Precedida de un bombardeo publicitario que nada tuvo que envidiarle a Batman o algunas de las producciones holywoodescas de gran taquilla, la película «La educación prohibida» (¿documental o spot publicitario de 2 horas y 15?… talvez las dos cosas, talvez simulacro de documental, una versión «en serio» del Zellig de Woody Allen) ha visto la […]
Precedida de un bombardeo publicitario que nada tuvo que envidiarle a Batman o algunas de las producciones holywoodescas de gran taquilla, la película «La educación prohibida» (¿documental o spot publicitario de 2 horas y 15?… talvez las dos cosas, talvez simulacro de documental, una versión «en serio» del Zellig de Woody Allen) ha visto la luz.
Desde su nombre, «La educación prohibida», parece apuntar a movilizar determinadas fibras susceptibles en estas regiones post «plan cóndor». Lo prohibido, lo alternativo quedó grabado en el imaginario colectivo como aquello reprimido, encarcelado, torturado por las dictaduras del cono sur, por los disciplinadores, los uniformizadores, los represores. Lo prohibido no ha dejado de ser símbolo de rebeldía. Disciplina, autoridad, y otros términos emparentados son asociados, en forma casi mecánica por muchos, con las últimas dictaduras, con la represión salvaje, la tortura y la desaparición.
Pero «La educación prohibida» no comienza con una relectura postmoderna de nuestra educación. En el Uruguay, el camino viene siendo allanado hace tiempo. José Pedro Varela, el reformador/creador de nuestra escuela laica, gratuita y obligatoria, fue releído, hace ya algún tiempo, a partir de los ojos del presente y transformado en un «disciplinador», desplazando su carácter de educador y reformador, y olvidando/negando su carácter democratizador, a su vez toda disciplina era transformada en algo negativo, toda disciplina devino «disciplinamiento» [i] , en algo negativo per se. Quienes usan la categoría en forma más moralizante que científica (aunque sea en nombre de la no moral, de la no moralización) rara vez se preguntan si existe alguna sociedad sin disciplina y sin disciplinamiento, menos aún si es posible una sociedad sin disciplina o ella es condición de existencia de la misma, ¿o alguien piensa que las sociedades de cazadores y recolectores no eran, también, sociedades con una determinada disciplina? En esas lecturas, se suele olvidar el carácter oligárquico de los supuestos regímenes democráticos del período en que a Varela le tocó vivir y la necesidad de formar la ciudadanía para que la república no fuera un simple simulacro de democracia.
En esa relectura postmoderna de la historia, el concepto de positivismo, caprichosamente manejado, se transformó en una especie de estigma, de recurso retórico cuyo objetivo es cancelar la discusión y el debate. Se resaltan, en un primer momento, a los pensadores positivistas más conservadores y de tendencias que podríamos llamar «tecnocráticas» para descalificar al conjunto, se trasladan determinadas características del positivismo de entrado el siglo XX al del siglo XIX y comienzos del XX, cuando bajo el nombre de positivismo en el siglo XIX y los comienzos del XX nos encontramos con una gran diversidad de expresiones. Parece ser que el objetivo fundamental, a vista de los resultados, era descalificar a la tendencia materialista, ilustrada, democratizadora y secular del positivismo [ii] , es decir a las tendencias más progresistas del positivismo en la cual Varela se enmarcaba:
«El sufragio universal supone la conciencia universal, y la consciencia universal supone y exige la educación universal. Sin ella la república desaparece, la democracia se hace imposible y las oligarquías, disfrazadas con el atavío y el título de república, disponen a su antojo del destino de los pueblos y esterilizan las fuerzas vivas y portentosas que todas las naciones tienen en sí mismas.»
Cuan vigentes resultan estas palabras al día de hoy en que las oligarquías, léase «mercados», disponen a su antojo del destino de los pueblos, en medio de un ataque sistemático a la educación pública por múltiples frentes.
Así, en «La educación prohibida» se nos relatan los orígenes «ocultos» de la misma: el estado prusiano, un estado autoritario y disciplinador que dio origen a la expresión más radical de «totalitarismo» del siglo XX, la educación obligatoria y gratuita es transformada en causa eficiente del nazismo, semejante simplificación (de los orígenes históricos de la educación moderna y del nazismo) parecería no necesitar mayor comentario, si no fuera porque eso apunta a asociar a la educación pública con algo intrínsecamente autoritario, una manifestación del monstruo estatal hobbeseano, y estos planteos son consonantes con los dogmas antiestatistas neoliberales que siguen campeando a nivel mundial, donde los organismos internacionales siguen «recomendando» la privatización de las empresas públicas y de la educación en nombre de la «libertad» y la eficiencia para seguir acrecentando el poder dictatorial de las grandes corporaciones monopólicas y los «mercados» (léase la oligarquía capitalista que gobierna el mundo) contra los trabajadores y los pueblos, cuando las empresas estatales, la educación pública y la inversión social del estado son, precisamente, algunas de las herramientas fundamentales con que cuentan los pueblos para poder construir alternativas a este capitalismo financiero, consumista y depredador y avanzar hacia horizontes socialistas aunque estos tengan un carácter más cooperativo y autogestionario que las experiencias históricas.
Luego el documental/spot publicitario bombardea una y otra vez con las mismas «verdades absolutas» como el desarrollo espontáneo del niño (comparándolo con una semilla que germina), suerte de piagetismo simplificado que es expuesto de forma dogmática, sin discusión, como una verdad absoluta, y que parece remitirnos fuertemente al comienzo de la película: la alegoría de la caverna de Platón, que a medida que evoluciona el documental parece quedar claro que es tomada en la literalidad órfico/platónica: el conocimiento no viene de afuera (de la interacción del ser humano con el medio físico y humano) sino que nace de adentro, del alma que ya lleva impresas las ideas contempladas en algún momento en el mundo de las ideas, pero con una diferencia fundamental con respecto al filósofo de la academia: mientras el ateniense pensaba que para el reconocimiento de las ideas era necesario desarrollar un método de carácter racional, para los espontaneístas new age [iii] hay que seguir los instintos, escuchar el corazón, alguno llega a decir que no hay que motivar… una absolutización de «lo interno» que desconoce que lo interno es, en gran medida, una «interiorización de lo externo», que desconoce la compleja interacción entre lo externo y lo interno, error opuesto a los modelos más simplificadores del conductismo que desconocen la subjetividad, y sostienen teorías mecánicas de la motivación que no toman en cuenta que para que alguien sea motivado debe haber alguna predisposición interna. (Y acá podríamos mencionar una característica de la película: la ausencia de contraposición, de debate, solo es presentada una versión archisimplificada de teorías pedagógicas y psicológicas)
«Hay que partir de sus intereses», «que aprendan lo que ellos quieren aprender», «todos somos diferentes, únicos e irrepetibles», presuponiendo dogmáticamente una gnoseología relativista/escéptica. No hay criterios para distinguir determinados conocimientos valiosos de los no valiosos, todo vale en un mundo donde la verdad se ha diluido. No hay más criterio que el impulso o el deseo, la enseñanza, la educación se transforma, desde esta perspectiva, en un acto autoritario, ¿por qué la sociedad, los sistemas educativos y los docentes van a imponer determinados conocimientos que ellos creen valiosos? Lo son para ellos, pero en un mundo donde todo ha devenido relativo nada es valioso más que relativamente. Siguiendo esta línea podríamos preguntar, ¿para qué alfabetizar a quien no quiere ser alfabetizado? ¿Para que tratar de construir, reconstruir y criticar, generación tras generación, la memoria histórica? ¿Para que enseñar esa aburrida teoría heliocéntrica, la más pesada teoría de la gravedad o la «hipótesis» de la evolución? O si seguimos en el terreno de las ciencias sociales, ¿para que enseñarles categorías como capitalismo, imperialismo, clases, etc.? Desde una perspectiva relativista, llevada al extremo, nada de esto tiene sentido. ¿Qué es la cultura general? ¿Por qué pensar que hay determinados contenidos que son valiosos? ¿Por qué pensar que es importante que conozcan a Shakespeare, Sófocles o García Lorca? ¿Por qué enseñar determinados procedimientos y metodologías? ¡Qué aprendan solos!!! Respetemos el imperio de los deseos, el reinado tiránico de los impulsos. El acto prometeico, por el cual una generación entrega a las nuevas generaciones el conocimiento acumulado y las herramientas intelectuales para interpretar y analizar la realidad, es decir para pensar, es concebido como un acto de imposición y no como una necesidad social y algo más, de lo cual viven hablando en toda la película; un acto de amor, como es también el señalamiento de determinados límites para niños que están empezando a aprender el difícil arte de vivir, del cual siempre somos aprendices. Vida que no es un juego, que implica, en todas sus versiones posibles, sacrificio, responsabilidad y exigencias.
Toda esta fraseología parece estar en consonancia con una sociedad de consumo en que siempre hay que satisfacer al cliente, siempre hay que satisfacer sus deseos, siempre hay que escuchar al corazón y no a la razón, a ese corazón que nos dice: «comprá, comprá, comprá».
Y acá chocamos con otra de las omisiones de la película: plantea una idea del ser humano como despliegue de una personalidad ya preformada, vaya a saber cuando y donde, y no como una producción de la sociedad, olvida, nada menos, el papel creciente de los medios de comunicación en la determinación de los deseos, valores e ideales de los niños y adolescentes (y no solo), olvida como estos imponen un sentido común que determina lo que «sirve» y lo «que no sirve», expresión que es glorificada en la película como un acto de rebeldía y libertad, precisamente porque confunde libertad con expresión irracional de los impulsos y deseos, olvidando que esos impulsos y deseos son fabricados, en gran medida, por la máquina heteronomizante de la publicidad. Y al partir de una concepción tan simplista, tan de sentido común de libertad («yo hago lo que quiero»), desconoce el papel de la educación, que nadie niega que es reproductora de un determinado sistema de dominación y explotación, pero la misma es compleja y contradictoria, porque trasmite conocimientos y prácticas que pueden ser una herramienta fundamental para que un sujeto, devenga libre, o, mejor dicho, para que un individuo devenga sujeto, para cuestionar la ideología hegemónica.
Caricaturización de los docentes (siempre rígidos y autoritarios como si eso fuera lo general, o absoluto, y no lo particular) y del sistema público de enseñanza, exaltación de sus institutos privados de enseñanza, Se sostiene que no debe haber un modelo único para acto seguido sacar la conclusión que está implícita en toda la película: es necesario un nuevo paradigma educativo, es necesario imponer universalmente el paradigma new age de educación.
Notas
[i] Desde mi perspectiva, podemos encontrar una crítica a estas relecturas postmodernas en la novela histórica de Tomás de Mattos «El hombre de marzo». En este sitio podemos encontrar entrevistas al autor: http://elhombredemarzo.
[ii] Del positivismo latinoamericano surgen figuras como el argentino Aníbal Ponce, quién se transforma en uno de los fundadores del marxismo en Latinoamérica o el peruano González Prada, quien adhiere a las ideas anarquistas e influencia fuertemente a José Carlos Mariátegui, otro de los fundadores del marxismo latinoamericano.
[iii] Recomiendo este artículo de Brenda Rodríguez: http://
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