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UE-Latinoamérica, ¿hacia una alianza estratégica?

Fuentes: El Mundo

Una nueva cumbre birregional, la tercera desde que Jacques Chirac promoviera la iniciativa en 1998, huracán Mitch mediante, sitúa sobre la mesa las relaciones entre las dos áreas del mundo más vinculadas histórica y culturalmente. Unos vínculos que, por la retirada europea del continente desde finales del siglo XIX, en provecho de EEUU, permanecieron hibernando […]

Una nueva cumbre birregional, la tercera desde que Jacques Chirac promoviera la iniciativa en 1998, huracán Mitch mediante, sitúa sobre la mesa las relaciones entre las dos áreas del mundo más vinculadas histórica y culturalmente. Unos vínculos que, por la retirada europea del continente desde finales del siglo XIX, en provecho de EEUU, permanecieron hibernando casi un siglo, hasta que el conflicto centroamericano de los años 80 motivó el retorno de la entonces Comunidad Económica Europea. Desde entonces mucho se ha avanzado en las relaciones birregionales, sobre todo tras el ingreso, en 1986, de España y Portugal, aunque ese progreso sigue lejos de las potencialidades que existen y se ha centrado en la economía y el comercio, con un balance desigual y agridulce. La penuria de las relaciones políticas ha llevado a que, en una serie de situaciones relevantes, la UE y buena parte de Latinoamérica sigan derroteros distintos, tal el caso de Cuba.

Económicamente, las relaciones euro-latinoamericanas gozan de una relativa buena salud. La firma del acuerdo «de cuarta generación» con MERCOSUR (1995) y de libre comercio con México (1997) y Chile (2002), muestra el rostro amable de esas relaciones, que se quiere estrechar más en los próximos años. Centroamérica y la Comunidad Andina, por su parte, gozan de un sistema de preferencias generalizadas (SPG), que les permite exportar una parte de su producción libre de aranceles, a cambio del compromiso de luchar contra el narcotráfico. El intercambio económico y comercial es, sin duda alguna, el eje de las relaciones birregionales, como lo demuestra el hecho de que la UE sea el segundo socio comercial de Latinoamérica y el más importante para el MERCOSUR y Chile. La UE exportó bienes por valor de 57.500 millones de euros en 2002, sobre todo productos manufacturados, y de Latinoamérica importó 53.700 millones de euros en bienes primarios con escaso valor agregado. El intercambio sigue reproduciendo el viejo esquema Norte-Sur, a causa de las diferencias estructurales y los distintos niveles de desarrollo entre una y otra región. Con todo, el hecho más singular es que este intercambio comercial experimenta un declive constante desde 1970, inversamente al incremento del peso económico de EEUU.

Entre 1965-70, el 56% de las exportaciones de Latinoamérica se dirigieron a Europa occidental, de donde recibió el 57% de sus importaciones. En ese mismo periodo, EEUU fue receptor del 19% de las exportaciones latinoamericanas y origen del 35% de sus importaciones. En el periodo 1995-2000, en cambio, la UE significó apenas el 15% de las exportaciones y el 14% de las importaciones, por el 55% y 51%, respectivamente, de EEUU. Como señala un informe del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), «existe una situación mutuamente excluyente entre Europa y Estados Unidos», aunque la tendencia es a que EEUU se afiance «como el mayor y más completo proveedor de la región». El tema tiene una gran importancia para los dos bloques pues, cifras en mano, no parece haber espacio suficiente para que quepan, en Latinoamérica, europeos y norteamericanos.

Estaríamos ante un escenario de los previstos por la teoría del suma-cero, en el que uno gana lo que pierde el otro. El avance europeo se traduce en un retroceso de EEUU y el de EEUU en un retroceso de la UE, de forma que, al menos en el ámbito económico y comercial, la región aparece como un extenso campo de batalla entre la UE y EEUU, con un difícil acomodo. Desde esa perspectiva, la apuesta norteamericana por crear un Área de Libre Comercio en las Américas (ALCA) aparece como lo que es, un proyecto dirigido a capturar el mercado latinoamericano, excluyendo o reduciendo a mínimos la presencia europea en la región. En un sentido similar, los acuerdos y esfuerzos de la UE por firmar tratados de libre comercio apuntan a lo contrario, es decir, a demostrar a EEUU que no está dispuesta a abandonar Latinoamérica ni a repetir la retirada que hizo en el siglo XIX. No parece casualidad, por ello, que EEUU haya escogido el 28 de mayo, fecha de la III Cumbre Euro-latinoamericana, para lanzar el tratado de libre comercio con Centroamérica que, aunque escaso en valor económico, estaría cargado de simbolismo.

Latinoamérica es, desde hace diez años, escenario de una carrera sin tregua entre la UE y EEUU por la firma de acuerdos de libre comercio, que le otorgue al uno una posición de privilegio respecto al otro, en la pugna sórdida que hay por ese mercado. EEUU lanzó en 1994, a bombo y platillo, la iniciativa del ALCA, que suponía entrar en vigor en 2005. La CEE respondió con la firma de un tratado marco con MERCOSUR en 1995 y con la apertura de negociaciones con México, que cristalizaron en el tratado de 1997, en vigor desde 2000. Pero mientras la UE avanza pacientemente, EEUU acumula fracasos, al punto que ha tenido que apostar por tratados bilaterales ante la imposibilidad de lograr un acuerdo general sobre el ALCA. Sin hacer gala de ello, la UE ha ido asentando sus reales, sumando el tratado con Chile y avanzando de forma sostenida en el acuerdo con MERCOSUR, que espera dejar listo para su firma en 2005. Uno de los puntos estrella de esta III Cumbre es, justamente, anunciar su próxima firma. Si el acuerdo se alcanza, será un golpe de efecto memorable, pues la UE habrá logrado poner su pica en el área más vigorosa y pujante de toda Latinoamérica, con 220 millones de habitantes y un PIB de 890.000 millones de euros.

No obstante, conviene recordar que no es posible hablar de Latinoamérica como un todo, pues la región presenta fuertes fracturas económicas y políticas y grados distintos de dependencia de EEUU. En ella hay tres bloques fácilmente diferenciados por su relación con la potencia hegemónica. El área formada por México y Centroamérica presenta el mayor grado de absorción por EEUU, con el que realizó el 62% de su intercambio comercial entre 1995 y 2000. Próximo a ella está la Comunidad Andina (CAN), con un 57% de intercambio. El MERCOSUR, en cambio, presenta un panorama muy distinto, pues su intercambio comercial con EEUU fue de un 32% en el mismo periodo, es decir, la mitad del de México y Centroamérica. La economía se traduce en política, pues esta área suele plegarse firmemente a las tesis norteamericanas, como puso de manifiesto, por ejemplo, la reciente crisis entre México y Cuba, a raíz del voto mexicano condenando a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Aunque México se opuso firmemente a la guerra contra Iraq, Fox actúa como estrecho aliado de EEUU en muchos otros ámbitos.

Por el contrario, la oposición más firme al ALCA, a la política de aislamiento contra Cuba y en favor del acercamiento a la UE se encuentra en el MERCOSUR, el área más alejada y menos dependiente históricamente de EEUU. En la UE parece entenderse así, pues el 50% de las inversiones europeas (que totalizaban 206.100 millones de euros en 2000) se ha dirigido a esta área. No sólo en la UE perciben al MERCOSUR como punto de referencia. Gobiernos como el de Venezuela ven en el proceso de integración sureño una referencia para reducir la agobiante dependencia de EEUU. Producto de este interés fue la firma, en abril de este año, de un tratado de libre comercio entre la CAN y MERCOSUR, que dificulta aún más la estrategia norteamericana del ALCA. México, por su parte, ha anunciado su deseo de suscribir un tratado similar, confirmando con su actitud el peso que va adquiriendo en el continente el proceso de integración del cono sur. Porque, de fondo, está la lucha de Latinoamérica por diversificar su economía para recobrar soberanía.

Este tercer encuentro birregional, por otra parte, se da en un momento singular, por la ampliación de la UE a diez Estados del este europeo, lo que impondrá a la UE cambios notables en los próximos años, con repercusiones directas para Latinoamérica, tanto en la asignación de recursos como en el acceso al mercado europeo de sus productos agrícolas. En el primer aspecto, el menor desarrollo relativo de los nuevos miembros obligará a desembolsos importantes para elevar su bienestar y, en el segundo, por ser economías con importantes sectores agrícolas que van a competir con otras economías agrícolas europeas y no europeas. Aunque la UE ha querido tranquilizar a Latinoamérica, afirmando que no variará la asignación de recursos, una cosa son las intenciones y otra los hechos.

Con todo, la nota más ácida sigue radicando en las estancadas negociaciones sobre agricultura, asignatura pendiente de las relaciones birregionales desde los años 90. No se trata solamente de los elevados aranceles que deben pagarse, sino también de las normas técnicas, sanitarias y de protección al consumidor que, como señala el SELA, devienen en obstáculos casi insalvables para las exportaciones latinoamericanas. En este punto la UE no parece actuar con visión estratégica pues, en las circunstancias presentes, la facilitación de un acuerdo general y generoso sobre agricultura daría a Europa una ventaja sustantiva sobre EEUU en la región y consolidaría su presencia con réditos notables, a corto plazo para Latinoamérica y a medio y largo plazo para todos. El atrincheramiento en la PAC, por el contrario, mostraría una miopía extrema y una menguada y rácana visión de futuro.

La política internacional ofrece otro campo rico en posibilidades, pues la grave crisis en que ha sido sumida la humanidad en los últimos años, sobre todo por la política belicista de la actual administración norteamericana, pone en manos de ambas regiones la posibilidad de concertar posiciones para favorecer la paz en el mundo. Debido a la afinidad cultural, étnica, histórica y geográfica, EEUU es más influenciable desde Latinoamérica y Europa que desde otras zonas del mundo. Una acción concertada de estas regiones tendría un efecto beneficioso en el mundo y contribuiría a fortalecer, incluso, los movimientos internos que hay en EEUU contra el militarismo rampante instalado en Washington.

Parte importante de este trabajo le correspondía a España en su doble papel euro-hispánico, pero el alineamiento de Aznar con el gobierno Bush y su actitud confrontativa con Cuba y Venezuela lastró sus posibilidades en estas y otras cumbres. Un lastre del que debe librarse el gobierno socialista, si desea que España juegue un papel más constructivo. La III Cumbre UE-Latinoamérica puede marcar un hito en las relaciones birregionales o bien seguir los pasos de las cumbres iberoamericanas, del mucho ruido y escasas nueces. El mundo vive una era de transición y cambios y las decisiones que se adopten marcarán los futuros itinerarios. En esta nueva cumbre le toca a la UE mover ficha, es decir, abrir sus puertas agrícolas y apuntalar su alianza estratégica con Latinoamérica. Si esa puerta se mantiene cerrada podría pasar que, cuando quiera abrirla, sea tarde para muchas cosas.

* Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid [email protected]