El gran Orinoco cubre con su mística todo el continente americano y la comunidad de indígenas conocida por Nabasanuka, en el Delta Amacuro de Venezuela, conoce que la vida y la muerte guarda relación con el agua, manantial ancestral que alimenta y cura las enfermedades. Allí, frente al viejo espigón se encuentra el ambulatorio donde […]
El gran Orinoco cubre con su mística todo el continente americano y la comunidad de indígenas conocida por Nabasanuka, en el Delta Amacuro de Venezuela, conoce que la vida y la muerte guarda relación con el agua, manantial ancestral que alimenta y cura las enfermedades.
Allí, frente al viejo espigón se encuentra el ambulatorio donde trabaja el médico brasileño Marcus Dutra, quien dijo a todos que venía de Cuba, un lugar fantástico del Caribe donde los jóvenes latinoamericanos pueden estudiar medicina.
Cuba y el Orinoco comenzaron a converger en las conversaciones, mas cuando la madrugada se oscureció con el toque a la puerta de una gestante y una alerta de los familiares de una emergencia grave.
La joven embarazada nunca asistió a una consulta prenatal porque no conoció de la existencia de un médico, jamás recibió un examen para diagnosticar alguna enfermedad gestacional y desconocía de medicinas necesarias para un alumbramiento feliz. Nadie le explicó acerca dietas y terapias para un parto sin dolor.
A Marcus llegó cuando las contracciones se sucedían una tras otra y un rápido reconocimiento clínico certificó un ataque de eclampsia con una hipertensión con peligro para la vida de la madre y del bebé.
La ambulancia sin gasolina y nadie en los alrededores contaba con transporte automotor para un traslado, sólo el río estaba apto para la navegación pero la lentitud de una patana abría paso al riesgo.
El hospital más cercano se alejaba por la brevedad del tiempo deseoso de llevarse en su guadaña una vida adolorida por la miseria de una sociedad que olvidó a sus pueblos originarios y los encerró en zonas boscosas como para no recordar nunca a sus progenitores.
Marcus vio en la parturienta a cada uno de sus profesores de ginecología, quienes le enseñaron cómo accionar en un momento de tanto stres, tomó el aliento necesario y luego de un proceder rápido se realizó el alumbramiento. Sólo restaba que la madre evolucionara satisfactoriamente a los medicamentos y hacer descender la presión arterial.
La ciencia fue aplicada gracias a la enseñanza cubana, sólo restaba esperar que la madrugada no arrasara con la vida fértil de una joven indígena.
Allí estuvo Marcus, vigilando a su paciente e invocando a los dioses del Orinoco .
Fuente: Nuria Barbosa León, periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba