La idea de derrocar gobiernos por la fuerza es tan antigua como la política. Tiene su origen en los complots para sustituir a la clase dominante por otra nueva y triunfa o fracasa en virtud del sistema de alianzas nacionales e internacionales que los apoyan.
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La tarea de transformar la realidad conlleva la concentración del mundo en una concepción íntima que da la personalidad a los individuos, personalidad que les hace destacarse.
La profesora argentina Silvia Beatriz Adoue, magíster en Integración Latinoamericana, doctora en Letras de la Universidad de São Paulo y docente en la Escuela Nacional Florestan Fernandes del MST , sostiene que “el régimen Ortega-Murillo ejerce una forma descarada de violencia, de extractivismo, de disciplinamiento de los territorios y de la clase trabajadora”. Defiende la importancia de vincular las luchas por las libertades democráticas en Nicaragua con las que combaten el extractivismo.
La izquierda del continente se fue distanciando gradualmente del régimen, a tal punto que ninguna fuerza o personalidad significativa lo defiende y el gobierno Ortega-Murillo está ausente en las cumbres y reuniones regionales para evitar la condena. Comprender las razones de la conversión de la revolución en dictadura está siendo sin embargo una empresa más compleja, aunque se evidencian algunos avances.
El día 17 (marzo de 1924) New York Times se hacía eco de la llegada de nuevas tropas a Nicaragua:
La liberación de los presos políticos de Nicaragua y su envío a Estados Unidos no obedece a un gesto de humanidad por parte del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Es, más bien, el correlato de un gobierno autoritario que se siente cercado y busca alguna forma de normalización.
Por enésima vez, la dictadura Ortega Murillo ha exhibido su doble moral, la inconsecuencia absoluta entre lo que predica y lo que hace, su obsesión y sed de poder, sus propósitos represivos y su naturaleza mentirosa y oportunista.