El panorama de la izquierda francesa se ha visto sacudido por el nacimiento del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), impulsado por la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), cuyo candidato en las últimas elecciones presidenciales de 2007, Olivier Besancenot, se afirmó como la principal opción a la izquierda del Partido Socialista (PS) con un 4,1% de los votos. […]
El panorama de la izquierda francesa se ha visto sacudido por el nacimiento del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), impulsado por la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), cuyo candidato en las últimas elecciones presidenciales de 2007, Olivier Besancenot, se afirmó como la principal opción a la izquierda del Partido Socialista (PS) con un 4,1% de los votos.
Besancenot se ha convertido en una de las figuras más populares de la izquierda francesa y en la principal cara visible de la oposición a Sarkozy, en un contexto donde el PS no representa una alternativa real a la política del Gobierno, a pesar de su recién giro cosmético hacia la izquierda. Su popularidad no es un elemento puntual y, según un estudio de la Fondation Jean-Jaurès, se ha consolidado en tres procesos: la campaña por el non en la Constitución Europea en 2005, la movilización contra el Contrato de Primer Empleo (CPE) en 2006 y las elecciones presidenciales de 2007.
Con la creación del NPA, que acredita ya más de 9.000 militantes, se intenta traducir en fuerza militante organizada el apoyo social y electoral de Besancenot. La fundación del nuevo partido culmina años de búsqueda y de tentativas por parte de la LCR para avanzar en la construcción de una nueva herramienta de combate adaptada al periodo histórico actual.
La audiencia y eco encontrado por el NPA muestra que, por primera vez en mucho tiempo, existe en Francia una corriente de simpatía popular para la izquierda radical fuera de los aparatos políticos tradicionales que va más allá de los sectores sociales habitualmente más organizados y combativos. Se ha abierto un espacio, aunque contradictorio, inestable y con limitaciones, para una nueva alternativa anticapitalista. Ello obedece a dos elementos. Primero, el renacimiento de las luchas populares frente a la globalización neoliberal, desde las ya lejanas huelgas de noviembre-diciembre de 1995 contra el Plan Juppé de reforma de la Seguridad Social, hasta las recientes movilizaciones contra Sarkozy. Segundo, la erosión de los grandes partidos de la izquierda y su desplazamiento hacia la derecha. El PS se ha adaptado hace tiempo a los intereses del gran capital y ha tejido fuertes lazos con sectores empresariales. El Partido Comunista y los Verdes se han convertido en fuerzas subalternas al primero, desconectadas de las luchas sociales, absolutamente institucionalizadas, y han sido coresponsables de políticas contrarias a su propia base social e ideario. El balance de la ya lejana izquierda plural de Jospin está ahí para recordarlo.
El proyecto del nuevo partido es, como señala Besancenot, «hacer emerger, a partir de lo que ya existe a nivel social, un referente político que no quede atrapado por los engranajes del poder y que no sea satelizado por el PS.» El NPA sitúa el combate contra el neoliberalismo en una perspectiva de ruptura con el capitalismo, y hace del ecologismo, el feminismo y el internacionalismo elementos constitutivos de su programa. El «anticapitalismo», del cual es portador, no contiene sólo una dimensión negativa de rechazo. Lleva consigo la formulación de propuestas alternativas en dirección a la construcción de otra sociedad y de un «plan de urgencia social» frente a la crisis, con medidas como la nacionalización del sistema bancario, la prohibición de los paraísos fiscales, un aumento salarial general de 300 euros o la defensa de los servicios públicos.
Los retos del nuevo partido son muy grandes. Tendrá que pasar la prueba de la práctica y mostrarse como una herramienta eficaz. Para Besancenot, «resistir solamente no basta, hace falta un instrumento político, y hoy el NPA es el mejor que tenemos». Recién constituido, afronta ya unas semanas y meses decisivos en la lucha contra los planes y las recetas antisociales de Sarkozy frente a la crisis, en los cuales conseguir victorias será crucial para iniciar un nuevo ciclo de acumulación de fuerzas favorable a los sectores populares. La fundación del NPA ha generado gran expectación y curiosidad entre la izquierda anticapitalista internacional, entre ellas la del Estado español. Tres factores lo explican: el importante papel jugado por Francia en el ascenso de las resistencias a la globalización desde mitad de los 90, la credibilidad de la LCR convertida desde hace tiempo en una de las formaciones radicales más emblemáticas de Europa, y la coyuntura política del momento marcada por el impacto de la crisis sistémica global.
Esta empuja más que nunca a la colaboración internacional entre las fuerzas anticapitalistas para hacer emerger «otra agenda» opuesta a la lógica del capital, a los intentos de hacer pagar los costes de la crisis a los sectores populares, y a la retórica de «refundación del capitalismo» impulsada por Sarkozy y compañía. A escala de la Unión Europea, el reto es reforzar la «europeización» de las luchas y las resistencias, formular una verdadera estrategia continental y hacer cristalizar un polo anticapitalista no subalterno al social-liberalismo. No hay duda que el NPA puede dar un importante impulso a esta tarea.
El NPA no es un modelo para copiar o exportar mecánicamente, pero sí una referencia y un poderoso estímulo en la búsqueda de un camino propio, en el Estado español y en otros lugares, para levantar una alternativa anticapitalista. Detrás del proyecto del NPA subyace una idea muy simple: construir, en palabras de Daniel Bensaïd, uno de sus intelectuales de referencia, «un nuevo partido, tan fiel a los intereses de los dominados y los desposeídos como lo es la derecha con los poseedores y los dominadores, y que no pide excusas por ser anticapitalista y por querer cambiar el mundo».
Josep Maria Antentas es Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)