«Aunque la mona se vista de seda, ¡en simple mona se queda!» Esopo, Fábulas, siglo VII aC. Cuando días atrás, mientras se celebraba la reunión iberoamericana de presidentes y jefes de gobierno, dos periodistas españolas reportearon a Rafael Correa, el presidente de Ecuador, en la radio de mayor audiencia de todo el país, se […]
Esopo, Fábulas, siglo VII aC.
Cuando días atrás, mientras se celebraba la reunión iberoamericana de presidentes y jefes de gobierno, dos periodistas españolas reportearon a Rafael Correa, el presidente de Ecuador, en la radio de mayor audiencia de todo el país, se sorprendieron que el entrevistado atacara, sin ningún tipo de complejo, a la todopoderosa SIP, la Sociedad Iberoamericana de Prensa. Las periodistas creyeron, en su ignorancia, que se estaba atacando al conjunto de una profesión que en el continente europeo cree de ser la única poseedora de la verdad, tergiversa la realidad sin pudor y difama sin tener consecuencias legales al hacerlo.
Doble error: ni Correa atacaba a la profesión, ni los periodistas son los dueños de ninguna verdad, aunque la calumnien y la tergiversen.
La SIP se crea en 1943 en la ciudad de La Habana y desde sus comienzos estuvo constituida por editores y directores de periódicos y agencias informativas de toda América, Estados Unidos incluidos. En la actualidad reúne a 1300 de ellos. Es decir, representan, lisa y llanamente, los intereses de los grupos económicos propietarios de los medios informativos y no tienen nada que ver con la profesión periodística.
Su historia es más que turbulenta: nunca hizo nada por la defensa de los periodistas o la libertad de expresión y respondió descaradamente a las directivas de los medios norteamericanos que usaron la corporación como medio de culturización de las zonas de habla latina y como auténtica trinchera anticomunista en las décadas de los 60 y 70.
Los medios informativos norteamericano, en aquellos años, servía de correa de transmisión de los gobiernos de turno en Washington que defendía, sin ningún tipo de vergüenza, la conocida «teoría de la seguridad nacional». Esta teoría, preconizaba que las fuerzas armadas de los países latinoamericanos se desentendieran de su misión de defensa fronteriza hasta convertirse en auténticas fuerzas de ocupación que garantizaran el orden interno y combatieran a aquellas organizaciones y movimientos que pudieran, siguiendo el ejemplo marcado por la Revolución Cubana, favorecer la implantación de regímenes de izquierda dentro del contexto de la Guerra Fría.
Esta política generó innumerables golpes de estado con el fin de desplazar a gobiernos democráticamente elegidos y que no estaban dispuestos a reprimir a sus conciudadanos: Uruguay, Chile, Argentina, Honduras, Perú, son sólo algunos de los ejemplos de estas «acciones de guerra» militares, que dejaron en las cunetas y los cementerios miles de muertos, fusilados y desaparecidos.
Las maniobras se orquestaron desde la famosa «Escuela de las Américas», instalada por aquel entonces en la Zona del Canal de Panamá que administraba y controlaba militarmente el gobierno norteamericano y era vox populi, como señaló claramente Correa en el reportaje en cuestión, que la dirección de la misma estaba en manos de la CIA. Por esta escuela pasaron los estados mayores de todos los ejércitos latinoamericanos, y allí se prepararon y se fraguaron las masacres que posteriormente perpetraban en sus respectivos países, escudándose en el otro elemento común que les daba cobertura ideológica: el cursillismo, pensamiento ultracatólico, cercano al Opus Dei.
Incluso allí se creó la llamada «operación Cóndor», que sellaba el compromiso de las fuerzas armadas de diferentes países en la persecución conjunta de activistas y propiciando compartir la información de inteligencia para ello. Todo era válido para conseguir una mayor efectividad en el accionar.
Mientras tanto, ¿qué hacia la SIP? Se constituyó, salvo contadas y honrosas excepciones, en el medio de difusión y defensa de esta teoría. La que pretendía hacer creer a los pueblos latinoamericanos que la Alianza para el Progreso, aquella campaña lanzada y dirigida por John Fitzgerald Kennedy, era una suerte de Plan Marshall a la latinoamericana y que permitió el establecimiento de auténticas bases militares de la CIA en los distintos países. Famosa era la que se asentó, entre alambres de espinos, barreras y soldados yanquis armados hasta los dientes, en las inmediaciones del Parque Nacional de Caaguazú, en la profundidad del monte paraguayo.
Cuando la Guerra Fría acabó y la política norteamericana cambió de rumbo político, permitiendo la aparición de regímenes más o menos democráticos en el panorama de América Latina, la SIP también cambió su táctica. Ahora era la hora de apoyar a los partidos políticos de derecha, manteniendo su vieja ideología de ataque a los movimientos sociales y populares que pudieran servir de germen a partidos de izquierda que, como ocurre en estos momentos, están extendiendo un manto de libertad por el continente.
Si muchas veces se oyen voces en Europa que se quejan de la escasez de medios informativos libres o medianamente objetivos, pueden mirarse en ese auténtico páramo que es América donde los medios tradicionales están conchabados con la política reaccionaria de la SIP. Por eso son constantes las luchas que se libran entre los gobiernos progresistas del continente y los medios de difusión. Por eso las periodistas españolas se confundieron: Europa cree que la sacrosanta libertad de prensa está por encima de la misma verdad. Tenemos que volver a recurrir a las palabras del presidente Correa: «en un estado de derecho no se persiguen personas … se persiguen delitos. Si ese delito lo comete un periodista, ¡qué pena! … difamar … es un delito, que si lo comete un arquitecto, un bombero voluntario, un boy scout o un periodista es indiferente; se persiguen delitos».
La SIP pretende hoy, olvidándose de la negra historia que le precede, convertirse en el adalid de la libertad de prensa y no son más que los mismos perros a los que ni siquiera les han cambiado el collar.
Fuente: http://entretierras.net/2012/