Del consenso de Washington a la solidaridad regional. La Unasur es la simbiosis de las realidades políticas y sociales de la región. Los países europeos se reúnen para salvar al euro y los suramericanos fortalecen sus democracias. Estados Unidos y la insoportable levedad de ya no ser. En una nueva reunión extraordinaria de la Unión […]
Del consenso de Washington a la solidaridad regional. La Unasur es la simbiosis de las realidades políticas y sociales de la región. Los países europeos se reúnen para salvar al euro y los suramericanos fortalecen sus democracias. Estados Unidos y la insoportable levedad de ya no ser.
En una nueva reunión extraordinaria de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) realizada en Lima, Perú, se observó cómo la dicotomía histórica que sufren nuestros países entre riqueza y distribución fue cuestionada hasta límites casi insospechables.
La Secretaria General del bloque, la colombiana María Emma Mejía -sucesora en ese cargo del ex presidente argentino Néstor Kirchner- explicó que la preocupación central da la cumbre extraordinaria estuvo relacionada de manera casi exclusiva con temas sociales. El encuentro de mandatarios se realizó en coincidencia con la asunción del flamante presidente peruano, Ollanta Humala.
Los pregoneros del Consenso de Washington jamás hubieran imaginado este nuevo orden ni esta nueva realidad regional. O tal vez porque lo imaginaba en demasía, intentó perpetuar una indiscriminada globalización neoliberal cuyo objetivo final fue, inevitablemente, quebrar la sustentabilidad social de los pueblos. Y, ¡vaya paradoja!, una amplia parcela de esa sustentabilidad social se encuentra hoy quebrada en el propio imperio.
Es decir, todas las recetas que se imaginaron para la ya no tan sufriente América Latina se ven aplicadas hoy compulsivamente en los propios guetos financieros que las pergeñaron.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional ya no imaginan «maravillas económicas y sociales» para este lado del mundo sino que, ironía mediante, ahora las «maravillas» son aplicadas en los propios países de los «imaginadotes».
Obama, qun llegó al poder en los Estados Unidos con un manifiesto criterio «grouchomarxiano» -estos son mis principios pero si quieren tengo otros- esta vez se plantó y, cual rugbier en un scrum, lucha a brazo partido para subirle impuestos a los ricos y no recortar políticas sociales.
La respuesta a tan insolente propuesta no se hizo esperar: el Tea Party -léase el mascarón más reaccionario, retrógrado y racista de la política estadounidense- bloquea el plan que evitaría el default, es decir, le impide al mandatario americano ampliar el techo de la deuda para evitar la cesación de pagos. No pocos advierten aquí una maniobra tan genial como perversa sobre los cabildeos de Barak: el default del país más poderoso de la tierra es provocado, ni más ni menos, que por el primer presidente negro.
En junio del año 2008, la presidenta argentina, Cristina Fernández, les espetó en las propias entrañas de Naciones Unidas que si seguían recorriendo el mismo camino iban a necesitar imperiosamente un plan b. Pregunta inevitable: ¿Se trató de una premonición o la sensación cabal de que la decadencia globalizadora -tal vez en cumplimiento de la premisa de que los grandes imperios, como los pescados, comienzan a podrirse por la cabeza- no tenía otra alternativa que hacer daño en el propio cerebro del monstruo?
Aunque estos humildes razonamientos parezcan tener exclusivo asidero económico, la diferencia radica en la solidaridad a la hora de unir bloques de países en el mundo. En ese marco se observan dos patrones de comportamiento: por un lado daría la impresión que Estados Unidos se quedó solo y Europa se reúne exclusivamente para intentar salvar al Euro e inducir las implosiones de sus economías más débiles (Grecia, Portugal, Irlanda y España).
Por otro lado, nuestra Patria Grande guarda con orgullo el eterno y simbólico recuerdo del momento en que desde «la Chile de Bachelet» se salvaguardó la democracia de Bolivia, cuya medialuna oligárquica (Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando) ya tenía en sus fauces parte del mandato de Evo Morales.
En este círculo virtuoso, no resulta casual que hoy en Lima la inclusión social y la construcción de ciudadanía constituyan el factotum de una nueva convocatoria extraordinaria de la Unasur.
Cada uno de nuestros países, dentro de su heterogeneidad, es una metáfora acabada del propio «Suelo Grande» y dentro de esta lógica no es casual que Bolivia, Ecuador y Venezuela hagan valer, como nunca antes, sus derechos de identidad y su soberanía ante los recursos naturales. Tampoco es casual que Venezuela y Colombia hayan resuelto sus diferencias en paz y al interior del bloque; que Argentina y Brasil establezcan como prioridad absoluta su estratégica relación bilateral. La superación de desigualdades y asimetrías no constituyen hoy un conflicto sino una parte de la política económica común.
En la consolidación de Unasur como ámbito privilegiado para el tratamiento de conflictos regionales, Néstor Kirchner fue una pieza clave. Unión, integración, estrategia e inclusión fueron las premisas que para que el 4 de mayo de 2010, en Campana, Provincia de Buenos Aires, se haya elegido al ex presidente argentino como el Primer Secretario General de la Unión de Naciones Suramericanas.
El bloque exhibe una potente impronta política y su incidencia económica-estadística muestra números importantes. Mientras en Lima la Unasur discute dignidad, inclusión y memoria; en Berlín, Europa blinda al Euro sacrificando personas; y Estados Unidos, en una verdadera interpretación libre de la obra de Milan Kundera, digiere tortuosamente la insoportable levedad de ya no ser.
Daniel Badano es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y periodista de Radio Nacional Mendoza
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