Los llamados gobiernos progresistas nos están dejando una compleja herencia política, económica y social, tanto a nivel nacional como continental. Hasta ahora, muchas evaluaciones aparecen predeterminadas desde posiciones ideológicas convencionales. Esto hace que desde las miradas conservadoras se insista en achacarles una larga lista de efectos negativos, mientras que los defensores progresistas sólo ven avances […]
Los llamados gobiernos progresistas nos están dejando una compleja herencia política, económica y social, tanto a nivel nacional como continental. Hasta ahora, muchas evaluaciones aparecen predeterminadas desde posiciones ideológicas convencionales. Esto hace que desde las miradas conservadoras se insista en achacarles una larga lista de efectos negativos, mientras que los defensores progresistas sólo ven avances y aspectos positivos.
Dejando atrás las limitaciones de ese tipo de análisis, es importante cambiar el foco y recolocarlo en los contextos para las izquierdas. Entonces, las preguntas serían si los progresismos actuales permitir profundizar cambios para una renovación de las izquierdas, o por el contrario, están ahora limitándolos.
Este tipo de preguntas parten de reconocer que los progresismos son regímenes conceptual y políticamente distintos de las izquierdas latinoamericanas que les dieron origen años atrás. No son ni una nueva derecha ni neoliberales, pero también son diferentes de lo que podría describirse como la amplia coordinación de izquierdas independientes, democráticas y plurales que florecieron a finales de los años noventa (1).
Establecida esa distinción comencemos por señalar que los progresismos dejan una herencia que afecta tanto a los distintos grupos de izquierda que no comparten sus administraciones, como a los sectores conservadores (derecha o centro-derecha) en la oposición.
Entre estos últimos se vuelve evidente que está en marcha cambia hacia posturas políticas que siguen siendo conservadoras, pero son menos acartonados, aceptan ciertos papeles para el Estado e incluso reivindican instrumentos de asistencia social. Esto no puede sorprender ya que responde a sus intereses en mantener sus espacios de poder, así como a la intención de reconquistar el control del Estado. Tampoco puede sorprender que se transformen, aprendan de sus errores y generen nuevas propuestas, ya que las izquierdas también supieron reformularse a lo largo de la década de 1990. La reciente victoria de Mauricio Macri en Argentina es seguramente un ejemplo de esos cambios. El caso venezolano seguramente es más complejo, ya que en el conglomerado opositor cohabitan grupos que van desde la derecha a la centroizquierda. Los detalles sobre todos estos cambios merecen un artículo separado.
Así como observamos efectos sobre las derechas, de la misma manera existen impactos sobre las izquierdas que se definen como plurales, independientes y democráticas. Para ellas, muy posiblemente, las implicancias son más complejas. Las herencias que dejan los progresismos podrían promover izquierdas que se renuevan, o por el contrario, podrían entorpecerlas. El problema que se observa es que algunos legados progresistas no sólo limitan a esas izquierdas sino que además promueven condiciones políticas que son funcionales a posiciones conservadoras. Sin duda esto es una paradoja, pero debe ser explicada. Además, si el agotamiento de los progresismos persiste, y en algunos países pierden los gobiernos, para esas izquierdas plurales es vital no verse arrastradas en esas caídas, y mantenerse como opciones de renovación.
Un legado progresista
Los distintos gobiernos progresistas cuentan en su haber con unas cuantas transformaciones positivas. Eso no puede ser negado y debe ser celebrado. Entre las más conocidas están haber puesto un límite a la fiebre privatizadora, la recomposición del Estado y ampliado los programas de asistencia social. También es muy importante su legado en proteger sindicatos y potenciar roles ciudadanos y políticos de algunos sectores que estuvieron muy relegados, como indígenas o campesinos. No es el objetivo de este documento analizar en detalle esos aspectos, pero siempre se deben tener presentes.
En cambio, hay otras herencias que están dejando los progresismos que son más problemáticas y deben ser observadas con detenimiento. Un ejemplo desde Bolivia ilustra esta cuestión. El gobierno del MAS está decidido a encauzar y controlar a las organizaciones de la sociedad civil. Escalonan diferentes mecanismos, que van desde la incidencia dentro de grandes federaciones hasta que éstas se dividen, pasando por un nuevo marco legal que exige adhesiones a los planes de desarrollo o ministerios, hasta el hostiga-miento público. Restricciones similares se repiten en Ecuador y Bolivia. En todos esos casos, las voces críticas, cualquiera fuese su contenido o intención, son rechazadas porque ellas le harían el juego a las derechas.
Si estos esfuerzos tienen éxito, ¿cuáles serían sus resultados en un futuro inmediato? La respuesta es clara: desembocaríamos en una sociedad con enormes limitaciones para su autoorganización, un mundo sin voces críticas, con pocas ONGs independientes, y con limitaciones ciertas para el activismo político. Aquí aparece un problema sustancial: el progresismo está imponiendo condiciones por las cuales se acallan las voces independientes.
El asunto que deseo llamar la atención es que este tipo de condiciones han sido el sueño de los partidos conservadores y de los neoliberales más extremos. Es una sociedad sin ONGs, sin política ciudadana, donde sólo es aceptable la palabra oficial del gobierno.
¿Qué pasaría si en uno de esos países el progresismo pierde una próxima elección y es reemplazado por un partido conservador o neoconservador? Ese nuevo gobierno se encontrará en un paraíso: sociedades civiles más débiles y con leyes ya aprobadas para controlarla todavía más. Esos gobiernos conservadores podrán moverse todavía más a la derecha con muy poco gasto político, porque las restricciones a la sociedad civil fueron implantadas por sus predecesores. En cambio, para las izquierdas todo eso son escollos todavía más importantes para organizarse o llevar adelante sus prácticas políticas. Este ejemplo muestra cómo, siguiendo otros recorridos ideológicos, los progresismos nos legarían condiciones que la derecha siempre quiso y que entorpecen cambios hacia la izquierda. No tiene sustento esconderse frente a este problema, o insistir en que estas advertencias son conservadoras. Por el contrario, estamos frente a una dificultad que debe ser asumida y analizada.
Múltiples herencias
Situaciones análogas a la que se acaba de describir se repiten en otros campos. Es posible señalar algunos ejemplos destacados, que sin pretender un examen exhaustivo de esta situación, sirva para precisar este llamado de alerta.
Desde el punto de vista económico y productivo, los progresismos nos dejan economías todavía más extractivistas, con exportaciones más primarizadas e industrias nacionales más debilitadas. La subordinación a la globalización aumentó. Se fortalecen esquemas de negocios y producción muy apoyados por amplios actores empresariales y políticos conservadores. Esto hace que una renovación de las izquierdas deba navegar en aguas más dificultosas para promover alternativas económicas y productivas.
El progresismo ha confundido la redistribución económica, el asistencialismo y el consumismo con la idea de justicia, la que se refiere a un campo mucho más amplio, incluyendo dimensiones como la educación, salud, vivienda, etc. Las compensaciones económicas, sean directas o indirectas, que son útiles para resolver emergencia sociales, también se las ha usado para otros fines muy discutibles, tales como asegurarse adhesión electoral. Esto es una dificultad para unas izquierdas plurales, ya que deberán reconstruir el amplio abanico de las dimensiones de la justicia social, e incluso sumarle los aspectos ambientales.
Ha pasado desapercibido que esos y otros factores han llevado a una profundización de una mercantilización de la vida social y de la Naturaleza. La insistencia en que casi todo puede ser compensado con dinero o medidas sucedáneas, está teniendo un fuerte impacto especialmente dentro de muchas organizaciones campesinas e indígenas, ya que muchos se convierten a esa lógica. Pero ese es un extremo propio del neoliberalismo que las izquierdas originales prometieron erradicar, pero que los progresismos derivados sólo pudieron reforzar.
También debemos mencionar la herencia que dejan los progresismos en materia de corrupción. Recordemos que la izquierda de fines del siglo XX siempre denunció la corrupción de los gobiernos conservadores y neoliberales, y que insistió hasta el cansancio en que una vez en el poder combatiría ese flagelo. Sin embargo, la corrupción reapareció, y la sensación de muchos es que los progresismos abandonaron el combate frontal, cayendo en una somnolencia de tolerarla como si fuera una fatalidad inherente a nuestros pueblos. Algunos analistas incluso esgrimen como defensa decir que como «todo» el sistema político es corrupto, no mucho se les puede reclamar a los progresistas que cayeron en esas prácticas. Otros analistas callan ante políticos y funcionarios públicos que se han convertido en millonarios.
Desde el punto de vista de las izquierdas independientes la situación es clara, y se debe retomar con toda energía el combate a la corrupción, bajo cualquier forma y por cualquier persona. No será sencillo porque es un flagelo extendido y que mucha gente aprovecha o tolera. Pero el remedio es claro: a los que les gusta mucho la plata hay que correrlos de la política, sentenciaba «Pepe» Mujica, y tiene mucha razón.
Otra herencia progresista es un entramado político que, paradojalmente, está más debilitado. Por ejemplo, en Bolivia, Ecuador y Venezuela, los progresismos no han construido estructuras partidarias robustas, sino que se rodean de agrupamientos muy laxos, en buena medida sostenida por funcionarios estatales, donde prevalece el culto personalista al presidente. Además, se enfrentan denuncias de irregularidades electorales o constitucionales, la judicialización de líderes sociales, represiones policiales o militares a manifestante o en comunidades locales.
Incluso se ha devaluado la palabra empeñada, prometiéndose un día una cosa para incumplir o defender lo opuesto días más tarde. Se podrá decir que ese es un tema menor, pero en verdad ha alcanzado tales niveles que contribuye a erosionar los imaginarios sobre la política, reforzando preconcepciones tales como «todos los políticos son mentirosos». Tal vez sea exagerado pedir que todos los políticos sean coherentes, pero al menos podría acordarse de que una verdadera izquierda debería tener exigencias más altas.
Un paso más en esta dirección es que últimamente los progresismos incluso atacan la idea misma de política. Por ejemplo, en Bolivia y Ecuador, cuando el gobierno se enfrenta a alguna movilización ciudadana que no le gusta, la cuestiona diciendo que hacen «política» como si esto fuera muy negativo. Se deslegitiman de esta manera, las expresiones políticas en su sentido más amplio. Paralelamente, los progresismos nos dejan en situaciones de enfrentamiento con ciertos movimientos ciudadanos, como indígenas o ambientalistas.
Estos son ejemplos de condiciones que también son funcionales a las posturas conservadoras (no podemos olvidar el extremo neoliberal que negaba a la política en sí misma). A medida que los progresismos avanzan en ese camino más se diferencian de las izquierdas que le dieron origen. Pero a la vez, dejan contextos políticos que hacen todavía más difícil una renovación desde esas izquierdas.
Comenzar a plantear balances
Es evidente que los progresismos dejan herencias que deben ser examinados con atención. En este breve texto se comparte apenas un ensayo preliminar que debe ser refinado. Lo importante es avanzar en esta tarea con rigurosidad (y también generosidad), ya que algunos legados son positivos, y deben ser felicitados y aprovechados. Se debe determinar si esos efectos positivos prevalecen, y nos dejan en mejores condiciones para un relanzamiento de las izquierdas, especialmente en aquellos países donde los conservadores puedan retomar los gobiernos.
El problema es que hay otros legados que son funcionales a las políticas conservadores, con lo cual traban una renovación de las izquierdas y a la vez alimentan el agotamiento político progresista, aumentando las chances de una reconquista del poder desde la derecha. Es necesario identificar de la mejor manera posible esas herencias, caracterizarlas y sopesar sus implicaciones para el futuro.
Reflexiones de este tipo no son un lujo académico, ni una expresión conservadora. Son, por el contrario, indispensables para entender mejor las circunstancias que nos rodean, para nutrir prácticas que nos pongan a salvo de retrocesos conservadores y favorezcan las alternativas comprometidas hacia la izquierda. Dicho de otra manera, es la izquierda plural la que debería ser la más interesada y necesitada de desentrañar las herencias que deberá enfrentar.
(1) La identidad del progresismo, su agotamiento y los relanzamientos de las izquierdas, Eduardo Gudynas, Rebelión, 8 octubre 2015.
Una primera versión de este artículo se publicó en el portal Nodal (Argentina).
Eduardo Gudynas (Montevideo) es investigador en temas de desarrollo; twitter: @EGudynas
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.