Recomiendo:
0

Crónica desde Tegucigalpa

Terror en las noches de Honduras

Fuentes: Rebelión

En las noches de Honduras impera el terror. La dictadura ha convertido Honduras en una inmensa cárcel donde las noches son aprovechadas por jaurías de policias y militares que allanan, torturan y saquean. De noche en Honduras lo que recorre las calles es el terror con botas, cascos y uniformes. Vehículos con militares y policías […]

En las noches de Honduras impera el terror. La dictadura ha convertido Honduras en una inmensa cárcel donde las noches son aprovechadas por jaurías de policias y militares que allanan, torturan y saquean.

De noche en Honduras lo que recorre las calles es el terror con botas, cascos y uniformes. Vehículos con militares y policías encapuchados patrullan las calles en las noches disparando contra los barrios y casas. Salen a toda velocidad de las comisarías para regresar al poco tiempo con las camionetas repletas de ciudadanos golpeados, humillados, sangrantes…

La noche con toque de queda es el escenario preferido por los sabuesos. El toque de queda, sin garantías constitucionales, sin cámaras de televisión ni multitudes en las calles, es el momento que aprovechan los perros de la dictadura para sembrar el terror. Anoche pudimos recorrer varios barrios (colonias) y esto fué lo que vimos:

Nos avisan que en una de las escaleras de un barrio un comando policial llegó de forma intempestiva y van a allanar una vivienda. Se trata de la casa de una pintora muy conocida en el vecindario. Al doblar de una escalera 8 policías como gatos en la oscuridad rodean la casa. La casa está pintada de rosado y tiene un grafitti contra el golpe en la fachada. Los policías golpeaban la puerta con palos. Rompen los vidrios de la ventana. Uno de los policias con una bomba lacrimógena en mano calcula el ángulo para lanzarla adentro de la casa. El vehículo identificado como Policía Nacional los espera en la parte de abajo de las escaleras. El policía que conduce, da la voz de alerta de que un grupo de periodistas los estamos grabando. El jefe de la operación (subcomisario García) nos tapa el lente de una de las cámaras. Otros se tapan el nombre cosido en su chaleco. Hay vecinos que abren sus puertas y ventanas confiados en la presencia de la prensa internacional y les gritan, los denuncian. Los policías tratan de replegarse. El policía identificado como García se justifica argumentando que él vive en ese vecindario y que no soportaba que su vecina hubiese pintado en la fachada: «GOLPISTAS: EL MUNDO LOS CONDENA», «VIVA MEL». Ese fue el argumento del funcionario para desatar el terror contra una humilde mujer. Miembros de organizaciones de Derechos Humanos y del Frente de Abogados contra el Golpe se hacen presentes y los policías huyen acosados por la denuncia. La mujer, que temerosa al fin abrió la puerta, también salió del barrio. Fue a dormir a un lugar seguro, ante la amenaza de que volviesen a por ella más tarde.

Un joven como de 20 años camina por una calle oscura en plena noche. Tiene el rostro bañado en sangre y una herida en la frente de unos 5 centímetros. Va descalzo. Nos explica: estaba en la puerta de su casa cuando una camioneta de la policía apareció en su calle y sin mediar palabra se bajaron y le golpearon entre varios. Lo tiraron encima de la camioneta y arrancaron con él. Mientras daban vueltas y lo pateaban, le revisaron los bolsillos despojándolo de un celular y de su reloj. Seguía tirado en el piso de la camioneta mientras escuchaba a los policías discutiendo sobre quién se quedaba con el reloj y quién con el celular. Lo dejaron botado lejos de su casa. El joven no quiso hacer la denuncia. No quería más «clavo» con la policía, estaba aterrorizado. Sólo pedía que lo lleváramos a su casa.

Otro joven es detenido en la esquina de su barrio. Antes de montarlo en la camioneta, cuatro policías le dan una paliza. Luego le vacían un pote de pintura en spray en la cara. El joven respira con dificultad. Nos cuenta en el hospital mientras le limpian la pintura de los ojos inflamados por los golpes que uno de los policías le decía mientras lo golpeaba: «¿No sos de la resistencia? Pues resiste!».

En un puente hay una alcabala. Nos detienen y entablamos conversación con los policías sobre cualquier tema para poder seguir. Un vehículo que pasa por allí se da cuenta de la alcabala y retrocede lentamente. Uno de los policías que nos dió el alto, mira al carro retrocediendo y nos invita divertido a ver lo que va a pasar, pero obligándonos a tener las cámaras apagadas. Bajo el puente, por la calle que tomó el carro que trató de evitar la alcabala, hay un grupo de policias cazando a los que traten de evadirse. Lo detienen. Desde arriba del puente no se ve bien pero se oye… se oye la puerta que se abre… se oyen la rabia y los insultos de los policías, los golpes contra el carro… se oyen otros golpes y los gritos del conductor. No oímos más. El carro siguió al rato.

Se oyen disparos en una avenida que va paralela a un barrio popular. Una camioneta llena de policías es la que dispara en la noche, a ciegas contra las casas del barrio. Van despacio. Nada los amenaza. Disparan una y otra vez. Ni siquiera apuntan. Sólo siembran el terror a su paso.

En una comisaría a medianoche, los miembros de organizaciones de derechos humanos, abogados y prensa internacional preguntan por los detenidos, que acabamos de ver que bajaron de una patrulla pick-up (eran como 10). Sarcásticamente, el oficial nos dice que allí no tienen a nadie preso. Pero los presos gritan que son de la resistencia. Gritan sus nombres. El oficial sigue negando lo que es evidente. La insistencia de los abogados y de los defensores de los derechos humanos logra que suelten a la mitad de los detenidos y que un médico venga a esa hora a constatar el estado físico del resto. Todos golpeados, sangrando. En la mañana, los abogados de la resistencia lograron que los soltaran.

En otra comisaría, tras un portón negro, se escuchan las voces de al menos una veintena de personas recitando sus nombres. Afuera unas cuantas madres y esposas tratan de establecer contacto con su familiar, tratan de reconocerles la voz. Los uniformados ríen ante la escena. Se acercan y golpean contra el portón… y contra los familiares.

En otro barrio, en las alturas de Tegucigalpa, alrededor de 40 uniformados, entre policías y militares, avanzan apuntando fusiles de guerra hacia las casas. Cuando se pregunta quien es el comandante de esa operación todos los uniformados nos señalan a un militar. Éste dice que es una operación de rutina, porque el «gobierno no va a seguir permitiendo desórdenes» y que «lo que pase a esa hora no es su responsabilidad porque hay toque de queda». Las credenciales de prensa internacional y de organizaciones humanitarias logran difícilmente abrirnos paso y continuar. Los uniformados se alejan. Las luces de las casas en el barrio se van encendiendo a medida que el escuadrón del terror se aleja. Nadie sale, pero se oyen gritos: «Asesinos», «Urge Mel», «Viva la Resistencia».

Estos son apenas algunos casos de los que pudimos ver en una noche. Todos los días ocurre lo mismo. No se sabe cuántos detenidos hay cada noche. No se sabe cuántos cuerpos son rotos, maltratados, humillados en las noches de Honduras. No se sabe cuántas mujeres son violadas. No se saben los nombres, las edades, no se conocen los testimonios… porque para eso son los toques de queda. Para que la jauría de asesinos que sostienen esta dictadura siembren el terror sin que trascienda a los medios y para que las víctimas se inmovilicen y no hagan la denuncia.

En las noches de Honduras no brillan las estrellas. Sólo las luces de las patrullas y la sangre de los que caen en manos de la jauría uniformada. Botas y más botas en las calles, en las espaldas, en los rostros de los hondureños. Y a pesar del terror que siembra cada noche la dictadura, no hay miedo. La resistencia continúa.

Cuando sale el sol, hay marchas, tomas de calles, movilizaciones pacíficas pero desafiantes y contundentes. Los que se curan de las heridas quizás no los veamos durante algunos días en las protestas, pero la voz se corre y la indignación por lo que está pasando hoy en Honduras hace que muchos más se incorporen. 90 días de resistencia. Cuerpos contra balas. Los organismos de derechos humanos dan cuenta de más de 600 detenidos de los que se tiene conocimiento. Pero muchos son detenidos y torturados en la noche y no denuncian por miedo. Honduras necesita que el mundo reaccione más rápidamente ante la terrible violación a los derechos humanos que está ocurriendo. La diplomacia no basta. Es urgente que el mundo actúe, aquí en Honduras y ahora.

PD: Las organizaciones de derechos humanos y abogados solidarios hacen una labor incansable por atender a las victimas, por acompañar las denuncias, por llevar registros. Pero no tienen recursos. No cuentan con lo mínimo. No tienen cómo llenar el tanque de gasolina para trasladarse a los lugares, no tienen saldo en los teléfonos para hacer las llamadas necesarias. Y aun así hacen magia para defender los derechos de sus compatriotas. Llevan 90 días haciendo magia y es mucho lo que logran. La sede de Cofadeh está llena a toda hora de gente que va a denunciar los atropellos vividos, y llena también de gente que va a apoyar su labor. Muchos y muchas dirigentes de estas organizaciones de derechos humanos han sido perseguidos, encarcelados para tratar de acallarlos. A pesar de las dificultades siguen siendo el único lugar a donde acudir para buscar refugio ante la represión. Es urgente la solidaridad pueblo a pueblo, que los organismos de derechos humanos de otros países, los comités de solidaridad se pongan en contacto con ellos y los apoyen, divulgen sus denuncias, envíen apoyo a esas organizaciones que en Honduras luchan contra el Terror de la Dictadura.