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Tras los atentados de Noruega

Fuentes: Gara/Rebelión

La matanza cometida en Noruega por Anders Breivik ha traído a primera plana una realidad que algunos siempre han pretendido ocultar, la presencia en Europa y en otras partes del mal llamado «primer mundo» de una ideología de extrema derecha que no duda, como ya lo ha hecho en el pasado, en emplear métodos violentos […]

La matanza cometida en Noruega por Anders Breivik ha traído a primera plana una realidad que algunos siempre han pretendido ocultar, la presencia en Europa y en otras partes del mal llamado «primer mundo» de una ideología de extrema derecha que no duda, como ya lo ha hecho en el pasado, en emplear métodos violentos para imponer sus posturas. Las reacciones inmediatamente después de los atentados por parte de buena parte de la prensa de «status quo» de esos estados debería hacer sonrojar a más de uno, y sobre todo cuando conscientes de la metedura de pata al señalar a organizaciones jihadistas como autoras de la carnicería, han sido incapaces de rectificar.

Durante mucho tiempo los países nórdicos han venido gozando de una reputación ligada al consenso, el diálogo y la tolerancia, por ello el aumento institucional de los últimos años de formaciones populistas y extremistas de derecha ha sorprendido a más de uno. Así, los partidos con una agenda reaccionaria, anti-inmigración e islamofóbica han logrado condicionar en cierta medida la política en esos estados.

El Partido del Progreso en Noruega ha logrado situarse en segundo lugar tras los excelentes resultados obtenidos en las dos últimas citas electorales, el Partido del Pueblo danés ha condicionado la formación del nuevo gobierno y ha logrado que éste recoja buena parte de su programa. En Finlandia y Suecia, el populismo de derecha no ha tenido el mismo impacto, pero el apoyo al Verdaderos Finlandeses y a los Demócratas de Suecia ha crecido en los últimos años, y ambos podrían estar a las puertas de un nuevo vuelco político en esos países.

Varios factores han contribuido a este auge populista de extrema derecha en los países nórdicos, y en buena medida también en otras partes de Europa. Por un lado se señala el aumento de las solicitudes de asilo durante los años noventa; por otro lado se habla del vacío y la crisis de los partidos políticos tradicionales, algo que ha impulsado el crecimiento de otras formaciones populistas de derecha; otra clave sería la «transformación» de esas fuerzas de extrema derecha en los últimos años, conjugando su ideología con la llamada «cara amable» de sus dirigentes, que son aceptados como «parte del sistema» por las demás fuerzas políticas; y por último, no hay que desdeñar la llamada crisis económico y financiera mundial.

Los llamados «lobos solitarios» ni están tan solos ni tan aislados. Ese término está siendo cada vez más utilizado por algunos medios de comunicación, que acaban dotándolo de una cierta mitología muy bien aprovechada por los movimientos de extrema derecha. Así, muchas veces se caracteriza a esos «solitarios» como individuos aislados, sin conexiones ideológicas o materiales con las corrientes más reaccionarias de la extrema derecha.

Y es ahí donde topamos un evidente error. Los llamados lobos solitarios son personas que actúan individualmente, pero que al mismo tiempo se alimentan de la cultura de la extrema derecha y pretenden con sus acciones expandir la misma y atraer a nuevos miembros. En otras ocasiones, cuentan además con el apoyo material de parte de esas comunidades extremistas y reaccionarias.

Como señalaba recientemente un estudio, «cualquier acto de violencia de la extrema derecha cometido por un solo individuo es un producto extremo de la cultura activista de esa corriente ideológica». Además, la extensa narrativa (novelas como Hunter, o los Diarios de Turner) idealiza la visión que esos individuos tienen hacia sus objetivos. La llamada «revolución sin líderes, sustentada en un ensayo de Louis Beam en 1983, también se une a esa literatura de «cabecera» supremacista blanca, y que también sirve para estructurar una ideología común.

Por ello, los intentos por presentar los atentados (como en otras situaciones similares en el pasado) de ese tipo como casos aislados no ayudan a afrontar el verdadero peligro que a día de hoy representan los grupos de extrema derecha (tan sólo en EEUU, desde el atentado de Oklahoma han tenido lugar más de 75 complots, conspiraciones o atentados racistas). Como tampoco lo hace el señalar la supuesta incapacidad mental del autor de los mismos.

Lo cierto es que este tipo de organizaciones e individuos llevan tiempo difundiendo su ideología a través de diversos medios (Internet, música, encuentros…) y son innumerables los textos que adía de hoy conforman el corpus de esas tendencias xenófobas y reaccionarias. El «manifiesto» que el propio Anders Breivik ha venido elaborando en los últimos años muestra buen aparte de los pilares ideológicos que sustentan a ese mundo: una postura anti-musulmana, un barniz «histórico» que le hace presentarse como un cruzado (con las ligazones metafóricas e ideológicas que ello conlleva), un ataque hacia las posturas progresistas y hacia el multiculturalismo.

Breivik ha apuntado además otras líneas a seguir. «El rechazo hacia las formaciones políticas e instituciones actuales, la prohibición del aborto, un mayor poder par ala iglesia (algunos ocultan su declaración partidaria del fundamentalismo religioso católico), defensa de la pena de muerte, campos de concentración para los drogodependientes, e incluso forzar la reeducación de los «marxistas»».

Y lo más peligroso de toda esa amalgama y retórica es el papel que estarían jugando otras fuerzas populistas, que en teoría rechazan la violencia empleada por tipos como Breivik, pero que en el fondo son capaces de defender esas mismas posturas reaccionarias con «palabras bonitas y un rostro más agradable». Los llamamientos contra la inmigración, contra «el otro», que durante tanto tiempo han venido repitiendo los líderes de esos partidos conservadores han «fomentado un clima donde muchos de sus impacientes seguidores han comenzado a pensar en el odio o la violencia como una opción más».

Algunas formaciones socialdemócratas en Europa han asumido sibilinamente el discurso de la derecha, haciendo que el debate político se sitúe en los parámetros que las fuerzas reaccionarias desean, y donde sin duda se sienten más cómodos. La actitud de esas formaciones en torno a la crisis económica o la inmigración son muestras de que la política que están desarrollando se asemeja al «trabajo sucio de la derecha», y ésta mientras tanto puede articular un discurso que engloba más allá de su tan cacareado centro-derecha, al tiempo que acoge en su seno a las opciones más reaccionarias (tal vez por eso en algunos estados europeos «no se ve» una manifestación organizada en torno a la llamada extrema derecha, ya que ésta se situaría dentro del seno de los partidos tradicionales de derecha).

Como ha apuntado estos días un analista, la caverna ideológica intenta una y otra vez presentar a Europa en guerra permanente con el «otro» (inmigrantes, islamismo, minorías), rechazando las políticas multiculturales y sobre todo «una Europa democrática, igualitaria y diversa». Por todo ello frente a esa postura remarca que «el enemigo es blanco y probablemente habla perfectamente inglés. Pero no nos engañemos, este enemigo no es pasivo o educado. Está armado y es muy peligroso».

TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)