Dos décadas de neoliberalismo a fuego más o menos lento pero inexorable bajo administraciones predominantemente socialdemócratas llevaron a que la «Alianza por Suecia» devolviese al poder a la derecha rancia en las elecciones de septiembre de 2006. El partido Moderado (ex-conservador) ahora convertido en El Nuevo Partido Moderado logró una votación de 26,23 por ciento, […]
Dos décadas de neoliberalismo a fuego más o menos lento pero inexorable bajo administraciones predominantemente socialdemócratas llevaron a que la «Alianza por Suecia» devolviese al poder a la derecha rancia en las elecciones de septiembre de 2006. El partido Moderado (ex-conservador) ahora convertido en El Nuevo Partido Moderado logró una votación de 26,23 por ciento, su mejor resultado desde 1928 cuando entre otras cosas se caracterizaba por su reluctancia hacia la democracia y el voto de las mujeres.
A más de dos años de estar en el gobierno, y luego del descubrimiento a fines de marzo de que la presidenta del sindicato socialdemócrata Anja Lunby-Wedin había concedido una fabulosa jubilación de 32 millones de coronas (2,9 millones de euros) al director del fondo de pensiones Christer Elmehagen, el Nuevo Partido Moderado alcanza el respaldo de un 35 por ciento de la opinión convirtiéndose en el más grande del país y desplazando a la socialdemocracia de su histórico lugar.
El Nuevo Partido Moderado, también convertido por obra y arte de los más avanzados métodos de mercadotecnia en el Nuevo Partido de los Trabajadores, dirige una sociedad que aparentemente resignada acepta el ingreso de Suecia a la OTAN, la energía nuclear, privatizaciones por 50 000 millones de coronas al año, ataques masivos al derecho de organización sindical, una agenda antiinmigrante calcada de la de los partidos neofascistas y el otorgamiento de facultades para que el estado intervenga las comunicaciones electrónicas de sus ciudadanos sin demasiados trámites engorrosos propios de un estado de derecho.
Pero estos cambios no se han hecho sin resistencias. Han habido huelgas y manifestaciones, ocupaciones y recolectas de firmas. También han habido quemas de contenedores de basura en los suburbios de algunos centros urbanos. Han habido grandes despliegues policiales, así como foros sociales y campañas de solidaridad internacional al tiempo que una multitud de activistas envía todos los días notas de opinion a los grandes medios que rara vez son publicadas. Sin embargo, la ofensiva continúa a pesar de la resistencia y a pesar de la crisis global capitalista.
Afiches con el maternal rostro de la actual dirigente del partido socialdemócrata Mona Sahlin, que encabeza una coalición de socialdemócratas, verdes á la Joscha Fischer e izquierdistas en oposición a la derecha gobernante difunden el mensaje de que «los desempleados necesitan educación y no asistencia social». Hay oficialmente 385 000 personas sin trabajo en el país, 33 por ciento más que hace un año y un 8 por ciento de la población económicamente activa. Según el ministro de finanzas, el desempleo llegará al 12 por ciento en los próximos dos años. Ante esta situación, la visión de la alianza opositora es «una sociedad en la que exista seguridad para el cambio, en la que las personas se atrevan a dar el paso de educarse y abrir empresas por cuenta propia».
La oposición al actual gobierno, que también repite como mantra aquello de la lucha contra la inflación, de respetar los balances macroeconómicos y de que «aquel que está endeudado no es libre», no pretende ser una oposición creíble al neoliberalismo. Esta no es la crítica de una mente calenturienta. Es la que un socialdemócrata de izquierda como Göran Grejder, desconsolado, esta semana formulaba en una crónica publicada por el diario Metro.
El presidente del partido Suecodemócrata (neofascista, sionista e islamofóbico) asegura en los medios que su organización «descansa sobre una sana base antirracista» y la ministra del sector empresarial Maud Olofsson anuncia un proyecto para «promover un debate sobre la importancia de que hayan más mujeres en las juntas directivas de las empresas». La ministra de integración Nyamko Sabuni anuncia en los medios que Suecia se unirá al boicott de los EE.UU., Canadá e Israel contra la conferencia de las Naciones Unidas sobre el racismo de esta semana en Génova. Suecia no puede, explica la ministra, «legitimar fuerzas antidemocraticas que sospechamos podrían secuestrar la conferencia» que se espera critique la ocupación israelí en palestina, la islamofobia, la esclavitud y el colonialismo.
Si así es el tono de la derecha en el gobierno y fuera de él, las cosas no están mucho mejor entre las fuerzas parlamentarias que se le oponen. Por ejemplo, el líder del partido de izquierda Lars Ohly no ha tenido empacho en visitar el norte de Irak ocupado a fines del pasado año, ni en prestar su firma para endorsar campañas anticubanas promovidas por los intereses más reaccionarios. Su partido es también tocado por la fuerza de la ofensiva ideológica derechista.
Pero no es sólo a nivel de la política internacional que el partido de izquierda ha retrocedido para poder encajar en una alianza con los socialdemócratas y los verdes. En una carta de renuncia a la directiva del partido publicada a fines de enero, el dirigente Anders Neergaard explica que «de ser el único partido en el parlamento que se opone a la Unión Europea, hemos pasado a una alianza con un partido positivo hacia la UE (…) y un partido que en el otoño pasado se volvió positivo hacia la misma. En las elecciones de junio (al parlamento europeo) se corre el riesgo de que el partido Suecodemócrata obtenga buenos resultados y que nuestra posición se debilite al identificársenos con un establishment positivo a la Unión».
La opinión de Neergaard es compartida por cada vez más compañeros de organización, sobre todo en lo que respecta al hecho de que, como él mismo lo explica en su carta, «los acuerdos (con la socialdemocracia y los verdes) implican que aceptamos esconder nuestra política económica que hasta ahora argumentábamos había sido una alternativa a los marcos neoliberales que imposibilitan realizar una política de mayor justicia social».
Fuera del parlamento y a la izquierda, las resistencias se multiplican aunque con crónicos lastres de sectarismo y divisiones que abarcan desde encontradas concepciones en cuanto a métodos de lucha, el papel de la política y del estado, hasta diferentes diagnósticos sobre la situación del país y culturas políticas diversas. Intentos, como los inspirados en la experiencia francesa de formación de una partido anticapitalista, deben aún probar si son capaces de movilizar a amplios sectores de estas resistencias y, lo que es aún más importante, a las amplias masas que ven lo que pasa, aprietan el puño dentro del bolsillo, murmurando su descontento en los términos ofrecidos por el sistema de indoctrinamiento mediático.
Suecia hoy en día es un país de neoliberlismo sin neoliberales, racismo sin racistas y patriarcado sin patriarcas. El feo mote de «neoliberal» se ha transmutado en «responsabilidad económica», el racismo se ha convertido en «lucha contra el antisemitismo» y los derechos de las mujeres se han trocado en su derecho a ser capitalistas y/o antimusulmanas.
A mediados de la década de los 80’s, el asesor de la patronal sueca Patrik Engellau escribía en un famoso memorándum: «Necesitamos una nueva interpretación de la realidad que haga que las cosas encajen en su lugar, porque el fundamento más sutil del poder es el control de los conceptos y de la percepción de dicha realidad. La dominación ideológica es más segura que la ejercida con la ayuda de los tanques de guerra y las bayonetas. Aquel que obtenga la superioridad sobre la manera de interpretar de la realidad, tendrá el poder». Cincuenta años antes, a inicios de la década de los 30’s Jarl Hjalmarsson, uno de los fundadores del partido Moderado , escribía que el pensamiento de la derecha debería «desgastar la ideología democrática y reemplazarla por sus propios conceptos positivos». Hoy la empresa ha sido completada con inusitada maestría.
Entre 1985 y 2005, las ganancias de los capitalistas se habían más que triplicado y los accionistas, que en 1983 se repartieron 17 mil millones de coronas, a inicios del milenio se estaban repartiendo 135 mil millones. Una décima parte de la población, en su mayoría hombres blancos y muy suecos, controla el 86 prociento del capital accionario. En la década de 90’s la Suecia de los derechos de las mujeres pasaba a liderar la liga europea en lo que respecta a diferencias salariales entre los sexos – a favor de los hombres.
La ironía de las cosas es que la conquista total por el gran capital sobre de la superestructura ideológica del país se corresponde con una crisis estructural del modo de producción que sustenta su hegemonía. Por el momento, las fuerzas del fascismo están a la ofensiva. ¿Podrá la izquierda reagruparse y devolver el golpe? Una cosa es segura: A la sociedad de Ingmar Bergman, Olof Palme, ABBA y Zlatan Ibrahimovic le espera un amargo despertar.