El Uruguay está viviendo un proceso complejo, multifacético y pluricausal que por ahora la permite a voceros de los poderes consolidados globalmente perorar sobre los avances del “paisito”, sobre las posibilidades que se abren al futuro.
Y sobre todo, sobre el grado de consolidación democrática que caracteriza a nuestro país.
Es tan fuerte este sentimiento de una cultura, una sociedad, una civilización, asentada en valores democráticos que, al parecer, no la mellan diversos avatares, algunos que parecen ceñirse peligrosamente sobre las tan bien ponderadas instituciones y sus representantes perfectamente “elegidos” por el electorado nacional.
Las dificultades entonces se enfrentan desde un modelo que reconoce fallos en los andamiajes institucionales, pero de ninguna manera en las instituciones y ni siquiera en quienes las encarnan.
Como que la confianza en la salud social del país “es más fuerte”.
No inventamos nada, en Uruguay, como no se inventa nada, absolutamente nuevo ni siquiera en los países más “adelantados” del planeta. [1]
Nosotros vemos en Uruguay, la insistencia en proclamar que ni la presidencia ni el presidente tienen algo que ver con patéticas fallas que cuelan la vida cotidiana del estado uruguayo.
Algunos críticos pueden llegar a ver ensombrecido el comportamiento presidencial, pero aun así, suelen preservar la institución presidencial en sí.
Pero el rastro, apenas incompleto que conocemos hasta ahora –en rigor desencadenado por incontables pasaportes–, nos señala demasiadas luces amarillas y varias rojas.
¿Cómo puede alguna presidencia otorgar un permiso de administración del principal por no decir único puerto uruguayo, a una empresa transnacional de origen belga, por 60 (sesenta) años? Ni un zar ser atrevería a tanto. [2]
Ya nos había pasado algo similar con otro padrecito; Tabaré Vázquez, quien por sí y ante sí, cedió partes ingentes de la soberanía uruguaya (tierra, agua y aire, nada menos) a una empresa transnacional, UPM, durante varias décadas.
¿Cómo se pudo “aprobar” un tren, clave para la extracción y el trasiego de UPM, sobre la base de “informes” –cantidad de expropiaciones necesarias para la traza, costos, plazos para su construcción, tipo de recorrido, subterráneo, de superficie– que se han revelado todos ellos escandalosamente insuficientes, por no decir francamente falsos, dibujados?
La empresa beneficiaria de tantos privilegios publicita que “construye futuro”. Lo dice dando a entender que es “el futuro” uruguayo. UPM canta errado: construye el futuro de su propia empresa. Y si semejante resultado sobreviene con la destrucción de nuestro futuro, a UPM, a ninguna empresa transnacional, le mueve un pelo. Véase la historia de las transnacionales en la periferia planetaria. Tendremos que ver entonces cómo evitar la destrucción de nuestro futuro.
Cuando este mismo año “saltó” el procedimiento de entrega de un pasaporte a un narcodelincuente, se abrió paso la idea de que no se trataba de un caso aislado, excepcional sino de un modus operandi que había tenido una falla; explicar, como pretendió explicar el Ministerio del Interior, que se había actuado cumpliendo la ley, resultó un escarnio a todo abordaje legal: ¿cómo se puede tramitar un pasaporte legal si quien lo solicita está preso en cárcel extranjera porque se le descubrió portando un pasaporte falso?
¿Cómo tanto interés en darle el (salvador) pasaporte verdadero (para que el aprisionado desaparezca) en lugar de averiguar por qué andaba con uno falso?
Falta lógica; llama la atención la falta de curiosidad; sobra complicidad. Junto con el contactadísimo Marset, la sombra del narcotráfico cubre una parte de la administración del estado uruguayo; es decir de sus planteles políticos.
El problema ya no era Marset; sino “los suyos”.
El amianto legal que invocó el ministro del Interior Luis A. Heber y que ha cubierto también al canciller (Francisco Bustillo) les ha permitido salir adelante sin siquiera interpelaciones.
Pero “los acontecimientos se precipitan”. El hombre de la mayor confianza del presidente Luis Lacalle Pou resultó un fulano de avería, un delincuente en actividad en (por lo menos) sus últimas décadas.
Y exitoso. Porque optó por un rubro –la falsificación y la estafa- que si tiene como destinatarias a personas con poder adquisitivo, resulta de enorme provecho monetario.
Ya no es el aislado caso de Marset (que ya supimos no era único, por su desenlace). Ahora se habla de una producción “industrial” de pasaportes fraguados. Y de años de “trámites”. Y con asiento en oficinas en la mismísima Torre Ejecutiva (asiento de la presidencia del Uruguay).
Para obtener, no pasaportes truchos o falsificados, laboriosamente elaborados con hojas, tapas, tintas sustraídas, con el servicio mínimo de imprenta y sellado (lo que en los ’70 se agenciaron las organizaciones guerrilleras), sino pasaportes de origen oficial, en oficinas del verdadero estado uruguayo (en el 4º. piso de Presidencia, por ejemplo), pasaportes oficiales, legales, verdaderos, “auténticos”; solo que cargados de falsedades (por ejemplo, la identidad genealógica del titular).
Y producidos con ritmo “industrial”. Con destino a una plaza por lo visto sedienta de tales. La red se habría montado con candidatos rusos; ¿pícaros exburócratas (del viejo Partido Comunista de la Unión Soviética) o cuadros técnicos rusos?, devenidos propietarios millonarios con la transferencia de la propiedad estatal soviética a la privada rusa ahora vigente?
Esos bienes, cuantiosos, dentro de uno de los estados más grandes del planeta, fueron “apropiados” mediante actos espurios de falsificación, invención de propiedad privada, un poco como pasa en nuestro país con algunas inmobiliarias que logran vender (como si fueran propietarias) trozos del suelo oriental (por ejemplo, en zona costera o montañosa, sin que nunca se sepa a quien se lo compraron previamente).
Como hipótesis al menos, habría que averiguar si la demanda de pasaportes proviene de tales personajes. Diversos medios informativos han señalado a 60 rusos involucrados, a 80 otra fuente, e incluso una red (de Facebook) hace referencia a un universo de interesados con 8000 rusos en danza.
Como el servicio, a veces al menos, era ”completo”, los rusos no sólo se agenciaban pasaporte sino que, dentro del territorio uruguayo, gestionaban en distintas localidades, incluido Montevideo, cédulas de identidad (porque el ardid para gestionar el pasaporte era hacerse aparecer como hijo/a de uruguayos).
Justamente, la presencia de muchos extranjeros (extraños) solicitando la cédula de identidad en diversas localidades del país despertó sospechas.
El único dato que he leído sobre lo que costaba uno de estos pasaportes señaló diez mil dólares. No hay duda que si “el servicio” llegaba o llega a cubrir megamillonarios, seguramente costaría mucho más.
¿Qué necesita esta “gestión de pasaportes”? Complicidades. Una cuidada cadena de complicidades. Eslabones de la cadena.
Vimos que, por ejemplo UPM, contaminará ingentes cantidades de agua; se está “comiendo” muchísimas tierras de cultivo. Destruyendo el Uruguay.
La putrefacción administrativa que permite episodios como el de Marset o el de Astesiano, también destruyen el país. Por empezar, la confianza.
Dejemos de creernos, como sociedad, tan límpida y recta. Empecemos a darnos cuenta que el viejo adagio “dime de qué te jactas y te diré de qué careces” encierra una sabiduría psicológica que nos cae al paisito como el guante a la mano.
Notas:
[1] El acuerdo tomado en 1948, entre los gobiernos de EE.UU., R.U., Canadá, Australia y Nueva Zelanda, bautizado como “Los 5 ojos”, pese a toda la novedad tecnológica que encarnaba entonces, y que aumentó de manera decisiva con pasos de 7 leguas a partir de la digitalización de los comunicaciones desde fines del s XX, se caracteriza, de todos modos, por normas de fiscalización y control que son tan viejas como cualquier estado.
[2] El “padrecito” de todas las Rusias.
El zarismo fue una monarquía absoluta (dudo si el tiempo verbal que empleo es el más adecuado) que estuvo asentada durante largos períodos de “todas las Rusias”.
A principios del s XX entró en crisis a causa de un conflicto de influencias con Japón, ambas potencias con aspiraciones hegemónicas. Se zanja con el dominio japonés y la Rusia zarista sufre vicisitudes económicas con la derrota que se traduce en hambre para los rusos pobres.
Sobrevino entonces, el reclamo de masas empobrecidas al zar para que frenara a comerciantes y empresarios hambreadores.
La sociedad rusa iletrada, tradicional, no podía imaginar que el zar y el zarismo tuvieran algo que ver con quienes amargaban su vida cotidiana.
Porque “el padrecito” zar era querido. Y las manifestaciones de hambrientos al Palacio de Invierno –la residencia de los zares– eran para denunciar agiotistas y acaparadores, y pedirle al zar que intercediera.
Esto seguirá muy mal en Rusia –estamos a comienzos de 1905–, pero me limito a observar el tema de la confianza de la población de una sociedad dada en la autoridad establecida.
En el imaginario ruso de entonces, las vicisitudes, crecientes, que los pobladores sufrían, nada tenían que ver con el monarca.
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