La nueva decisión de los dirigentes de la Unión Europea de suspender las conversaciones para el acceso de Turquía al club europeo ha supuesto un nuevo revés para las aspiraciones del gobierno turco, aunque un análisis más detallado puede alterar dichas percepciones. La negativa de Turquía a abrir sus puertos y aeropuertos a Chipre, a […]
La nueva decisión de los dirigentes de la Unión Europea de suspender las conversaciones para el acceso de Turquía al club europeo ha supuesto un nuevo revés para las aspiraciones del gobierno turco, aunque un análisis más detallado puede alterar dichas percepciones.
La negativa de Turquía a abrir sus puertos y aeropuertos a Chipre, a pesar de la maniobra de último momento por la que accedía a habilitar uno, ha sido la nueva excusa que ha utilizado la UE para bloquear nuevamente las negociaciones. Hace más de un año que éstas se pusieron nuevamente en marcha y en todo momento las partes eran conscientes de la dificultad del camino a recorrer, una vía repleta de obstáculos y excusas que dificultan sobremanera el desenlace de las mismas.
El abanico de argumentos que se han empleado a lo largo de esta tortuosa historia de amor y odio convenido es enorme. Hace años, principalmente en tiempos de la llamada Guerra Fría, Turquía desempeñaba un papel clave para los intereses de estados Unidos y de sus aliados, en ese sentido se entiende que Turquía sea miembro de la OTAN. En esos años la situación del país no entraba ni de lejos en el label democrático occidental, pero su peso geoestratégico se imponía a la hora de mantener relaciones privilegiadas con Europa y EEUU.
Cuando durante los últimos años, y dentro ya de una nueva coyuntura internacional, en un mundo unipolar y claramente marcado por el hegemonismo estadounidense, los pasos para incorporar a Turquí al club europeo que forman algunos estados en torno a la Unión Europea se han sucedido, aunque nunca se ha podido materializar los deseos de Turquí de acabar formando parte del preciado grupo como un estado de pleno derecho.
Se alegaba entonces, y todavía algunos utilizan los mismos argumentos para cerrar las puertas de Europa a Turquía, que el país es casi en su totalidad musulmán, que su pasado de golpes militares coloca al ejercito turco en el centro de la actividad política y social del país en numerosas ocasiones, y que además, los niveles de desarrollo turcos estaban a años luz de los parámetros europeos. A todo ello se unía, no sin cierto cinismo e hipocresía por parte de la UE, las criticas «a las torturas, la violencia, los ataques a la libertad de expresión y a los derechos de las minoría, los niveles de corrupción», que hacían factible rechazar la candidatura turca. Además, por si todo ello fuera poco, se solía recurrir a la «ocupación militar turca de una parte de Chipre, de los ataques contra el pueblo kurdo o la pertenencia de la mayoría física del país a Asia».
Cambios o maquillaje
Las presiones europeas para que Turquía corrija esas «deficiencias» democráticas se han sucedido, y desde Ankara se señala que en los últimos años se han cumplido algunas de las demandas de la UE en materia de cambios constitucionales, en medidas para evitar la tortura, la pena de muerte se ha abolido, el poder de los militares se ha reducido en la esfera política, e incuso «se han concedido más derechos a las minorías kurdas».
De todas formas, es evidente que todas las presiones hacia Turquía no pueden esconder el nivel de hipocresía que envuelve las posturas europeas en la materia. Y Turquía es consciente de que a pesar de todo las cosas han cambiado en los últimos años en ese equilibrio de relaciones tan complejas, y en estos momentos su situación puede permitirle afrontar de otra manera las exigencias europeas. En ese sentido, es evidente que el actual primer ministro turco, Tayyip Erdogan es consciente que cualquier ruptura de relaciones brusca perjudicaría a su país más que a la UE, y de ahí que no haya dudado en manifestar que ante estos bloqueos, «ya tienen preparados un plan B o C», dejando claro que Ankara no tiene previsto romper la cuerda negociadora.
Paralelamente los estrategas turcos han movido las fichas para seguir cimentando su posición privilegiada en otras partes del mundo, utilizando para ello su posición geoestratégica, en esa especie de puente que quieren representar entre Asia, Oriente Medio y Europa.
Ventajas y retos
Los gobernantes turcos saben que su alianza con Estados Unidos, bajo el paraguas de la llamada «guerra contra el terror», les permite contra con una cierta posición de ventaja en otras partes del mundo, y también intuye que en un momento dado, tras los fracasos de la UE por convertirse en una actor relevante en esas zonas, ésta puede necesitar sus intervenciones para corregir ese déficit.
Además, en Turquí ase percibe cada vez más el rechazo europeo como una posición obstinada que hace aumentar el escepticismo turco, al tiempo que detrae cada vez más a la opinión pública turca de sus deseos híncales de formar parte de la Unión Europea. Y contrariamente a lo que se podría pensar en Bruselas, en Turquía crece la confianza en sí mismos, motivado en buena medida por varios factores, los buenos resultados económicos, tras haber superado al anterior crisis económica, el aumento de su importancia geoestratégica, que le convierte en el punto clave para que Europa pueda seguir importando los productos energéticos de Asia Central así como su influencia política en esas regiones donde Europa cosecha fracaso tras fracaso. Otros temas de vital importancia para Europa también dependen de la voluntad turca, el tráfico de armas, de drogas o de personas, son buenos ejemplos de ello.
Los próximos meses las relaciones entre Turquía y la Unión Europea deberán superar también algunos retos colaterales. Así, las citas electorales en el estado francés y en Turquía tendrán su peso en el devenir negociador de ambos protagonistas. En le caso francés, si se produce el triunfo de un candidato como Nicolas Sarkozy, declarado opositor al acceso turco a la UE, la situación empeorará. Por su parte, dentro del estado turco el próximo año se darán dos citas electorales muy importantes, tanto en clave interna como externa.
En mayo serán las presidenciales, y el actual primer ministro Erdogan puede presentar su candidatura, en caso de vencer, y con la vista puesta también en las legislativas de noviembre, Turquía se puede encontrar con un gobierno y un presidente de corte eslavista moderada, lo que tendría sus lecturas y tal vez consecuencias en el proceso negociador, y también en el propio país, donde todavía las tensiones internas pueden volver a salir a plena luz de la vida política y social. Las tensiones entre los militares y los partidos laicistas con los partidarios del modelo de islamismo moderado del primer ministro pueden tensar la situación todavía más. Tampoco hay que olvidar que los próximos meses, la presidencia de la UE estará en manos alemanas, y dentro de ese país las diferencias ante el acceso turco son más que evidentes.
De momento, y ante la coyuntura citada, Turquía parece caminar hacia el reconocimiento de un estatus privilegiado en sus relaciones con la UE, más que al ingreso en la misma como un miembro de pleno derecho. Desde Turquía se señala que ellos siguen adelante en los intentos por buscar un acuerdo, «el tren se ha detenido, en otras ocasiones circulará más despacio, pero en ningún momento ha descarrilado».
Los dirigentes turcos son conscientes de que buena parte de su riqueza reside en sus relaciones con Europa y occidente, pero también son conocedores de la importancia de su privilegiada situación con «árabes, israelíes, paquistaníes o iraníes», que como señala el historiador Francisco Veiga, «esa es su riqueza, acumulada a través de once siglos de historia».
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)