«No es de izquierdas aquél que recurre a un rescate de la Troika para salvar al pueblo« (Manolis Glezos, político, escritor y poeta griego) La situación de Grecia, cuna de la civilización occidental, del pensamiento, de la filosofía y de la democracia, es hoy día absolutamente insostenible. El país se dirige a marchas forzadas hacia […]
«No es de izquierdas aquél que recurre a un rescate de la Troika para salvar al pueblo«
(Manolis Glezos, político, escritor y poeta griego)
La situación de Grecia, cuna de la civilización occidental, del pensamiento, de la filosofía y de la democracia, es hoy día absolutamente insostenible. El país se dirige a marchas forzadas hacia un precipicio que, da la impresión, nada ni nadie puede detener, ni a nadie le interesa. Tomamos datos e información en lo que sigue de un reciente artículo publicado por Martine Orange para Mediapart, y publicado en español en el medio Rebelion.org. Desde que el gobierno de Alexis Tsipras se rindió escandalosamente y capituló frente a unas exigencias demenciales de la Troika, pensadas no solamente para aplastar la disidencia griega, sino para servir de ejemplo y escarmiento a toda la comunidad de la Unión Económica y Monetaria europea, Grecia no ha dejado de caminar hacia el precipicio económico y social. Los líderes de esta indecente Unión Europea, así como los vasallos del gran capital representados en el FMI, le han lanzado un nuevo ultimátum a Tsipras. Le han concedido tres semanas para presentar un nuevo camino de medidas de austeridad, en caso contrario será de nuevo intervenido en una nueva espiral de privatización, precariedad laboral y desmontaje del ya casi inexistente Estado del Bienestar. Podemos afirmar, sin exagerar un ápice, que la situación griega ya es una cuestión de pura supervivencia.
Ya agotado, el país se encuentra al borde del abismo, del colapso financiero, económico y moral. Los dirigentes de Siryza, ahora sí, hablan sin tapujos de plantearse seriamente salir del euro, de la moneda única (que no común), justo lo que tendrían que haberse planteado hace dos años, cuando Alexis Tsipras tuvo el mayoritario respaldo popular. Como tantas veces hemos asegurado, la cobardía de los gobernantes se paga cara, bien cara. Más tarde o más temprano los fantasmas vuelven a acudir, al acoso y al derribo de aquéllos que se rebelan, que se enfrentan a los designios del más cruel neoliberalismo, y si no somos capaces de plantarle cara, de elaborar alternativas, y de estar a la altura, el gran capital aprovecha, en su insaciable carrera, para hacernos aún más vasallos, más presos de sus viles dictados. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido en Grecia. «¡A buenas horas, mangas verdes!», reza nuestro sabio refranero, y viene de perlas al caso que nos ocupa, porque algunas figuras destacadas del otrora partido de izquierdas, y hoy día sumido en las directrices del más salvaje capitalismo europeo, ya evocan públicamente la hipótesis de la salida del euro, y dejan de considerarlo como un tema tabú. Más les hubiera valido liderar la ofensiva cuando tuvieron la clara oportunidad, preparando al pueblo griego para que asumiera que dicha posibilidad era la única que podía devolverles la dignidad.
Si tal hipótesis hubiese sido formalmente explorada en su momento (y no faltaron líderes dentro y fuera de Syriza que lo plantearon), hoy día Grecia, a pesar de las nuevas dificultades derivadas de la salida de la moneda única (Grexit), podría tener una salvación, una salida, una luz al final del túnel, que supusiera la vuelta a una sociedad digna y justa con los más desfavorecidos. Pero los consejos no fueron escuchados, los planteamientos alternativos fueron abandonados (lo que provocó que buena parte de la militancia y de los dirigentes abandonara el partido y fundara Unidad Popular), y Alexis Tsipras se plegó a las directrices europeas, firmando y acatando un nuevo memorándum mucho más exigente (diríamos absolutamente demencial) que los planteados inicialmente. Desde entonces, la venganza de la Troika es implacable, inexorable, fulminante, despiadada. La inmensa mayoría de los grandes recursos públicos que le quedaban al país (tanto grandes empresas como recursos naturales muy valiosos) han sido cedidos a la banca europea y a las grandes empresas transnacionales, en un irracional concurso que está vaciando al país de todo su potencial, de todo su contingente económico, y de toda su fuerza social. Y así, hoy día, las personas y los colectivos sociales se encuentran prácticamente al límite de su resistencia, todo lo cual es silenciado por estas macabras instituciones europeas, y por los medios de comunicación dominantes, cómplices de la situación.
Unas instituciones europeas que están procurando enterrar el tema griego, para que no se conozcan los perversos efectos que producen sus políticas, y para que no vuelvan a discutirse las directrices de sus tratados, en una palabra, para que no se vuelva a elevar la bandera de la democracia sobre las cláusulas de este perverso «club europeo». Los líderes europeos no están interesados en que el tema de Grecia vuelva a la palestra, sobre todo a la espera de próximas elecciones este año en Países Bajos, Francia y Alemania. Por tanto, la extrema crisis griega está siendo cruel e interesadamente silenciada, y sus efectos intencionalmente ocultados. Con cada desembolso de fondos adicionales, en obediencia a los planes de rescate asumidos, los acreedores se vuelven más exigentes. Cada vez quieren más. Absolutamente insensibles al sufrimiento del pueblo griego, continúan arrebatando la riqueza al país, y transfiriendo hacia el gran capital los recursos del pueblo griego. Nos encontramos no ya ante un hostigamiento declarado, sino ante un macabro plan de exterminio y aniquilación de todo un país, ante una destrucción y un caos de proporciones imprevisibles. Como nos cuenta Martin Orange, la última reunión del Eurogrupo, celebrada el 26 de enero, en presencia de funcionarios del FMI, sólo confirmó una vez más el insaciable acoso que sufre la población griega. Mientras Atenas espera la liberación de los fondos europeos para ayudar a refinanciar alrededor de 6.000 millones de euros de deuda en julio, la discusión repitió los mantras habituales, que tanto gustan a los responsables de la Unión Europea como expresión de su eufemístico lenguaje: «mantener los compromisos», «aplicar las reformas», «reducir el déficit», «recuperar el crecimiento económico», etc. Un lenguaje que constituye hoy día el más feroz ataque a la soberanía y a la dignidad de los pueblos, y que no necesita bombas ni cañones para someterlos.
Un nuevo plan de «austeridad» ha de ser presentado por Tsipras en la reunión del 22 de febrero, cuando la verdad es que ya llueve sobre una inundación. Mientras que el gobierno griego ha logrado, con un esfuerzo fiscal sobrehumano (levantado sobre las espaldas de la ciudadanía), alcanzar un superávit presupuestario (antes del pago de la deuda y gastos financieros) del 1,5% en el año 2016, las autoridades europeas están condicionando las nuevas ayudas a partir de julio a un superávit primario del 3,5% y durante al menos 20 años, una situación a todas luces inviable. Hasta el propio FMI ha reconocido que este superávit era irreal, incluso contraproducente. Pero las autoridades europeas dicen que esto es lo que hay, y aún exigen más garantías, condicionando su apoyo al plan de rescate a la adopción preventiva por parte del gobierno griego de nuevas medidas de austeridad adicionales, que se sumen a las ya previstas en el propio plan de rescate. Algo inaudito, irracional, escandaloso, inhumano. Por su parte, el gobierno griego ya ha subido el IVA al 24%, ha recortado en un 40% las pensiones, aumentado los impuestos, creado nuevos impuestos sobre los automóviles, las telecomunicaciones, la gasolina, el tabaco, el café, la cerveza, ha anunciado nuevos recortes de 5.600 millones de euros en salarios públicos, y otras muchas barbaridades para contentar a la insensible Comisión Europea. Pues aún parece que no es bastante.
La soberanía del pueblo griego ha sido completa, total y absolutamente intervenida. Sus decisiones y planes políticos, sociales y económicos no tienen ninguna validez sin el visto bueno de las autoridades europeas. No sólo es que los planes de rescate sean antidemocráticos, sino que son absurdos y kamikazes, teniendo sentido únicamente si se quiere aniquilar socialmente a un país, dejándolo como en situación de posguerra. Y aunque parezca una pesadilla incomprensible, todos los países europeos (España incluida, por supuesto, con el gobierno del PP como alumno aventajado y ejemplar) están alineados con la postura alemana, defensora a ultranza del plan de rescate. Grecia posee una deuda pública calificada de «explosiva» por el propio FMI. De acuerdo con sus cálculos más recientes, ascendería al 260% del PIB para el año 2060 (ahora se encuentra en el 180%), reconociendo que es insostenible, y que Atenas necesita un alivio sustancial de la deuda por parte de sus socios europeos. En realidad, la deuda pública griega es insostenible desde hace mucho tiempo. El CADTM patrocinó un Comité de Auditoría de la Deuda griega, y asesoró al gobierno sobre los pasos que deberían darse en pro del control sobre la misma, pero de nuevo, el gobierno de Alexis Tsipras no hizo caso. Y así les va. Pero las autoridades europeas siguen negando la mayor. En un comunicado reciente del Mecanismo Europeo de Estabilidad, se asegura que «No hay ninguna razón para tales alarmas acerca de la situación de la deuda griega». No hay más ciego que el que no quiere ver.
Durante los últimos 7 años, el PIB de Grecia se ha reducido en un tercio. El desempleo afecta al 25% de la población y al 40% de los jóvenes entre 15 y 25 años. Un tercio de las empresas han desaparecido en los últimos cinco años. Muchas escuelas han tenido que cerrar por falta de fondos, dejando en la inactividad a miles de escolares. El gasto per cápita en sanidad disminuyó en un tercio desde el año 2009, y más de 25.000 médicos han sido despedidos. Los hospitales han sido desmantelados, carecen de medios, de personal, de instalaciones, de medicamentos. Las cifras son alarmantes, horrendas. Una quinta parte de la población vive sin calefacción ni teléfono. El 15% de la población ha caído ya en la pobreza extrema. Y ante esta cruda realidad, el declive emocional de la población se ha disparado, pues ya no encuentran sentido a sus vidas, ni ven salida posible a esta situación tan desesperada. Pero sin embargo, este coste humano y social de la austeridad no aparece en las hojas Excel del Eurogrupo, que se limitan fríamente a implantar sus fanáticos dogmas. Según datos del propio Banco de Grecia, el 13% de la población está excluida de cualquier tipo de atención médica, el 11,5% no puede comprar las medicinas prescritas, y un 24% padece problemas de salud crónicos. Los suicidios, las depresiones, o las enfermedades mentales, han registrado incrementos exponenciales. Y mientras que la tasa de natalidad ha disminuido un 22% desde el inicio de la crisis, la tasa de mortalidad infantil casi se ha duplicado en los últimos años, hasta alcanzar el 3,75% en 2014.
Y cuando les veamos en ruedas de prensa, continuarán asegurando con ese pasmoso cinismo que caracteriza a los dirigentes europeos que su plan de rescate funciona, se continuarán felicitando por la recuperación de Grecia, y animarán a sus gobernantes a continuar por esa senda, que es en realidad la senda de la destrucción. Porque el país se encuentra exhausto, agotado, al límite de sus fuerzas y de sus recursos. Ninguna institución, por poderosa que sea, tiene derecho a maltratar de esta forma a un país, a ningunear su soberanía, su independencia y su dignidad. Asistimos al colapso silenciado de todo un país, al secuestro y al expolio de sus recursos, al saqueo de su riqueza, y a la condena más execrable a la miseria de toda su población. Y todo ello, ante el pasmoso silencio, ante la cómplice y criminal complicidad del resto de los países europeos, que no se inmutan ante tanta crueldad. Después de lo que están haciendo con el pueblo griego…¿Nos asombramos de lo que son capaces de hacer con los refugiados? Todo forma parte del mismo plan, todo obedece a una misma estrategia, a un mismo fin, que no es otro que la supremacía del gran capital, el abandono de las clases más desfavorecidas, y la creación de colonias en torno a la gran banca y a las empresas transnacionales europeas, que son las que mandan en todo este indecente cotarro. La salida del euro es la única solución que le queda a este pequeño país, y para el resto de países, una pregunta…¿Habremos aprendido la lección?
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