Los triunfos electorales de la izquierda son el sello de identidad de los nuevos procesos revolucionarios en América latina. El único proyecto socialista cuya legitimidad se asienta en la vía insurreccional, es Cuba. Cumple medio siglo de existencia y su andadura ha estado sometida a procesos desestabilizadores. Nacida en el contexto de la guerra fría, […]
Los triunfos electorales de la izquierda son el sello de identidad de los nuevos procesos revolucionarios en América latina. El único proyecto socialista cuya legitimidad se asienta en la vía insurreccional, es Cuba. Cumple medio siglo de existencia y su andadura ha estado sometida a procesos desestabilizadores. Nacida en el contexto de la guerra fría, sufre aún sus consecuencias. Un bloqueo económico, político y comercial, decretado en 1962 por la administración Kennedy, continúa, obstinadamente, siendo el buque insignia de la política exterior de Estados Unidos hacia la isla. El objetivo, aislar, ahogar, y hundir la revolución. Los hechos demuestran que ha fracasado. Pero sus consecuencias han sido devastadoras. Igualmente, se trató de poner fin a la revolución, enviando mercenarios. La invasión de Bahía Cochinos, en 1961, acabó en derrota. En medio, el sabotaje, el boicot internacional, los intentos de asesinato a dirigentes y una feroz campaña de mentiras. Campaña anti-comunista en la cual participan gobiernos, organismos internacionales, partidos políticos, comunicadores sociales, ideólogos, ensayistas y periodistas. La lista es larga. Se ataca por todos los flancos. Pero ahí sigue. Digna y gozando de buena salud. Desde luego no todo es color de rosa, existen contradicciones. La revolución cubana está llena de errores, pero también de aciertos. Es lo que tiene construir un proyecto sin recetario. Los cubanos saben perfectamente cuales han sido sus virtudes y sus defectos. No hace falta darles consejos desde la barrera sobre qué hacer, como caminar y hacia dónde ir. Son mayores de edad y soberanos. Concluida la guerra fría, se le auguró su fin. De ello ha pasado un cuarto de siglo y sigue. ¿Algo tendrá para los cubanos, que la hace perdurar en el tiempo?
En el siglo XXI han surgido otros procesos políticos cuyo horizonte se enmarca en la revolución democrática, socialista y anticapitalista. Comparten haber nacido en los extramuros de la política institucional y ser resultado de una profunda crisis de representatividad de los partidos políticos tradicionales, sumidos en la corrupción y el descrédito. Son los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Si hacemos historia, en Venezuela Carlos Andrés Perez, adalid de la socialdemocracia venezolana y latinoamericana, acabó imputado por malversación de fondos. Para evitar el bochorno carcelario, acabó exiliándose en Estados Unidos. En Bolivia, el ex-presidente Gonzalo Sanchez de Losada, siguió el mismo camino, junto algunos ministros, hoy radica en Estados Unidos. En Ecuador, sucedió otro tanto. Democracia Cristiana y socialdemocracia entraron en crisis. Entre 1996 y 2007, triunfo de Rafael Correa, presidentes corruptos, exiliados y golpistas como Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad, Lucio Gutierrez, Alfredo Palacios o Gustavo Noboa.
Los tres países nadan contracorriente en medio de una marea neoliberal de capitalismo depredador y excluyente. Son la excepción que confirma la regla. Han ganado elecciones, sabotaje, intentos de golpes de Estado, sufrido la ira de las transnacionales y el capital financiero y el acoso de los medios de comunicación social de medio mundo. Una campaña destinada a desprestigiar, caricaturizar a sus dirigentes y desconocer los logros sociales de sus revoluciones. Sólo tienen ojos, oídos y voz para manipular y distorsionar y señalar el carácter populista de sus medidas, son un ejemplo de cómo desestabilizar países.
Sin embargo, su estabilidad está sujeta al mantenimiento del apoyo popular y las políticas sociales redistributivas, así como la inversión pública en salud, educación o vivienda. También del grado de organización y movilización politica. Sin dichas condiciones los proyectos se verán sometidos a un lento y progresivo desgaste, siendo víctimas de una futura derrota electoral. En ello confía la oposición de derechas para desmantelarlos y acariciar nuevamente el poder político.
Seguramente, nadie pude garantizar el destino de los tres gobiernos, menos, si su legitimidad está ligada a la confianza ciudadana, el cumplimiento de sus programas y ganar elecciones de forma recurrente. Por ahora han logrado vencer los obstáculos y las resistencias. Pero las derechas se rearman, aprender, adquieren experiencia, en la retaguardia. Pero también disputan la vanguardia. No esperan pacientemente su turno. Salen a la calle, organizan y utilizan estrategias antes patrimonio de la izquierda. Movilizan y construyen plataformas en todos los espacios de la sociedad civil. Asociaciones juveniles, de género, étnicas, culturales, gremiales, ecologistas, antiabortistas, religiosas o empresariales. Se vuelven protagónicas. No se conforman con negociar en la trastienda. Allí obtenían los réditos políticos. Concertaban con las dirigencias políticas y las élites del resto de partidos los cambios y las concesiones a derecha e izquierda. «Pactos de caballeros».
Los gobiernos de izquierda venezolano, ecuatoriano y boliviano no han caído en esta dinámica. No han traicionado sus programas, lo cual no descarta estas prácticas políticas «ancestrales». Pero dichas «costumbres» no deben hipotecar el futuro en la nocturnidad de pactos espurios. Es por ello que su fuerza se convierte en su gran debilidad. En cualquier momento las mayorías sociales, pueden, cambiar de «opinión». Sobre todos si son acosas, hostigadas y llevadas al agotamiento de la paciencia política. Es decir, desabastecimiento, boicot, mercado negro, etc. Eso tiene ganar elecciones, que también se pueden perder. Sin embargo, no es lo mismo una derrota cuando está en juego un proyecto democrático, socialista y de justicia social. Las derivas son múltiples. Entre ellas, la involución política y pérdida de derechos ciudadanos, étnicos, económicos y culturales. Volver al pasado no es una opción, pero si una posibilidad para la derecha. La involución y la reversibilidad son un factor de riesgo que debe contemplarse si se queremos que los actuales procesos de liberación anticapitalista, soberanía y democracia, no sean un espejismo que se disuelve como un azucarillo en el agua. La pregunta es pertinente, ¿se podrán seguir ganando elecciones indefinidamente?
Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/