El viernes 20 de febrero, Syriza y la Troika llegaron a un acuerdo de última hora. Lo que le siguió fue, por decir lo menos, extraño. El gobierno griego y gran parte de la izquierda europea proclamaron que el acuerdo era una victoria, con la que se compraban cuatro meses de tiempo para implementar el […]
El viernes 20 de febrero, Syriza y la Troika llegaron a un acuerdo de última hora. Lo que le siguió fue, por decir lo menos, extraño.
El gobierno griego y gran parte de la izquierda europea proclamaron que el acuerdo era una victoria, con la que se compraban cuatro meses de tiempo para implementar el programa radical de Syriza y luego poder dar un «salto estratégico» en las negociaciones de junio y romper definitivamente con la austeridad. Incluso los comentaristas amistosos que aceptaban que a la luz de las promesas de campaña de Syriza el acuerdo con la UE parecía bastante thatcheriano insistían en la idea de una concesión táctica para implementar el programa radical y, en junio, sacar las garras: reculer pour mieux sauter.
El resto del mundo, empezando por Alemania, hacía un balance bastante más oscuro de las negociaciones. «Gran triunfo para Schauble» (el ministro de finanzas teutón), leía el ocho columnas de uno de los principales diarios alemanes al día siguiente. Este mismo declaró que no sabía cómo Syriza iba a presentar el acuerdo ante sus electores sin provocar una andanada de ira. La respuesta la hemos visto ya: el gobierno griego, en una demostración de dialéctica sin par en tiempos recientes, invirtió los contrarios y pasó lo que a todas luces es una apabullante derrota como una victoria o, en el peor de los casos, una «concesión táctica».
Alemania comprendió mejor que cualquier otro estado lo que estaba en cuestión en las negociaciones: otra muestra de que ha sonado la hora de una nueva potencia hegemónica europea. Lograron imponer su discurso, y al hacerlo ganaron la batalla de antemano. Lo esencial de la crisis europea no es la cuestión económica de la deuda/déficit, sino la cuestión político-social de las reformas neoliberales. Hay un vínculo entre las dos, por supuesto, pero no es directo; la discusión sobre la primera oscurece la segunda.
Lo realmente importante para los líderes del consenso neoliberal europeo no es que se pague la deuda religiosamente: los griegos están tan endeudados que el pagamento del valor total de los préstamos es una ficción aritmética. La cuestión de la implementación de las reformas, las privatizaciones y la compresión de los salarios es el alma del neoliberalismo -a su vez, precondición para el pago de la deuda-, y es la línea roja que Alemania no va a cruzar. Por eso, la principal concesión que Syriza obtuvo de la Troika (aparte de cambiarle el nombre a esta última por el título kafkiano de «las instituciones») fue precisamente el relajar el excedente presupuestal para pagar la deuda.
Ahora bien, este último punto no es menor: ese 2 por ciento del PIB que Syriza no tendrá que exprimir puede significar escuelas, hospitales, infraestructura, etc. Pero este relajamiento presupuestal, recordémoslo, será llevado a cabo dentro de las estructuras del neoliberalismo, que tiene que continuar. La dirección de las reformas determina el uso que se le podrá dar a ese dinero: esos millones de euros tendrán que ser inyectados en los poros de la austeridad y en función de ésta; en cualquier caso no contra ella.
Pero vayamos todavía más lejos. La Troika no sólo sabe que Grecia nunca pagará la deuda completamente: la Troika no quiere que Grecia pague su deuda. Parafraseando a Slavoj Žižek, el objetivo de prestarle dinero a alguien no es recibir el dinero de vuelta con un margen de ganancia, sino mantener al deudor en situación de subordinación y dependencia. Esa es la función de la deuda pública en el capitalismo moderno.
Alemania no es un acreedor y ya, es el hegemón de Europa, y su dominación pasa por extender su modelo exportador, dependiente en los bajos salarios y la disciplina fiscal, al resto del continente. En el contexto de ese proyecto de largo plazo, las modalidades específicas del pago de la deuda griega son secundarias.
Eso fue lo que Syriza nunca entendió. Importantes economistas como Krugman vieron estos dos puntos porcentuales de excedente como una gran victoria. «Si estás enojado porque las negociaciones no llevaron a un cuestionamiento general de la austeridad [escribía recientemente este último], no estabas poniendo atención».
La democracia, recordémoslo, no consiste simplemente en discutir libremente, sino en decidir qué se discute. El gobierno griego siguió la agenda alemana, ganó algunos puntos, pero perdió la batalla estratégica. Mejor dicho, fue derrotado sin luchar. Es un signo de la pobreza ideológica y la confusión estratégica de la izquierda anti-austeridad el haberse puesto, desde el principio, objetivos tan bajos: el haber descartado una ruptura con la UE siquiera como amenaza en la negociación.
Al dejar en su lugar las estructuras neoliberales heredadas de los gobiernos anteriores, el excedente presupuestal se les escapará como agua entre los dedos. Veamos cómo reacciona el pueblo griego, que ya echó a varios gobiernos pro-austeridad al neoliberalismo versión Syriza.
Aparecido originalmente en http://www.elbarrioantiguo.
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