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Ucrania nombra consejero presidencial a un halcón de la OTAN

Fuentes: Rebelión

Petro Poroshenko, el presidente ucraniano que surgió del golpe de Estado del Maidán de Kiev en 2014, es un hombre agradecido. Al menos, eso es lo que indica su última decisión relevante: acaba de firmar un decreto nombrando consejero presidencial al ex secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, un viejo liberal danés que […]


Petro Poroshenko, el presidente ucraniano que surgió del golpe de Estado del Maidán de Kiev en 2014, es un hombre agradecido. Al menos, eso es lo que indica su última decisión relevante: acaba de firmar un decreto nombrando consejero presidencial al ex secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, un viejo liberal danés que acompañó a George W. Bush en sus agresiones y guerras en Oriente Medio cuando era primer ministro de su país y que, ya en los años noventa, antes de ser primer ministro danés, publicó un libro (perfectamente olvidable) de revelador título: Del estado social al Estado mínimo.

Después, Rasmussen alcanzó la secretaría general de la OTAN en abril de 2009, en la cumbre de Estrasburgo (siendo todavía primer ministro danés, aunque dimitió unos días después), justo en el momento en que Obama, Merkel y Sarkozy empezaban a diseñar el nuevo rumbo de la alianza militar. Rasmussen fue relevado en la OTAN en octubre de 2014, cuando ya se había iniciado la guerra civil en Ucrania. En los meses anteriores, apoyó decididamente al gobierno golpista de Kiev cuando inició su «operación de castigo» contra el territorio del Donbás que se había negado a aceptar al nuevo gobierno surgido del golpe de Estado. Rasmussen creyó que había que aplastar con rapidez a Donetsk y Lugansk. Entonces, su agresividad le llevó a realizar duras declaraciones contra Moscú, indicadoras de los nuevos aires bélicos que Washington y el cuartel general de la OTAN en Bruselas están lanzando hacia el este de Europa.

Rasmussen desempeñó un activo papel en el apoyo al gobierno golpista ucraniano entre los socios de la alianza y en los foros internacionales, como indicaban las instrucciones que llegaban desde Washington, e insistió entre los aliados europeos de la OTAN (reticentes algunos al rearme y al emplazamiento de nuevas bases cerca de las fronteras de Rusia) para que aceptasen las nuevas urgencias: ni Berlín, ni París veían la conveniencia de presionar a Moscú hasta el extremo de destacar nuevas unidades militares en las fronteras rusas, teniendo en cuenta además que la construcción del nuevo escudo antimisiles norteamericano ha agravado la tensión, pero Rasmussen desplegó su diplomacia y sus maneras de halcón para encender alarmas y asegurar ante el mundo que la «expansión» de Rusia amenazaba a Occidente. Bajo su dirección, la OTAN aumentó su presencia en los tres estados bálticos, Estonia, Letonia y Lituania, y en Polonia, siempre dispuestos sus gobiernos a seguir una política agresiva hacia Rusia. Rasmussen, como Washington, que consideran razonable y exento de agresividad el despliegue del escudo antimisiles norteamericano que amenaza con destruir los equilibrios nucleares estratégicos del mundo, elevaron, sin embargo, a la categoría de «amenaza» la incorporación de la península de Crimea a Rusia, negándose a reconocer el referéndum donde la población se pronunció. Al mismo tiempo, Washington, que aceptó los acuerdos de Minsk aunque sin participar de los compromisos del «cuarteto de Normandía», ha supervisado la reorganización del ejército de Kiev, la planificación de nuevas ofensivas en el Donbás, y ha intentado estimular la oposición entre los tártaros de Crimea, a través de ayuda financiera, persiguiendo también el aumento de la insatisfacción y el descontento entre la población de Crimea, sugiriendo a Kiev el reforzamiento del bloqueo a los intercambios entre la península y Ucrania, y el sabotaje energético.

En abril de 2016, después de una tensión que se arrastraba desde hacía meses, dimitió el anterior primer ministro, Arseni Yatseniuk (otro de los extremistas del Maidán, cómplice de los grupos paramilitares que asolan el país), molesto por la actitud de Poroshenko, que había abierto la crisis exigiendo su salida del gobierno. El presidente pretendía desde inicios de año sustituir a Yatseniuk, a quien le había pedido explícitamente su renuncia. La Rada suprema nombró a Vladímir Groisman, un hombre fiel a Poroshenko, como nuevo primer ministro. Mientras tanto, Kiev sigue negándose a realizar una investigación sobre las víctimas de la matanza del edificio de los sindicatos de Odessa, sigue reprimiendo a la oposición (el Partido Comunista fue declarado ilegal), e incluso los matones nazis del batallón Azov (¡que dependen del ministerio del Interior!) se pavonean patrullando por Odessa, el escenario del crimen.

La situación social en Ucrania continúa siendo muy grave: millones de personas pasan hambre a causa de la guerra y el desgobierno, la corrupción y el robo de los presupuestos públicos es la norma de los responsables gubernamentales; la crisis económica y la destrucción de la estructura productiva del país no se han detenido, y la situación política no ha mejorado con nuevo el cambio de gobierno, hasta el punto de que, a finales de mayo de 2016, una comisión de la ONU para la prevención de la tortura suspendió su gira por el país después de que el nuevo gobierno se negase a permitir una inspección en cárceles y centros de detención. Las fundadas sospechas sobre detenciones ilegales de muchas personas, sin ningún tipo de control judicial, y las denuncias sobre la práctica de torturas a los detenidos, fueron despachadas por el gabinete de Groisman… con el ofrecimiento a la comisión de la ONU de una reunión con los responsables del ministerio de Justicia ucraniano. La delegación de la ONU, que contaba con información y con testimonios sobre la presencia de detenidos ilegalmente, pretendía visitar dependencias policiales y prisiones sin previo aviso a los carceleros, pretensión que el gobierno de Kiev consideró inadmisible.

Ucrania, peón de la estrategia norteamericana contra Rusia, ve peligrar su propia existencia como Estado, y, consciente de ello, Poroshenko fía sus esperanzas en el acercamiento a la OTAN y la Unión Europea, y en las garantías de Washington. Sin embargo, Alemania, Francia, Holanda, Austria y Bélgica son contrarias a la integración de Ucrania en la Unión Europea, y pese a que, según las encuestas, dos terceras partes de la población del país se oponen al acercamiento a la Unión Europea, Poroshenko sigue apostando por el clavo ardiente de la integración. Con las manos enfangadas en la corrupción, teñidas de sangre por la represión política, Poroshenko no tuvo empacho en afirmar que «Ucrania, como la libertad, no puede ser detenida».

Tal vez por todo ello, la discreción se imponía: no ha habido ruedas de prensa, ni grandes anuncios al país. Poroshenko sólo autorizó que el nombramiento de un halcón de la OTAN como Rasmussen para ejercer de consejero presidencial se anunciase en la página web de la presidencia del país. Después de todo, el presidente ucraniano es un hombre agradecido.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.