sistemáticamente desde la derrota del socialismo en Europa, se ha acentuado aún más. La intensidad que adquiere hoy la campaña se explica, […]

El 20º aniversario de la caída del Muro de Berlín ha dado lugar a un intenso operativo de propaganda anticomunista en todo el mundo. El intento de reescribir y deformar la historia, desplegado sistemáticamente desde la derrota del socialismo en Europa, se ha acentuado aún más.

La intensidad que adquiere hoy la campaña se explica, sin duda, por las consecuencias ideológicas que conlleva la grave crisis en curso del capitalismo. Para el imperialismo es urgente agitar el espectro del anticomunismo a fin de bloquear toda aspiración de construir una sociedad distinta. Se trata de imponer la idea que los descalabros que provoca el capitalismo a las grandes masas ciudadanas y, en especial a los trabajadores, deben ser aceptados mansamente porque no hay nada mejor que el capitalismo, este representa el fin de la historia.

El origen del Muro

La construcción del Muro de Berlín es presentada como una decisión unilateral y odiosa de los enemigos de la libertad, en primer lugar de los comunistas, para someter a los pueblos de los países socialistas y en especial al pueblo alemán. La verdadera historia es muy diversa. El origen del muro de Berlín es la consecuencia de la división de la Alemania vencida en la guerra antifacista. Antes del fin de la guerra, los aliados habían consensuado la permanencia de un solo estado alemán en sus territorios ancestrales. Ese estado que debía garantizar que de su suelo no emergieran agresiones y que el facismo no tendría cabida. No obstante, los gobiernos imperialistas, en especial EE.UU. e Inglaterra, promovieron a poco andar planes para dividir Alemania en varios estados (proyectos Morgenthau y Welles). La Unión Soviética de entonces rechazó tales planes. Un dirigente como Stalin, vilipendiado como es conocido, responsable, sin duda, de muchos errores y crímenes, actuó correcta y responsablemente. Enfrentó esas pretensiones afirmando: «Los Hitlers vienen y se van, el pueblo alemán y el estado alemán permanecen».

Sin embargo, la relación de fuerzas existente determinó la división de Alemania por decisión imperialista. Esa resolución fue la primera piedra de la Guerra Fría. Los tres sectores ocupados por las potencias imperiales decidieron unilateralmente la formación de la República Federal (RFA) en 1949. Ante ello se forzó la formación en el este de la República Democrática Alemana (RDA).

Berlín, dividida también en 4 sectores, estaba enclavada en medio de la RDA. El sector que había sido de ocupación soviética se convirtió en capital de la RDA. Los otros sectores fueron adscritos de hecho a la RFA con un status no reconocido por la ONU. Allí se instaló un foco de extrema tensión de la guerra fría.

Poco tiempo después el militarismo imperialista formó la OTAN bajo la égida de EE.UU e incorporó a la RFA. En respuesta a ello, la RDA ingresó al Pacto de Varsovia, acuerdo militar de los países socialistas creado después de la OTAN

La RFA , que pretendía ser reconocida como única representante de toda Alemania, no reconoció a la RDA como estado y usó Berlín para intentar descomponer el estado socialista. Promovió un embargo, estableció campos especiales para empujar la emigración de ciudadanos de la RDA hacia el Oeste drenando personal calificado, diseñó políticas de erosión económica usando un tipo de cambio especial, facilitó una militarización desaforada de Berlín Occidental donde los servicios de inteligencia realizaban permanentes operaciones de desestabilización del «enemigo». Todo esto se llevaba adelante aprovechando el hecho que en ese sector no había frontera estatal entre los dos estados alemanes. Se generaron así momentos de confrontación con riesgos de convertir la guerra fría en guerra pura y simple.

En 1958, la Unión Soviética propuso que Berlín Occidental se convirtiera en una ciudad libre y desmilitarizada, con un status reconocido internacionalmente, con independencia garantizada por todas las partes. El sentido de esta propuesta era superar ese peligroso foco de conflictos. Se instaló una Conferencia en Ginebra en 1959 pero la propuesta fue dejada caer por las potencias occidentales, la RFA incluida.

En medio de ese desarrollo de crecientes tensiones, en 1961, el Pacto de Varsovia, resolvió el establecimiento formal de la frontera entre los dos estados: la RDA y la RFA.

Ese es el origen del Muro: es la instalación de los límites fronterizos entre dos estados, miembros de dos bloques militares enfrentados a los que condujo la guerra fría.

Un político alemán federal, de reconocidas posiciones reaccionarias, Franz Josef Strauss, escribió años después de los hechos. «Con la construcción del muro la crisis, ciertamente de un modo no positivo para los alemanes, pudo decirse no solo bajo control sino efectivamente cerrada».

(Dicho sea al pasar, cuando se habla del muro de Berlín no se menciona para nada que existen otros muros de frontera. No hablo de la Gran Muralla china,que por cierto ya no es muro de frontera. Hablamos de nuestro tiempo. Israel ha construido y continúa construyendo un muro de frontera para consolidar su ocupación de territorios palestinos. EE.UU. avanza hacia el muro de frontera con México. Ningún medio imperial hace mención de ello.)

Una decisión difícil

Los dirigentes de ese entonces de los países socialistas reconocieron que la construcción del muro fue una decisión difícil. Construir una frontera en medio de una ciudad y en su entorno era de por sí duro. A la vez, era evidente que esa decisión constituía el reconocimiento de la debilidad relativa del Pacto de Varsovia respecto de la OTAN.

Si bien disminuyeron las provocaciones, la matriz de la política de la RFA respecto de la RDA cambió poco. Solo 11 años después de erigido el muro la RFA reconoció la existencia del otro estado alemán y estableció relaciones con él y aún así las acciones dirigidas a debilitar el desarrollo de la sociedad alemana del Este y del socialismo en general persistieron.

La confrontación entre socialismo y capitalismo convertía la guerra fría en guerra caliente en amplios sectores del planeta. El uso de la fuerza por los poderes imperiales era persistente. En 1961 EE.UU. organizó la invasión de Playa Girón, en 1963 el Presidente Kennedy decidió la guerra en Vietnam que duró 12 años hasta que el pueblo vietnamita los expulsó de modo humillante; en 1983 Reagan ocupó Grenada; en 1986 él mismo bombardeó Tripoli y Bengasi, en 1989 Bush invadió Panamá, para mencionar solo los casos más conocidos. La contraparte reaccionaba: hubo el ingreso de tropas en Checoslovaquia y antes en Hungría.

Los procesos en el socialismo real.

Esa debilidad relativa que expresaba el Muro de Berlín estaba sin duda vinculada también a los errores e insuficiencias de la dirección política del país socialista alemán y de otros países socialistas.

Se ha pretendido identificar al socialismo con las deformaciones que existieron en su construcción en las condiciones de asedio que se le impuso. Es lo que se engloba en el concepto de stalinismo. Mirada la historia sin anteojeras se puede afirmar sin ambages que el stalinismo es producto no sólo del accionar de una persona o un grupo dirigente sino sobre todo de la persistente agresión de las fuerzas del capital dirigidas a liquidar el socialismo sin prescindir de ningún recurso por inmoral que fuese.

La agresión permanente, abierta y encubierta, empujó la adopción de medidas y formas de dirección que implicaron limitaciones de la democracia socialista. Esas limitaciones perjudicaron sin duda el desarrollo social limitando la creatividad y participación popular en la construcción de la nueva sociedad como también incidiendo en el retardo en el desarrollo de las fuerzas productivas por la concentración de recursos en el enfrentamiento a las amenazas permanentes. Sin embargo, es un hecho indesmentible que los gobiernos comunistas, más allá de errores o insuficiencias, ponían al centro de su actividad la expansión de los derechos sociales de sus trabajadores y sus logros fueron considerables. Lo realizado es una experiencia que no puede ser desechada tanto para recuperar sus valores humanistas como para sacar lecciones de los errores cometidos.

La guerra fría terminó con la victoria del imperialismo. La caída del muro es el símbolo de la derrota de una forma de socialismo existente en Europa y, en realidad, fue una dura derrota del movimiento obrero y comunista internacional y de los movimientos de emancipación en todo el mundo. No fue una victoria de los pueblos y menos del pueblo alemán.

¿Unificación o sumisión? El desastre.

La unificación alemana se llevó adelante por vía de una anexión materializada con extrema brutalidad por los poderes del gran capital. Se trató, en esencia, de una guerra de conquista. El estado occidental creó un ente administrador del patrimonio de propiedad estatal en el Este (Treuhand) con una sola orden: imponer la privatización o decidir la desaparición. Así las empresas fueron vendidas al gran capital a precio vil. Lo que esencialmente compraban los grandes empresarios occidentales eran los portafolios de exportación y, en algunos casos, equipos productivos de alta eficiencia que, en general, trasladaban a sus matrices en Occidente procediendo enseguida al cierre o reducción sustantiva del emprendimiento. Se destruyó todo el sistema de seguridad social que el estado socialista había desarrollado intensivamente en educación, salud, maternidad, protección de la infancia, desarrollo cultural, etc.. El nuevo poder actuó para borrar todo vestigio del socialismo preexistente: una expresión aberrante del odio fue la destrucción del Palacio de República, una inmensa estructura que era un centro de actividad política y sobre todo cultural, calificada como símbolo y que debía desaparecer. Hasta hoy el lugar de su emplazamiento es un sitio eriazo en el centro de Berlín.

Las condiciones de vida que se han impuesto a los «liberados» son mucho peores que las que disponían bajo el socialismo. La infraestructura industrial, técnica y científica de la RDA ha sido destruida. y eso ha significado una precarización extrema de regiones enteras y la cesantía de miles de trabajadores. En las Universidades, los profesores orientales fueron cesados y los occidentales ocuparon todos los lugares (orientales son sólo empleados de servicios y por cierto no todos). Todas las instituciones científicas de la ex-RDA, perfectamente capaces de competir con las del Oeste, fueron eliminadas y con ellas la Academia de Ciencias de la RDA. (Le Monde Diplomatique).

Una expresión emblemática de la nueva situación impuesta en el territorio alemán oriental es que la maffia ha podido sentar reales en territorio alemán: la rama calabresa ha extendido su dominio hacia Leipzig, Erfurt, Eisenach, ciudades de la antigua RDA, como lo ha denunciado el diario Die Zeit en Julio de este año

Los ciudadanos de la RDA conocen hoy la verdadera cara del capitalismo. No es que quieran el retorno puro simple al antiguo sistema, en el que muchos apreciaban defectos e insuficiencias, pero la mayoría (57%) declara que vivían mejor en la RDA que lo que viven hoy día.

La degradación que conlleva el retorno del socialismo al capitalismo no afecta sólo a los habitantes de la antigua RDA. Se reproduce en cada país donde ese proceso resultante de la victoria imperialista tuvo lugar. Se podrían citar infinidad de datos y hechos. Me remito a uno de fuente insospechable. La Universidad de Oxford llevó a cabo un estudio que publicó recientemente la más autorizada revista médica internacional, la inglesa Lancet, que concluye que las políticas de privatización en masa en los países de la ex-URSS y socialistas del este europeo incrementaron la mortalidad en 12,8% en 1989 y 2002, aumento que se concentra casi enteramente en lo hombres en edad de trabajar. Es el resultado de la aplicación frenética de las políticas neoliberales.

Los valores humanistas de la RDA

Los valores humanistas de la RDA los constatamos directamente los chilenos. Miles de perseguidos por los golpistas fuimos acogidos en su suelo, sus familias recibieron todo el apoyo del sistema de seguridad social que la república socialista desarrollaba para su pueblo: trabajo, vivienda, educación, salud. Realizaron operaciones complejas para salvar vidas, entre ellas la de Carlos Altamirano, en riesgo de ser asesinado. En el plano internacional desplegaron iniciativas junto a otros gobiernos para contener la crueldad del régimen y a la vez mantuvieron una representación en Santiago en un proceso que la dictadura debió aceptar. Hoy se puede decir que esa permanencia prestó grandes servicios a la lucha de la resistencia. En ese comportamiento se expresó la consecuencia antifacista de sus convicciones. Es que en la RDA no hubo nunca campos de concentración, sentencias políticas de muerte, detenidos desaparecidos y otras formas de lucha «política» de uso de los imperialistas y sus sirvientes.

La renovada sed de dominio del imperialismo

El fin de la guerra fría del siglo 20 culminó con la implosión de los países socialistas de Europa. Esto no puso fin a las agresiones imperiales sino las intensificó. De ahí en adelante los proyectos de dominación que se habían visto frustrados por la existencia del campo socialista y su apoyo a los pueblos para defenderse de las agresiones imperiales, se desataron. La década de los 90 se estrenó con la guerra del Golfo, la ocupación de Irak, luego de Afganistán y el reforzamiento de la OTAN como un ejércirto internacional de salvaguardia de los intereses imperiales a medida que crecía el saqueo del Tercer Mundo, ahora ampliado con buena parte de los ex-países socialistas. Un símbolo dramático fue el desmembramiento de Yugoslavia a costa de una tragedia para todos su pueblos integrantes con intervención directa de fuerzas militares del imperio. En nuestro continente persiste la agresión a Cuba, se mantiene el embargo económico, se promueven golpes de estado, se instalan bases militares anexando de hecho a países como Colombia para disponer de recursos de control y agresión sobre toda América del Sur.

La conmemoración de la caída del muro es la celebración de la restauración del capitalismo en extensos territorios y un paso para tratar de hacer realidad la tesis del «fin de la historia». Las utopías deben morir para siempre, en primer lugar la utopía comunista.

La necesidad del socialismo sigue siendo una exigencia.

Lamentablemente para los dominadores y sus adeptos las utopías nacen de la realidad y no pueden ser abolidas. Hoy casi la mitad de la humanidad vive por debajo del nivel de miseria. Esto es resultado directo del dominio incontrarrestado del gran capital, de la desigualdad ominosa que le es congénita: el 20% más rico consume el 82,49% de toda la riqueza de la tierra y el 20% más pobre se tiene que sustentar con un 1,6%. Los patrones de consumo que impone esta desigualdad aberrante tiene a nuestro planeta al borde de la catástrofe que significa el cambio climático. ¿Ante estas realidades, se podrá matar el sueño y la lucha por un mundo distinto?

La renuncia a la perspectiva del socialismo sería una tremenda inepcia. Es claro que ese socialismo no consistirá en volver atrás la rueda de la historia. Los que lucharon y sostuvieron el primer empeño por cambiar la sociedad han dejado un legado que no será echado por la borda, son lecciones que se deben recoger para impulsar la construcción de una nueva sociedad y para evitar los errores que permitieron su derrota. Para ver claridad en ese proceso hay que echar a un lado la denigración interesada de los que defienden de manera abierta o encubierta la permanencia del capitalismo y para peor en su forma neoliberal actual que hace hoy más válida que ayer la conclusión de Rosa Luxemburgo: «Socialismo o Barbarie».

 

– Jorge Insunza Becker es miembro de la Comisión Política del Partido Comunista de Chile.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.