Traducido por Gorka Larrabeiti
Treinta años después del ’77, otras personas han escogido la lucha armada: ¿por qué vuelve a suceder? «Porque un pedazo importante de la historia nacional», responde Mario Ferrandi, de 51 años, ex terrorista actualmente afiliado al Partido de los Verdes, «se ha escondido, como si fuera una colilla, debajo de la alfombra».
¿Y cuál sería este importante trozo de historia?
La Guerra Fría, los años setenta, la peculiaridad italiana de una sociedad que parece sostenerse sobre un sistema de dobles verdades.
¿La Guerra Fría no ha terminado?
Es lo que probablemente se preguntaban más de cien mil personas en la manifestación de Vicenza. Nosotros tenemos un trozo de historia nacional marcada por trayectorias políticas, culturales, colectivas, nacionales e internacionales que se han eliminado. Por un pacto de comodidad y de interés mutuo entre las generaciones involucradas en estos acontecimientos.
Un trozo de historia aún por aclarar pasa por la plaza Navona de Roma. El 12 de mayo de 1977 el Partito Radicale organiza una sentada para celebrar el aniversario del referéndum sobre el divorcio. Disparos procedentes de la zona ocupada por la policía y los carabinieri hieren a dos estudiantes. Giorgiana Masi,, de 19 años, muere poco después. El 14 de mayo Milán responde con un día de guerra. En la calle De Amicis un grupo de manifestantes dispara a la policía. Muere el vicebrigadiere Antonino Custrà. Las fotos de la batalla se convierten en el símbolo de los «años de plomo» [expresión con la que se alude a la guerra civil de baja intensidad que se vivió a finales de los años 70 (n. del t.)]. En esas imágenes sale Mario Ferrandi. En 1977 tiene 21 años y lleva una 7.65 en el chaleco. Un pasado de estudiante del Liceo Manzoni, en clase con Enrico Mentana [ famoso periodista, actualmente presentador de una tertulia en Canale 5 de Mediaset (n. del t.)]. Y un futuro en Prima Linea. Ferrandi ha rebajado su condena por complicidad en el homicidio del vicebrigadiere, se ha disociado del terrorismo. Su rebelión comienza con sus amigos en el oratorio de via Pezzotti en Milán, el grupo Gente de los jóvenes de Azione Cattolica. Después, la insurrección. Del movimiento a la lucha armada. Como los 15 detenidos del 12 de febrero pasado entre Turín, Milán y Padua.
¿Cuáles serían las similitudes entre vuestra experiencia y las últimas detenciones?
El hecho de que trabajadores jóvenes, jóvenes precarios encuentren hoy, a treinta años de aquel entonces, realista, vivible o preferible una experiencia de ese tipo. Una experiencia que desde el principio está condicionada por la imposibilidad de incidir en la transformación de la sociedad.
¿Otros puntos en común?
Sí que los hay. Nosotros, por convención, hemos establecido que se comienza a fechar este asunto con las masacres de Piazza Fontana, con Feltrinelli, con los miedos de los golpes de Estado. Mi generación política creció a la sombra de los estudiantes de Atenas atrincherados dentro de la universidad y ametrallados por los golpistas. Crecimos con esta idea de la fascistización del Mediterráneo. Pero la aceptación de la idea de que la política fuera enfrentamiento físico, implicara clandestinidad, armas, muerte, yo la puedo fechar a partir del discurso de Berlinguer tras el golpe de estado de Chile. Cuando dijo: » Nosotros no podemos gobernar en Italia ni siquiera con el 51 por ciento». O sea, se trataba de la idea de que la democracia era un andamiaje, una simulación. Y de que todos nosotros éramos marionetas dentro de una cúpula de hierro internacional que establecía nuestros destinos. Una generación política que no interiorizó la democracia como un valor, sino como una farsa. Esto es importante, pues si no se comprende, tampoco se comprende la transmisión a través de los años de esta visión.
Sin embargo, el histórico Secretario del PCI murió hace 23 años.
Sí, pero a mí se me heló la sangre, lo digo francamente, al oír algo semejante al discurso de Berlinguer en boca de Prodi con respecto a Vicenza o Afganistán; a saber: que enteras generaciones políticas no tienen la posibilidad de decidir el destino de su país, de desarrollar la participación, ni siquiera en el sentido más común y corriente que describía Giorgio Gaber. A menos que sea en el marco de un inmenso juego de simulación.
Por tanto, ¿la manifestación de Vicenza ha sido una simulación?
La manifestación de Vicenza, no. Y aún antes, la revuelta contra el loco proyecto de taladrar Val di Susa, lleno de amianto, para construir titánicos pasillos que lleven mercancías improbables hacia el Este, llevándose por delante a la población local. Ésta es la distancia sideral de una izquierda en el gobierno que parece no entender, como tampoco entendía la clase política que prohibía [la canción] «Dios ha muerto» de[l grupo] I Nomadi, que impedía a la gente ver una película en los años 70 o consideraba el divorcio una aberración. Hoy nuestros hijos, aunque parezca increíble, están reviviendo algo que se parece dramáticamente a aquellos años. Empezando por el testimonio del último análisis moral de quien opta por las armas que, repito, no tiene ninguna proyección política realista.
¿Testimonio moral? ¿En qué sentido?
Como necesidad desesperada de justicia. Una suerte de martirio moderno en el sentido griego del término, de puro testimonio: quemo los puentes que me vinculan con esta hipocresía intolerable, con esta percepción de embustes universales, con este sistema de dobles verdades que debo respirar hasta en la familia. Claro, esto no es lo que a la gente le suele gustar oír de un ex terrorista. Me haría falta una especie de inmunidad diplomática. Es obvio que estoy en contra del terrorismo. Pero el problema es plantearse qué tipo de civilización estamos construyendo. Es lo que yo defino como un modelo de sociedad de sumergidos y salvados.
¿Quiénes son los sumergidos?
Respondo con las palabras de un responsable de la Camera del lavoro de Sesto San Giovanni. Estamos en 1994. Le digo: he contribuido ocho años, ¿tendré pensión? Me dice: «No: nosotros tuvimos que elegir, no podíamos garantizar a todos un sistema de pensiones de reparto, pasaremos a un sistema contributivo». Significa que el resto se va a joder. Luego, las casas populares. Tenemos en Milán el Instituto de casas populares mayor de Europa, pero estas casas donde yo vivo son de 1905. Hace un siglo, con motivo del nacimiento partido socialista tras lo de Bava Beccaris [general que ordenó disparar a la masa en la huelga el 8 de mayo de 1898, 100 personas murieron, Bava Beccaris fue condecorado, (n.del t.)] se comprendió que había que garantizar a todos una senda posible para construirse una vida digna. Pero desde finales de los años ochenta si presentas una solicitud para que te asignen una casa de protección oficial te dicen: las listas están cerradas.
¿Usted se siente sumergido o a salvo?
Sumergido. Por culpa mía. Pero lo que durante los primeros años creía que era un problema mío debido a mis errores de juventud, cada año que pasa me lo vuelvo a encontrar entre los de mi edad que no se salieron de la norma y, sin embargo, se encuentran expulsados del mercado de trabajo. Porque, si no estás cualificado, al mercado de trabajo entras sólo por contactos. Pensemos en las oficinas de empleo. Desaparecidas. Pilares de un orden socioeconómico, civil, moderno, en Italia se suprimieron en el transcurso de un lustro. En el paso de lo que se llama Primera República a la Segunda. Y para una sector creciente de jóvenes las perspectivas de labrarse una trayectoria de vida sólo comparable a la de sus padres es igual a cero.
¿Y eso justifica la opción de las armas?
No. Pero crea una área de marginación y una percepción de iniquidad feroz. Y aquí el gatillo que te puede conducir a una rebelión salvaje es que esa misma clase política en la que habías depositado tus esperanzas de cambio te niegue la evidencia. Por si fuera poco, una marginación política intencionada está agravando este mecanismo de división entre sumergidos y salvados.
¿Quién margina a los sumergidos?
Cuando la clase política habla de la izquierda radical como de un enemigo que hace imposible la adecuación de Italia a los estándares anglosajones, lo que dice esencialmente es que a aquellos a los que han quedado excluidos de la distribución de derechos sustanciales, también hay que negarles la representación política. Lo que veo es una reproducción incluso peor de lo que acontecía en aquellos años.
¿Qué ha empeorado?
Lo peor es la destrucción de la credibilidad de la democracia como sistema justo y sostenible para el ciudadano común. El trabajo se paga de acuerdo a la forma. Vas a trabajar haciendo prácticas, seis meses sí, seis meses no. Olvídate del puesto fijo: ese discurso dramático lo hizo hace años D’Alema; a esto, únase al hecho de que él desgrava su barco de vela con el modelo 101, pues él sí que es un empleado. Este cinismo, a mi modo de ver, provoca reacciones comprensibles. La cosa es si asumen una salida racional o irracional.
Su hijo se vio involucrado en una pelea con un grupo de fascistas de Forza Nuova y lo detuvieron a los 20 años.
En la pared de la escuela [los fascistas] habían escrito «Judíos a la hoguera». Mi hijo es antifascista en el DNA. Las resoluciones judiciales demuestran que fue agredido.
¿Usted lo apoya?
Francamente estoy dividido. Porque una parte de mí quisiera que no se mezclase; sin embargo, otra parte lo entiende porque nos encontramos a 60 años de la Liberación, como ocurrió en la última campaña electoral, con grupos neofascistas en las listas… La verdad es que estoy orgulloso de él.
Fuente en italiano: http://espresso.repubblica.it/dettaglio/Egrave-il-77-che-si-ripete/1518510&ref=hpsp
Véase en Tlaxcala: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2094&lg=es
Gorka Larrabeiti es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente con fines no lucrativos, a condición de respetar su integridad y de mencionar al autor, al traductor y la fuente.