Recomiendo:
0

Trump reactiva la Doctrina Monroe para contener el giro multipolar de América Latina

Fuentes: Rebelión

En los últimos días, los encuentros de alto nivel entre líderes de países en desarrollo en Moscú y Pekín ocuparon los titulares de prensa en todo el mundo. En Moscú, la presencia conjunta de Putin, Xi Jinping y Lula en el desfile que conmemoró los 80 años de la victoria soviética sobre los nazis tuvo un gran simbolismo. Rememorando la solidaridad tercermundista del «espíritu de Bandung», también se llevaron a cabo en la capital rusa encuentros como el de Nicolás Maduro —quien lidera la resistencia venezolana contra las sanciones ilegales impuestas por Estados Unidos— con Ibrahim Traoré, la sorprendente y joven figura de Burkina Faso que heredó el alma revolucionaria de Thomas Sankara. Por último, desde Pekín, Lula y Xi Jinping reafirmaron su compromiso con el multilateralismo y la cooperación internacional, en contraposición al unilateralismo adoptado por el gobierno de Trump, al tiempo que el 4º Foro CELAC–China confirmó las expectativas de una nueva era de vigor para los lazos de cooperación Sur-Sur.

Todo esto ocurre en un momento en que Estados Unidos, temiendo una posible recesión, comienza a dar señales de retroceso en su intento de intensificar la agresividad arancelaria contra China. Como resultado, es natural que surja entre líderes políticos, analistas y observadores una creciente percepción de que un nuevo orden multipolar avanza de manera consistente. Y esto no es casualidad. El mundo ha cambiado de hecho, y el peso económico, político y poblacional de los países en desarrollo es una realidad irreversible. Esto traerá consecuencias importantes para la configuración de las relaciones internacionales en los próximos años.

Sin embargo, al evaluar específicamente el caso de América Latina y el Caribe, deben considerarse algunos matices para evitar la conclusión precipitada de que el imperialismo estadounidense ha perdido su vitalidad de forma irremediable, o que estamos presenciando un final inevitable del resurgimiento de la Doctrina Monroe.

Es necesario entender que la estrategia del gobierno de Trump para América Latina está lejos de ser moderada, y que la región tampoco ocupa un papel secundario en la política exterior estadounidense. No es coincidencia que el primer viaje oficial del Secretario de Estado Marco Rubio haya sido una gira por países de América Central y el Caribe. Hacía más de un siglo —desde la visita de Philander Chase Knox a Panamá en 1912, durante la construcción del Canal de Panamá— que América Latina no era el destino del primer viaje oficial de un Secretario de Estado estadounidense.

Desde el inicio del mandato, el objetivo principal de Estados Unidos en el contexto hemisférico ha sido claro: desestabilizar y debilitar los lazos de cooperación de los países de la región con China. Entre los muchos medios utilizados para lograr este objetivo, dos son los más relevantes para comprender la coyuntura actual: (1) la aplicación de presiones y chantajes sobre los gobiernos locales; y (2) el apoyo explícito a fuerzas políticas de extrema derecha en diversos países, con el objetivo de contener el avance de los gobiernos progresistas.

En relación con el primer método, altos funcionarios del gobierno estadounidense y de sus diversos tentáculos han realizado numerosas declaraciones públicas contra los vínculos de cooperación entre China y América Latina, como lo demuestran las declaraciones recurrentes de los comandantes del USSOUTHCOM.

En América Central y el Caribe —donde la política del «Gran Garrote» históricamente se ha mostrado más agresiva— hay un intento explícito de rediseñar los vínculos políticos y económicos de la región. Las presiones sobre Panamá, que incluyeron incluso amenazas de retomar por la fuerza la zona del Canal, llevaron al país a anunciar su retirada de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y a transferir la administración de dos puertos del canal de manos de la empresa hongkonesa CK Hutchison a la estadounidense BlackRock. En su visita a Costa Rica, Marco Rubio respaldó las críticas del gobierno costarricense a la implementación de redes 5G por parte de Huawei. En un comunicado oficial, el canciller costarricense Arnoldo André celebró el alineamiento con los estadounidenses: «Costa Rica fue reconocida, felicitada y elogiada por el senador Rubio por abordar las cuestiones de manera adecuada, en consonancia con los intereses del nuevo gobierno de Estados Unidos», haciendo eco de los discursos alineados con el paradigma de una supuesta «nueva Guerra Fría». También con apoyo de sectores radicales de Estados Unidos, el presidente Bernardo Arévalo mantuvo la postura diplomática sumisa de Guatemala, llegando al extremo de mantener el reconocimiento diplomático a Taiwán.

En este mismo contexto, Estados Unidos ha hecho esfuerzos claros para disciplinar a su aliado regional Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien —a pesar de su posición a la derecha del espectro político y de su cercanía con Trump— ha buscado profundizar los lazos del país con China. En abril, un artículo de opinión en el Wall Street Journal, titulado «El Salvador’s Bukele Is a China Ally», criticó la complacencia del gobierno estadounidense respecto a los vínculos salvadoreños con China. Por último, el endurecimiento de las sanciones contra Cuba y Nicaragua complementa este escenario, en el que Estados Unidos busca consolidar un «cordón sanitario» en torno a estos países y, por supuesto, a Venezuela.

Más al sur, las presiones sobre Brasil se hicieron evidentes en los meses previos a la visita del presidente Xi Jinping al país, con diversas declaraciones de autoridades estadounidenses expresando su descontento ante la posibilidad de que Brasil se uniera a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Aunque el país no ha formalizado su adhesión a la iniciativa, el gobierno brasileño ha enfatizado las sinergias entre sus programas nacionales —Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), Nueva Industria Brasil y Rutas de Integración Sudamericana— y la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Las relaciones con China siguen profundizándose, al punto de que se contempla la construcción de un corredor ferroviario bioceánico entre Brasil y Perú, con apoyo directo de empresas y conocimientos técnicos chinos.

La crisis diplomática entre Estados Unidos y Colombia, ocurrida en enero, se dio precisamente en medio de un creciente desacuerdo estratégico entre ambos países, incluso en lo que respecta a las relaciones chino-colombianas. Tradicional aliada de Estados Unidos y única “socia global” de la OTAN en la región, Colombia bajo el gobierno de Gustavo Petro ha adoptado un rumbo alternativo en su política exterior, desafiando el hegemonismo estadounidense y acercándose a China. En 2023, Petro estableció una Asociación Estratégica con Pekín y, durante más de un año, ensayó la entrada del país en la Iniciativa de la Franja y la Ruta —medida anunciada oficialmente durante el 4º Foro China–CELAC.

En cuanto al segundo método —destinado a alterar la correlación de fuerzas políticas y sociales en favor de la extrema derecha y en detrimento de las fuerzas progresistas—, las acciones del gobierno de Trump también han sido bastante explícitas. No es casualidad que, al anunciar aranceles sobre productos de diversos países, fue precisamente Argentina la que recibió los menores gravámenes, episodio celebrado públicamente por Javier Milei. Representante máximo de la nueva extrema derecha impulsada por el trumpismo en América Latina, Milei ha demostrado una disposición inequívoca a sacrificar los intereses de su propio pueblo e incluso del empresariado nacional —como lo demuestra su insistencia en obstaculizar las lucrativas relaciones bilaterales con China— a cambio de demostraciones de lealtad incondicional a Washington. Bajo su mando, Argentina anunció su salida de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y la renuncia al proceso de adhesión al BRICS+, además de ausentarse del Foro China–CELAC celebrado en Pekín.

Otros dos aliados ideológicos del trumpismo en la región, los gobiernos de Daniel Noboa en Ecuador y Nayib Bukele en El Salvador, han mostrado un menor alineamiento con los esfuerzos anti-China, reflejando las crecientes tensiones entre las visiones del mundo de la derecha estadounidense y los intereses concretos de parte de las élites latinoamericanas. Aunque comparten la visión de combate a las fuerzas progresistas y mantienen lazos con los sectores más conservadores de Estados Unidos, dichos líderes representan también fracciones de las élites económicas nacionales que, en muchos casos, dependen del éxito de las relaciones con China. Aun así, es innegable que Estados Unidos ejerce mucho más control sobre Noboa y Bukele que sobre sus contendientes directos —la Revolución Ciudadana en Ecuador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador. Por ello, los servicios diplomáticos y de inteligencia de Estados Unidos no dudaron en apoyar de forma explícita medidas ilegales y sospechosas que marcaron las elecciones que recondujeron a Noboa a la presidencia, pese a las vehementes acusaciones de fraude por parte de la oposición.

La tentativa de rediseñar el escenario político de la región pasa directamente por los resultados de las elecciones de este y del próximo año, con capítulos decisivos en países como Bolivia, Chile, Honduras, Colombia y Brasil —donde Estados Unidos apostará por derrotar a un amplio arco de gobiernos progresistas. Bolivia es un ejemplo histórico de intervenciones estadounidenses, siendo su episodio más reciente la declaración pública de Elon Musk sobre el golpe de 2019 contra Evo Morales. El actual gobierno de Luis Arce enfrenta dificultades derivadas de la división del Movimiento al Socialismo (MAS) entre sus seguidores y los de Evo. En ese contexto, la derecha espera regresar al poder por la vía electoral después de más de veinte años, esperanza visiblemente reforzada por los intereses estratégicos de Washington.

En los últimos años, Honduras ha seguido un camino diferente al de épocas pasadas, estableciendo relaciones diplomáticas con China en 2023, bajo la presidencia de Xiomara Castro, quien ahora busca asegurar que su sucesión mantenga una orientación política progresista y profundice los lazos con los chinos. En contraste, el probable candidato del Partido Liberal, Salvador Nasralla, ya se ha manifestado públicamente en contra de un eventual acuerdo de libre comercio con China y ha criticado la ruptura diplomática con Taiwán.

En Chile, la oposición de derecha al gobierno de Boric cuenta con diversas figuras prominentes del conservadurismo chileno, entre las cuales destaca Johannes Kaiser, quien adopta una retórica libertaria y de extrema derecha similar a la de Javier Milei. Mientras tanto, en Colombia, los esfuerzos de Estados Unidos por reorientar por completo al país hacia sus intereses estratégicos y comerciales son evidentes. Colombia no solo desempeña un papel clave como socio comercial, sino también como punto central en los intentos por aislar a Venezuela y contener la expansión de la influencia china en América del Sur.

Brasil será probablemente el escenario de la batalla electoral más importante de la región. El presidente Lula buscará la reelección frente a un candidato aún indefinido, pero que contará con el apoyo de Jair Bolsonaro, actualmente inhabilitado. No se puede olvidar que, durante su último mandato, Bolsonaro retiró oficialmente a Brasil de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), además de promover el vaciamiento total de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y otras entidades regionales que habían cobrado fuerza en años anteriores. Los bolsonaristas son aliados inequívocos del trumpismo, y no son raras las manifestaciones en las que ondean banderas de Estados Unidos e Israel en suelo brasileño. Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente, se encuentra desde marzo con licencia del cargo de diputado federal para permanecer en Estados Unidos, donde articula estrategias conjuntas con el círculo cercano de Donald Trump.

Por último, las sanciones severas y continuas de Estados Unidos contra Cuba, Nicaragua y Venezuela se intensificaron aún más al inicio del nuevo mandato de Trump, con el objetivo de generar fisuras en los gobiernos de esos países y fortalecer fuerzas políticas y sociales reaccionarias que anhelan el éxito de las tácticas de «cambio de régimen».

Es innegable que estos dos elementos —el aumento de la presión diplomática sobre los gobiernos latinoamericanos y los esfuerzos por reconfigurar la correlación de fuerzas con el apoyo a elementos reaccionarios— conforman el núcleo de la estrategia del gobierno de Trump para la región. Los objetivos fundamentales son debilitar los lazos de América Latina con China y contener el nuevo ascenso de los gobiernos progresistas.

Los acontecimientos recientes, sin embargo, revelan importantes fragilidades de esa estrategia. El unilateralismo, la imposición de aranceles y los chantajes utilizados por Estados Unidos han generado ciertas desconfianzas y desacuerdos en sus relaciones con algunos de sus aliados más cercanos. Aliados de Trump como Noboa y Bukele han mostrado reticencias a respaldar plenamente la ofensiva anti-China, y otros gobiernos conservadores, como el de Dina Boluarte en Perú, parecen decididos a no embarcarse en la retórica de la «nueva Guerra Fría». La ofensiva estadounidense incluso ha llevado a algunos gobiernos progresistas a radicalizar sus posturas frente al hegemonismo de Washington, como muestra el tono adoptado por Petro al anunciar la adhesión de Colombia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

Aun así, estos movimientos no representan un desenlace definitivo del enfrentamiento. Como lo demuestra claramente el caso de Panamá, la presión de Estados Unidos también ha producido resultados favorables a sus intereses. A pesar de que Brasil está profundizando sus relaciones con China, es evidente que las presiones estadounidenses jugaron un papel fundamental para que el país no anunciara formalmente su adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta —gesto que habría elevado el simbolismo del acercamiento bilateral. La postura agresiva de Estados Unidos a favor de los cambios de régimen y la desestabilización de los gobiernos progresistas avanza de la mano con el apoyo decidido a fuerzas reaccionarias de extrema derecha. Los fraudes recientes a favor de Noboa en Ecuador son solo una señal de que se avecina un período de crecientes dificultades políticas y electorales para las fuerzas progresistas en el escenario regional.

Dicho esto, es evidente que el mundo avanza rápidamente hacia transformaciones estructurales que amplían los márgenes de maniobra política y económica de los países en desarrollo. Los vientos que soplan desde los recientes encuentros en Moscú y Pekín son señales inequívocas de un mundo multipolar en ascenso. En ese contexto, la relación entre América Latina y China se ha vuelto cada vez más imprescindible, como lo demuestran de manera clara los resultados del 4º Foro China–CELAC, que destacaron una visión compartida de desarrollo, multilateralismo y cooperación Sur-Sur. Fortalecer esos vínculos no es un gesto diplomático meramente formal, sino una necesidad vital para asegurar la autonomía y el futuro de la región.

Sin embargo, es preciso reconocer que la derrota definitiva del imperialismo en América Latina no vendrá únicamente a través de la actuación internacional de los gobiernos nacionales —por más importante que esta sea. También dependerá de la capacidad de las fuerzas progresistas y populares para resistir, en el ámbito nacional, a la histórica alianza entre élites oligárquicas entreguistas y los halcones de Washington, que siguen trabajando para mantener vivo el fantasma de la Doctrina Monroe.

Tiago Nogara. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de São Paulo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.