Como es de dominio público, en abril del próximo año se celebrará en Lima la VIII Cumbre de las Américas. Será la primera vez en la que Donald Trump encontrará reunidos a todos los mandatarios de un continente al que, el ocasional inquilino de la Casa Blanca, busca obsesivamente ajustar las cuentas, obligándolos a servir […]
Como es de dominio público, en abril del próximo año se celebrará en Lima la VIII Cumbre de las Américas. Será la primera vez en la que Donald Trump encontrará reunidos a todos los mandatarios de un continente al que, el ocasional inquilino de la Casa Blanca, busca obsesivamente ajustar las cuentas, obligándolos a servir -lo más dócilmente posible- las órdenes de Washington.
Ya no puede articular su política a través de la OEA, al mando del insufrible uruguayo Luis Almagro, abanderado de la causa del Imperio en la región. Después de todo, el Charrúa le ha servido muy poco cuando se ha tratado de torpedear el proceso emancipador latinoamericano golpeando en primer lugar a la Venezuela Bolivariana. Ahora, el mandatario yanqui tendrá la posibilidad de encontrarse cara a cara, y uno a uno, con cada uno de los Jefes de Estado y de Gobierno, del continente.
Claro que muchos no le harán caso. Algunos, incluso se sentirán tentados a suscribir el urticante dictamen emitido recientemente por 27 reconocidos Psiquiatras de los Estados Unidos de norteamérica, que ha puesto en tela de juicio el equilibrio emocional, y la salud mental, del Presidente yanqui.
Los Médicos de la Mente -para espanto del mundo- se han visto forzados a reconocer, que el señor Trump «padece una condición mental que lo vuelve un peligro claro y presente para el país y el mundo». Adicionalmente, el profesor Lance Dodes, eminente Psiquiatra de Harvard lo califica de Sociópata que sus rasgos «son innegables, y crean un peligro profundo para la democracia y seguridad de Estados Unidos».
Y es que éste se ha visto enredado en una madeja de la que no se puede liberar: ha declarado una guerra virtual a la República Democrática y Popular de Corea; amenaza severamente a Irán; ataca militarmente a Siria; se enfrenta al pueblo Palestino, defendiendo a la camarilla sionista de Israel; mantiene bajo control armado a Irak y Afganistán; sanciona a Rusia, como si éste país dependiera de Washington; se enfrenta a la República Popular China; amenaza a la Venezuela Bolivariana y pretende ajustar las tuercas del bloqueo que mantiene contra Cuba.
En otras palabras, destila odio, rivalidad y amenazas constantes contra una muy buena parte de la población mundial, a la que busca someter a su capricho, sin miramiento alguno.
Esta vez -como si todo lo anterior fuera insuficiente- acciona sus resortes contra Nicaragua Sandinista, quizá el más próspero y pacífico país de Centro América. A él, lo amenaza por dos razones: porque es amigo de Cuba; y porque su gobierno cuenta con un excepcional apoyo popular gracias la herencia de Sandino, que hoy se recoge entre risas y canciones, y la gestión de Daniel Ortega, que obtuvo más del 75% de los votos en las elecciones del 2016.
¿Qué es lo que quiere el Imperio en este caso? Muy simple: aprovechar la Cumbre de las Américas para sentar al gobierno de Managua en el banquillo de los acusados, usando contra él -nada menos- que la Carta Democrática de la OEA.
Esta «Carta Democrática» se diseñó y aprobó precisamente en Lima en septiembre del 2001, cuando colapsó la dictadura fujmorista y se ahogaron en sangre los regímenes asesinos que pulularon en el continente, en las últimas décadas del siglo pasado. Su sentido era impedir que en la región se repitieran Golpes de Estado y que, bajo su signo, fueran derribados regímenes constitucionales.
Pero esa Carta, no fue aplicada cuando correspondía. Hubo un golpe en Honduras, contra el gobierno constitucional de Manuel Zelaya. Y la OEA hizo mutis en el foro. Hubo otro golpe de similares características en Paraguay contra el régimen legal del Presidente Lugo. Y la OEA, también calló. Y volvió a callar cuando los afanes golpistas de la derecha más reaccionaria y corrupta, se enseñoreó en Brasil para dar al traste con el gobierno de Dilma Rousseff.
En cambio, el inefable Luis Almagro pretendió usarla como una Espada de Damocles contra el gobierno bolivariano de Venezuela. Entre abril y julio de este año, la Secretaría de la OEA buscó afanosamente convencer a todos los Estados de la región, alegando que el régimen de Caracas era «ilegal», «antidemocrático» y «golpista». Finalmente, nunca lo logró, pese a contar con la obsequiosa colaboración del Presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, quien hizo suya la lucha contra el gobierno de Nicolás Maduro, alentando con descaro no un «retorno a la democracia», sino la instauración de un régimen fascista en el Palacio de Miraflores, que diera al traste con todas las conquistas arrancadas en vigorosas luchas por la Patria de Bolívar.
Como ese burdo intento fracasó en toda la línea, ahora lo que la reacción busca es centrar sus fuegos contra la Nicaragua Sandinista. Para ese efecto, en los primeros días de octubre visitó Managua una «delegación» integrada por ex presidente de diversos países de América Latina. Proclamaron su intención de «cautelar» la «limpieza» de las elecciones municipales que tendrán lugar el próximo 5 de noviembre, y buscaron entrevistarse sobre todo con los «partidos y fuerzas de la oposición».
En ese marco, ciertamente que no fueron recibidos ni por el Consejo Supremo Electoral, ni por el Frente Sandinista que -por decoro elemental- no acepta injerencia alguna en sus asuntos internos.
Ante el burdo fracaso de la iniciativa, esa misma delegación que se autodenominó «Amigos de la Carta Democrática» enarboló la peregrina idea de usar la próxima cita de Lima «para presionar a Daniel Ortega a que respete y cumpla las normas de la Carta Democrática Interamericana».
No les importó saber que, en el caso concreto de Nicaragua, la mentada Carta Democrática carece aplicación porque el gobierno Sandinista no es, ni por asomo, una Dictadura. Fue electo en un proceso limpio reconocido en noviembre del año pasado por la Comunidad Internacional; y funciona dentro de los cauces establecidos por la Constitución del Estado.
Bien podría -aún está a tiempo- la OEA aplicar la Carta Democrática el régimen de Temer, en Brasil; o incluso al de Cartes, en Paraguay ¿por qué no lo hace? Simplemente porque no le importa realmente la Carta Democrática. Lo que le importa, es usar mecanismos de presión contra gobiernos que hacen resistencia a la política imperial en nuestro continente.
No es, en absoluto una casualidad el que se amenace a Nicaragua con la Carta Democrática, cuando sólo hace algunos días el Presidente Trump puso en marcha sanciones contra Nicaragua con la llamada Nic Act –Nicaraguan Investiment Condicionality– herramienta a partir de la cual piensa sancionar al Gobierno Sandinista con medidas orientadas a golpear su economía y su administración.
Como lo dijo en su momento la Cancillería Cubana, «Casualmente», ese órgano legislativo de Washington adoptó el referido proyecto, que ahora deberá ser debatido en el Senado, un mes antes de que en la Patria de Augusto César Sandino se celebren comicios municipales».
El señor Trump, el señor Almagro, y los «Amigos de la Carta Democrática»; no son sino enemigos de pueblos y si más bien, Amigos del Imperio y de sus más turbios intereses. Corresponde a los peruanos la tarea de denunciar eso.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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