Hay muchas cosas que se esconden, detrás de una línea gris que paradójicamente cualquiera puede ver, si se tiene un mínimo de voluntad. Los «Muros de la Vergüenza» se alzan sobre la pérdida de dignidad de los gobiernos que los mandan construir y sus sociedades. Parece una ironía pero no lo es, Donald Trump es […]
Hay muchas cosas que se esconden, detrás de una línea gris que paradójicamente cualquiera puede ver, si se tiene un mínimo de voluntad. Los «Muros de la Vergüenza» se alzan sobre la pérdida de dignidad de los gobiernos que los mandan construir y sus sociedades.
Parece una ironía pero no lo es, Donald Trump es presidente de los Estados Unidos. La sociedad europea parece contemplar atónita, cómo un hombre que entre otras tantas vergüenzas presume de ser xenófobo, ha llegado a ser presidente. ¿Su receta? Unas dosis de populismo, aderezadas con miedo, ignorancia y desinformación.
Probablemente sea la misma sociedad que ha criticado los discursos de Trump en los que ha hecho gala de su intransigencia más atroz con su aclamado muro, o mejor dicho, su intención de alargar y hacer más consistente y solido el que ya existe, con varios kilómetros de extensión en la frontera Tijuana-San Diego, junto a la de Arizona, Sonora, Nuevo México y Baja California. Lo cierto es que siempre se han rebelado contra el uso y abuso realizado ante los «espalda mojada» o wetback (el insulto popular en otros estados con gran población de inmigrantes ilegales) y que alza su voz en las constantes manifestaciones que se ven en nuestras calles en contra de la política de acogida a refugiados que se está haciendo en Europa… y sí, esto sí que es una ironía.
Tenemos que aceptar que desgraciadamente nuestro mundo no se paraliza cada vez que un refugiado muere intentando llegar a Europa. Más bien parece hacerse más fuerte, dando sentido a la política de muros, quizá porque tras ellos, mientras esto ocurre, olvidamos estamos construyendo una Europa y un mundo mucho más xenófobo de lo que queremos admitir.
Si no, parece difícil explicar que olvidemos con tanta facilidad que en Ceuta existe una doble valla de 8 kilómetros de 6 metros de altura, junto con una tercera valla de 2 metros de altura de lado marroquí. Un muro no tan grande si se compara con el de Melilla, de 12 kilómetros, «adornado» eso sí, con concertinas y cuchillas ansiosas de poder insertar en la carne de los sin papeles nuestro concepto de Derechos Humanos.
Un síntoma que no es único de España, sino de toda Europa, tal y como ha mostrado este año los muros erguidos por su territorio, ya sean los que alzó el gobierno conservador de Viktor Orban, que cerró su frontera con Serbia levantando una valla de espino de 175 kilómetros de longitud o los de Calais, el lugar más cercano a Reino Unido desde Francia, pasando por una larga lista de barreras realizadas en fronteras entre países como los de Grecia y Macedonia, Bulgaria y Turquía, Eslovenia y Croacia hasta llegar a la que está en proceso de consolidación entre Noruega y Rusia
Si salimos del «generoso» espacio de Schengen, desgraciadamente la realidad no parce pintar mejor. Más bien, el fresco que se presenta parece evidenciar que el muro de la vergüenza que dividía Berlín ni cayó ni se calló en 1989, si no que alzó su voz y su muro en Cisjordania -cuando desde el 2002, continua día a día creciendo, con la intención de llegar a 721 kilómetros- o en el Sahara, donde alcanza más de 2.700 kilómetros de longitud, incluyendo zanjas, alambradas y campos minados con el fin de impedir a los saharauis el acceso a las zonas más ricas ocupadas por Marruecos tras la retirada española.
Estas estrías grises, permanecen impertérritas, sin conmoverse ante el sufrimiento que causan, como heridas frías que marcan la tierra y llenan nuestros ojos con responsabilidades y vergüenza. Trump es xenófobo y ha sido votado. Esa triste realidad es una consecuencia del hecho de que gran parte de la sociedad norteamericana, como de la europea y la del mundo en general, lo sea. Ante esta realidad, la Europa pretendidamente progresista que tanto ha criticado el muro de Trump debería comenzar por afrontar que la conciencia no tiene barreras, límites o fronteras y que una sociedad que se construye bajo esos pilares, los de los muros, está condenada a convivir con el extremismo que hace de la barrera y la intransigencia su bandera.
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