Las elecciones que tendrán lugar el domingo no pasarán a la historia como un hito en la consolidación de la democracia sueca, que supone entre otros presupuestos imprescindibles, la participación popular. La ciudadanía ha contemplado desde el sofá del cuarto de estar las entrevistas y debates, casi siempre tediosos de los candidatos. Los medios mayoritariamente […]
Las elecciones que tendrán lugar el domingo no pasarán a la historia como un hito en la consolidación de la democracia sueca, que supone entre otros presupuestos imprescindibles, la participación popular. La ciudadanía ha contemplado desde el sofá del cuarto de estar las entrevistas y debates, casi siempre tediosos de los candidatos. Los medios mayoritariamente concentrados en poder de tres grupos familiares, y por tanto de derecha, han contribuido «con el gasto» y con abundante información y sobre todo desinformación, sobre el evento. Los medios han ocupado el papel del pueblo.
Con una particularidad esta vez, que refleja el proceso de descomposición de nuestra democracia, libertad de expresión, objetividad, bl bla bla: el public service, radio y televisión, financiados por todos los ciudadanos, que tiene el mandato expreso, además de la obligación moral de servir a la comunidad una información imparcial, se convirtió en una desvergonzada e irrespetuosa «oficina de propaganda» del llamado bloque «burgués».
Lo curioso es que casi nadie levantara una voz de protesta por ello. No hace al caso que la mayoría de la propaganda realizada para perjudicar al actual gobierno y especialmente al primer ministro Göran Persson, estuviera fundada en hechos ciertos. (Nadie habrá hecho tanto como el propio Persson para una eventual victoria de la Alianza burguesa). El problema es que los muchachos(as) de la tele y la radio usurparon, con menosprecio e irrespetuosidad, el papel que les corresponde a los ciudadanos. No le aportaron los hechos para que estos reflexionaran y decidieran. Le dieron el bocado ya masticado y con los ingredientes que, implícitamente favorecían a una parte. Porque en ningún caso alertaron, cuando criticaban por ejemplo, determinados aspectos de la atención de la salud, que el «remedio» que se trae entre manos la derecha «burguesa», las privatizaciones, será mucho peor que la enfermedad. Que la «flexibilización» que propone la inefable Maud Olofsson para combatir el paro es igual a contratos basura y superexplotación. O cuando denuncian que fueron las presiones de Estados Unidos las que obligaron al gobierno a intervenir en el caso Pirata Bay no dicen que un gobierno «burgués» empujará a Suecia a la OTAN y se subordinará todavía más que el de Persson a los intereses del imperio en descomposición. Y que nuestros jóvenes serán carne de cañón como lo están siendo ya en Afganistán, en aras de la locura chapucera de la camarilla que mueve a Bush. (Es interesante al respecto leer un artículo firmado por Gunilla Persson, la misma que tuvo un «olvido» de 45 000 coronas en su declaración de impuestos, futura ministra de Exteriores de un gobierno «burgués», sobre Bush y la guerra contra Irak, publicado en Svenska Dagbladet poco después de la invasión).
La inmoralidad de unos se magnificaba, la de otros se minimizaba o simplemente se ignoraba. Se ensalzaban las propuestas de una parte, se «levantaba» con entrevistas permanentes a determinados «líderes», el demócratacristiano entre otros, cuyo partido estaba en riesgo de no alcanzar el mágico 4% para llegar al Parlamento, y se hostigaba a otros. Se buscó dividir permanentemente aprovechándose de «disidentes» de convicciones light o movidos por personalismos mezquinos, en el Partido de Izquierda. De la misma manera que en política exterior han apoyado a Bush y su pandilla, a Israel y su terrorismo de Estado. Las elecciones dirán hasta qué punto esta manipulación surtió efecto. Lo cierto es que el descrédito de los medios corre parejo con el de los políticos. Sobre todos los jóvenes son los más escépticos.
Los grandes temas del país, en un planeta interdependiente, fueron ignorados por la mayoría de los candidatos. Principalmente los más acuciantes: el deterioro del ecosistema, la política exterior y el crimen organizado que ya constituye un poder paralelo al de los Estados nacionales. Y que como ya se vio en el desastre del Katrina en Nueva Orleans, pueden sembrar un caos incontrolable, agregado a la tragedia.
Es previsible que el descrédito se refleje en la baja participación de votantes, un fenómeno palpable índice de descreimiento en el sistema. Más grave aun se anuncia el crecimiento de agrupaciones neonazis y xenófobas que ya tienen presencia en varias comunas y que no se descarta, alguna de ellas podría llegar al Parlamento. Muchos han acariciado el garrote con el que van a ser castigados algún día.