Una vez fuera de su cargo [de presidente de EE.UU.], Jimmy Carter tuvo el valor de denunciar la “abominable opresión y persecución” y la “estricta segregación” del pueblo palestino en Cisjordania y Gaza en su libro de 2006 “Palestina: Paz, no apartheid”.
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Al aceptar participar en “el proceso de paz” en evidentes condiciones de desigualdad de fuerzas con respecto al Estado ocupante, la OLP debería haber sido consciente de que ello solo le llevaría a doblegarse ante su adversario.
Traducido por Silvia Arana para Rebelión
Nunca ha habido un momento más difícil para hacer análisis político y mediático que ahora. La clase dirigente occidental se aleja cada día más de la realidad. Sus prioridades son tan invertidas, tan obscenas, que la respuesta más apropiada es el ridículo.
La última batalla de Yahya Sinwar ha dejado al descubierto la debilidad de Israel, exponiendo la verdad sobre su “heroico ejército” que sólo sobrevive manteniéndose a distancia y protegiéndose tras maquinaria blindad, incapaz de enfrentarse a sus enemigos cara a cara.
La plétora de horribles estrategias de crímenes de guerra de Tel Aviv –desde la Directiva Aníbal hasta la Doctrina Dahiyeh– no fue nada comparado con el peligro existencial al que se enfrenta la población palestina bajo el nuevo Plan de los Generales de Israel: un plan sistemático de limpieza étnica y reasentamiento judío en la Franja.
La llave para una desescalada es un alto el fuego en Gaza y acuerdos de paz con el fin de la ocupación ilegal. Pero Israel apuesta por la vía de la fuerza militar, porque en ella puede evitar sus obligaciones. Así ha ocurrido a lo largo de las décadas.