1. Se están haciendo reconocimientos destinados a dilucidar la muerte de Joao Goulart, presidente brasileño depuesto por los militares en marzo de 1964, al que muchos suponemos vilmente asesinado en su exilio argentino en octubre de 1976. Ese golpe que iniciará una seguidilla de tales en América Lapobre, como mero reguero de «contrarrevolución preventiva» ante […]
1.
Se están haciendo reconocimientos destinados a dilucidar la muerte de Joao Goulart, presidente brasileño depuesto por los militares en marzo de 1964, al que muchos suponemos vilmente asesinado en su exilio argentino en octubre de 1976. Ese golpe que iniciará una seguidilla de tales en América Lapobre, como mero reguero de «contrarrevolución preventiva» ante la insurgencia que volviera a despertar, esta vez tras la triunfante Revolución Cubana.
Nunca se lo había recordado, política, públicamente, antes. Ahora incluso se levanta una placa recordatoria enfrente al cuartel de policía de quienes «socializaran» la tortura en una amplitud sin precedentes en la región según la periodista investigadora Stella Calloni. Pero, claro, han pasado 50 años…
Los deudos y las redes de quienes sí recuerdan la pesadilla dictatorial, el Brasil de los generales, de Castelho Branco para abajo, anhelan tener el reconocimiento que en Argentina se le ha brindado a Madres, Abuelas y en general a los organismos de derechos humanos reclamando esclarecer la noche atroz del 24 de marzo (1976).
Y declaran, siempre según el testimonio aportado por Calloni, que si ellos en Brasil, llegaran a tener el mismo trato que por ejemplo les han dispensado «las autoridades nacionales» a las víctimas y a sus familiares en Argentina, se sentirían muy honrados, reconocidos. Falta para ello, aunque muchos aspiran a que Goulart y su «reaparición» opere como disparador de conciencia como fue en Uruguay −también tan obturado en los reclamos por los asesinados y desaparecidos de la dictadura− el caso Makarena Irureta Goyena.
En el concierto internacional, y particularmente latinoamericano, Argentina desempeña así, en el ejercicio de los derechos humanos y en el desentrañamiento de lo acontecido durante el tiempo de indignidad y desprecio, del terror institucionalizado, un peculiar papel de vanguardia. Stella Calloni verifica ese papel guía, como de vanguardia, que América Latina juega en el mundo y que Argentina juega en América Latina.
Ninguna otra dictadura fue tan vapuleada -a posteriori, es cierto- como la argentina de esa cría monstruosa engendrada en los ’60 y ’70.
Pero reajustemos la mira(da). Argentina no ha ganado ningún papel de vanguardia por el desarrollo, realmente extraordinario y único en la región, de los organismos de derechos humanos y su lucha. Fue la derrota crudamente militar de la dictadura, de los militares argentinos ante los británicos, lo que precipitó la crisis de la arbitraria institucionalidad militar y una salida cívica democrática… y entonces sí la reafirmación formidable de la tarea de Madres, Abuelas, Familiares, ex-detenidos desaparecidos y un largo y rescatable etcétera.
Si Galtieri y Cía. se hubiesen salido con la suya -ya sabemos que es contrafáctico y por eso no podemos perder en esto mucho tiempo− en la opinión de quien esto escribe, habríamos tenido que soportar dictadura para rato… y con considerable apoyo social (al menos inicial).
Por eso, si los brasucas que recuerdan las atrocidades de 1964 se referencian a los argentinos luchadores por los derechos humanos y éstos aceptan situarse a la cabeza de esa lucha en la región, otórgemosle a Margaret Thatcher el papel que tuvo descuajeringando la estructura castrense argentina.
2.
En esto de atribuciones engañosas, tenemos otro caso igualmente penoso.
La derechosidad manifiesta del Frente Amplio y la rapacidad oculta de los vecinos
Somos muchos los que atribuimos al gobierno progresista del Uruguay, que lleva, él también más de una década, una serie de claudicaciones y desaciertos que muchos no esperaban tener que percibir desde una opción política -Frente Amplio, Encuentro Progresista, Nueva Mayoría− considerada genéricamente «de izquierda».
Entiendo que el partido o coalición gobernante ha disfrutado políticamente de la confusión o superposición entre los conceptos de progresismo e izquierdismo, para esa visibilización que siempre, ya históricamente, ha promovido. Algunos podemos entender que progresismo −que es la ideología del imperio globalizado y las corporaciones−, poco y nada tiene que ver con el izquierdismo, que ha procurado ser en primer lugar anticapitalista, algo en las antípodas con todo progresismo.
Si el FA hubiese encarnado una verdadera alternativa, cultural, ideológica, política, si por ejemplo, hubiese tomado en serio lo de «Uruguay natural» y no como una consigna turística, el país habría tenido paño para un desarrollo, un ensamble económico formidable. Con su limitada superficie (en comparación, por ejemplo con Argentina o Brasil, pero incluso con Perú, Venezuela o México), es insensato apostar a los monocultivos industriales que exigen para su «mejor» rendimiento, grandes superficies. Y aunque el Uruguay cultivable no es tan pequeño como lo muestran sus límites geográficos puesto que tiene uno de los mejores índices mundiales de tierra cultivable por superficie total (cerca del 90%), al país le habría convenido apostar a specialities, nunca a commodities, como se encuentra ahora embretado. Gracias al batllismo primero, al frenteamplismo después y a la falta total de iniciativa propia de los «nacionales» o «blancos» en el medio…
Por eso mismo, acuerdo a grandes líneas con la descripción durísima que Jorge Zabalza hace de la dirección frente- o fraudeamplista en la entrevista que le hiciera Carlos Aznárez (17 abril 2014). La crítica demoledora a la dirección política del país no puede aislarse, empero, de lo que le ha pasado al Uruguay, por ejemplo, dentro del MERCOSUR.
Uruguay, y por otra parte, lo mismo ha pasado con Paraguay, fueron ingresados al tratado inicial entre Argentina y Brasil como meros agregados. A los que jamás se les reconoció entidad o historia propia.
El caso que más conozco, o siquiera en el que menos desconozco, Uruguay, tenía cierto desarrollo industrial propio, aplicado a los bienes de la vida cotidiana, la vestimenta, el calzado, la alimentación, muchos de ellos de calidad. Pienso en el parque de cubiertas accesorio a la industria automotriz, en la lechería, y hasta en la industria cárnica, ciertas cerámicas y lozas (atendiendo a la construcción y al hogar).
Como muy bien sostiene un peronista que me ha mostrado cómo se lo puede asumir -al peronismo− sin ser chovinista, las economías argentina o brasileña muy poco espacio habrían necesitado ceder para darle un lugar significativo a las actividades económicas uruguayas; tan poco que debería considerarse irrelevante (dadas las enormes diferencias en volumen; por las cuales el mismo volumen puede significar un porcentaje mínimo de economía brasileña y uno decisivo o abrumador en la uruguaya, p. ej.).
Y el buen amigo, con todo tino, antes que empezar criticando a la dirección política uruguaya, al candidato Tabaré Vázquez, que está todo el tiempo «jugando» con su entrega a EE.UU., critica a los porteños y a los paulistas y cariocas, que mezquinamente están repitiendo el imperialismo -hacia- adentro, con sus brasiguayos en Paraguay, con celos para que Buenos Aires y sus puertos no pierdan en la competencia con el de Montevideo, para, en suma, mantener los privilegios centralistas que tales territorios, megalopolizados (Buenos Aires, San Pablo, Río), tienen tanto en el concierto continental como dentro de sus marcos nacionales.
Esta crítica a burguesías periféricas y medianas que repiten los comportamientos del universo capitalista global no exonera la falta de una visión propia, alternativa en los pequeñísimos centros decisorios, si quedan, dentro de Uruguay. Pero explican, a mi modo de ver, un poco mejor los penosos pasos del Fraude Amplio.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.