Un terremoto está por asolar a Europa. No es detectable en los sismógrafos convencionales porque tiene un tiempo de desarrollo atípico. No ocurre en segundos sino en años o tal vez en décadas. Consiste en la convulsión social y política que va a resultar de la destrucción progresiva del llamado modelo social europeo – una […]
Un terremoto está por asolar a Europa. No es detectable en los sismógrafos convencionales porque tiene un tiempo de desarrollo atípico. No ocurre en segundos sino en años o tal vez en décadas. Consiste en la convulsión social y política que va a resultar de la destrucción progresiva del llamado modelo social europeo – una forma de capitalismo muy diferente de la que domina en Estados Unidos – asentado en una combinación virtuosa entre elevados niveles de productividad y elevados niveles de protección social, entre una burguesía comedidamente rica y una clase media comedidamente media o remediada; en la eficacia de servicios públicos universales; en la consagración de un derecho de trabajo que, por reconocer la vulnerabilidad del trabajador individual frente al patrono, confiere niveles de protección de derechos superiores a los que son típicos del derecho civil; al acogimiento de emigrantes basado en el reconocimiento de su contribución para el desarrollo europeo, y de sus aspiraciones a la plena ciudadanía con respeto por las diferencias culturales.
La destrucción de este modelo es crecientemente comandada por las instituciones de la Unión Europea y por las orientaciones de la OCDE. Tres ejemplos recientes e ilustrativos. La directiva europea que permite la extensión de la semana de trabajo hasta las 65 horas. La llamada directiva de retorno, aprobada por el Parlamento Europeo, que permite la detención de inmigrantes indocumentados hasta dieciocho meses, incluyendo niños, lo que virtualmente crea el delito de inmigración. Las alteraciones al Código de Trabajo en vías de ser aprobadas en nuestro país, cuyos principales objetivos son: disminuir los niveles de protección al trabajador consagrados en el derecho al trabajo, ya de por sí disminuidos por los niveles de violación consentida; transformar el tiempo de trabajo en un banco de horas administrado según las conveniencias de la producción por mayores que sean las inconveniencias causadas al trabajador y a su familia y con el objetivo de eliminar el pago de las horas extraordinarias; desarticular el movimiento sindical a través de la posibilidad de adhesión individual a las convenciones colectivas por parte de trabajadores no sindicalizados, lo que objetivamente abre las puertas a todo el sindicalismo dependiente y de conveniencia.
Tienen en común estas medidas dos hechos que escapan por ahora a la opinión pública. Lo primero es que, al contrario de lo que aconteció en la legislación europea anterior (que procuró armonizar con los estándares de los países con protección más elevada), la actual legislación se propone armonizar por lo bajo, transformando a los países más represivos en ejemplos a seguir.
El segundo hecho es el objetivo de hacer converger el modelo capitalista europeo con el norteamericano. El espejismo de las elites tecno-políticas europeas – muchas de ellas formadas en universidades norte-americanas – es que Europa sólo podrá competir globalmente con Estados Unidos en la medida en que se aproxime al modelo de capitalismo que garantizó la hegemonía mundial de este país durante el siglo XX.
Se trata de un espejismo porque concibe como las causas de la hegemonía norteamericana lo que los mejores economistas y científicos sociales de Estados Unidos conciben hoy como las causas del declive de la hegemonía norteamericana, fuertemente acentuado en las dos últimas décadas.
La transformación del trabajador en un mero factor de producción y la transformación del inmigrante en criminal o ciudadano-fachada, vaciado de toda su identidad cultural son las dos fracturas tectónicas donde se producirá el terremoto social y político que va a asolar a Europa en las próximas décadas.
Van a surgir nuevas formas de protesta social, muchas de ellas desconocidas en el siglo XX. La vulnerabilidad del Estado será visible en muchas de ellas, tal como aconteció con la huelga de camioneros, vulnerabilidad reconocida por un primer ministro cuya eventual ignorancia de la historia contemporánea fue compensada por la intuición política: fue la huelga de camioneros la que precipitó la caída del gobierno de Salvador Allende.
¿A quién beneficiará el fin de un sindicalismo independiente y el agravamiento caótico de la protesta social? Exclusivamente al Club de los Billonarios, los 1125 individuos cuya riqueza es igual al producto interno bruto de los países donde vive el 59% de la población mundial.
*Traducción*: Reinaldo Iturriza López
http://saberypoder.blogspot
Publicado originalmente el 3 de julio de 2008 en:
*Visão*
http://aeiou.visao.pt/Opiniao