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Una nueva crisis se asoma en Ucrania

Fuentes: Rebelión

Los recientes acontecimientos en Ucrania han traído a mucha gente los recuerdos de lo que aconteció en 2004 en aquel país durante la «Revolución Naranja», un episodio más de aquella plaga de las llamadas revoluciones coloristas que buscaban el cambio de régimen auspiciado por occidente en muchos estados del antiguo espacio soviético. La marcha atrás […]

Los recientes acontecimientos en Ucrania han traído a mucha gente los recuerdos de lo que aconteció en 2004 en aquel país durante la «Revolución Naranja», un episodio más de aquella plaga de las llamadas revoluciones coloristas que buscaban el cambio de régimen auspiciado por occidente en muchos estados del antiguo espacio soviético.

La marcha atrás que ha realizado el presidente ucraniano Victor Yanukovich al rechazar la firma de un acuerdo de asociación y de libre comercio con la Unión Europea ha sido la excusa que ha movido a diferentes sectores de la oposición a salir a las calles ya a ocupar edificios públicos en la capital. Los posteriores argumentos del gobierno, dejando la puerta abierta a nuevas negociaciones con Bruselas no sirven para los fines de la oposición, que claramente persigue un cambio de régimen, una vuelta a la revolución naranja.

Y en ese complejo escenario que ya de por sí representa Ucrania y su historia, se añaden además la presencia de terceros actores, como la Unión Europea (UE) y Rusia, cada uno de ellos defendiendo sus propios intereses por encima de los de la población ucraniana.

El acuerdo ofertado por la UE no representa el camino de rosas que algunos medios occidentales quieren hacernos creer, más bien es el resultado de una oferta que prima los intereses económicos y geopolíticos de los miembros del «club europeo», y sino que se lo pregunten a los dirigentes polacos, entre otros, deseosos de hacerse con el mercado ucraniano.

Acompañado de un discurso envuelto en declaraciones sobre derechos humanos y democracia, los dirigentes de la UE buscan incorporar a los oligarcas ucranianos en su ámbito de influencia, y de esa forma debilitar al mismo tiempo las actuales relaciones y acuerdos que mantiene Kiev con Moscú, ya que como apuntan algunos diplomáticos de la UE, «cualquier pérdida para Rusia es algo deseable para nuestros intereses».

Más allá de eso, se intenta hacer una lectura interesada de los deseos de la población ucraniana (vía encuestas, claro, no a través de las urnas), y así se nos dice en occidente que la mayoría de la población quiere integrarse en la UE. Pero si bien las encuestas, que no las urnas, señalaban en octubre una ventaja de diez puntos de los partidarios de esa fórmula, los últimos sondeos apuntan a un empate técnico.

Y además, hay que tener en cuenta la trampa dialéctica a la que se nos quiere sumir, la UE no está ofreciendo una integración a Ucrania, lo que le oferta es una tratado de asociación y libre comercio (como lo ha ofrecido a países como Chile, Sudáfrica o Egipto, que difícilmente ingresarán en la UE), lo que obligaría al país a cumplir medidas destinadas a llenar las arcas de Bruselas, y vista la situación que a día de hoy se viven en muchos estados de la UE, difícilmente se podría pensar en la ingenuidad de ésta a la hora de aportar una política económica que beneficiase a la población local.

Rusia, por su parte, ha logrado una victoria parcial. Desde Moscú no se ha ocultado la preocupación que suponía el tratado citado. Ya en agosto ante maniobras similares de Kiev, los dirigentes rusos pusieron severas medidas fronterizas que perjudicó seriamente a la economía de Ucrania. Siguiendo la máxima de «o con nosotros o con ellos», Moscú no duda en cambiar sus condiciones económicas (precio del petróleo o el gas, flexibilidad aduanera…) al tiempo que reafirma su postura de que un acuerdo aduanero con ellos es la mejor opción para ambos estados (no hay que olvidar que Rusia sigue siendo el destinatario de buena parte de los productos ucranianos), y creen al mismo tiempo que si logra mejorar la economía ucraniana con esa política pueden decrecer los sentimientos que en su contra siguen presente en amplios sectores de Ucrania.

Hay al menos otros dos factores a tener en cuenta a la hora de interpretar la política rusa. Por un lado, el temor a que la OTAN y sus aliados en la UE continúen con su política de estrangulamiento geográfico hacia Moscú, en un momento donde el país está recuperando su posición y su peso en la esfera internacional. Y por otro lado, no hay que olvidar que en ambos países hay mucha gente que sigue pensando que ambos pueblos son parte de una misma nación o como afirman otros, «dos naciones hermanas».

Ucrania mientras tanto, sigue presa de los deseos de una oligarquía que tampoco duda en anteponer sus propios intereses. Una clase política y económica que desde su reciente independencia ha antepuesto sus beneficios a cualquier otra estrategia y ha ido alternando en el gobierno candidatos que se nos presentan en los medios occidentales como «pro-europeistas» (como si Ucrania no estuviera en Europa) y «pro-rusos». Pero más allá de esas diferencias que también se plasman en la sociedad ucraniana de manera geográfica o generacional, lo cierto es que unos y otros son capaces de maniobrar y buscar alianzas que para muchos serían impensables.

La corrupción, el oscurantismo, y el camaleonismo político son algunas de las características de unos y de otros. Como señala un analista ucraniano, «la situación se asemeja a la etapa de Yeltsin en Rusia, un régimen que con el apoyo occidental dejo todo en manos de los oligarcas al tiempo que se desmontaba el estado ruso». Y el citado analista añadía irónicamente, «la diferencia es que por desgracia en nuestro país no hemos encontrado una figura como Putin».

En esa línea, a día de hoy no se vislumbra en el horizonte ucraniano una figura capaz de anteponer los intereses del país a los de la UE, Rusia o la oligarquía local. Obviamente, de surgir esa persona, podría poner fin al mandato oligarca actual, a las pretensiones neocoloniales de Bruselas y sus aliados, y afrontar con Rusia unas relaciones beneficiosas para el pueblo ucraniano, bien en una futura Unión Euroasiática o en otra fórmula.

El gobierno ucraniano ha dejado claro que de momento, y tal vez a la espera de una mejor oferta, lo que desea es dinero, no discursos sobre derechos humanos o democracia, y si la UE no está dispuesta a aportar esas cantidades, buscará otros socios, vía Moscú o vía Beijing (de hecho el presidente está estos días en China).

La oposición por su parte se encuentra dividida, con importantes sectores de extrema derecha condicionando las protestas, y huérfana de líderes ajenos a la oligarquía local. Al mismo tiempo, cada vez es más evidente que la dependencia de muchos sectores opositores hacia los fondos y ayudas occidentales condiciona cualquier intento serio de credibilidad. Un ejemplo lo tenemos en la obsesión de muchos medios occidentales de buscar la figura idónea para liderar el cambio de régimen, y para ello utilizan la política del todo vale.

Un ejemplo lo tenemos en las informaciones tendenciosas que acusaban a supuestos provocadores del gobierno (los llamados titushki) de incitar a los enfrentamientos con la policía, cuando en realidad observadores de todo tipo han apuntado a la presencia organizada de los citados grupos de extrema derecha. O cuando algunos resaltan la figura de Yulia Tymoshenko (encarcelada por corrupción entre otros cargos) como la esperanza de occidente. Un personaje «simpático» para esos medios, que pertenece a la oligarquía local, y como señalaba un joven blogero ucraniano, podía ser la Berlusconi local.

El cambio de opinión de última hora del presidente Yanukovich ha supuesto una victoria relativa para su gobierno y para Rusia, no obstante, todavía es pronto para anticipar el escenario que se nos presentará en Ucrania en los próximos días o semanas.

Son muchas las dudas que todavía planean sobre el citado escenario. En primer lugar la capacidad o no de la oposición de mantener el pulso o de lograr finalmente el cambio de gobierno o de régimen que persigue. En segundo lugar, el propio presidente puede cambiar nuevamente de opinión, ya que no hay que olvidar los intereses que mueven a esas clases oligarcas. En tercer lugar, habrá que observar la reacción de Occidente, que seguramente seguirá con su apoyo mediático y económico a los diferentes sectores de la oposición para lograr instalar en el país un régimen acorde con sus intereses económicos, políticos y geoestratégicos. Y finalmente, en cuarto lugar, cabe la posibilidad de que la situación degenere en enfrentamientos violentos cuyo desenlace es muy difícil de predecir, pero que tiene antecedentes muy peligrosos en otros estados del antiguo espacio soviético.

Lo que no cabe duda es que si no se pone fin al dominio de la oligarquía, difícilmente el pueblo ucraniano podrá aspirar a una situación donde sus condiciones mejoren sustancialmente o aun futuro mejor. Y tampoco se pueden esperar grandes oportunidades de cambio de la llamada oposición, que a pesar de alzar las banderas de «la revolución» o de «acceso a la UE», ni pretende una transformación revolucionaria de la situación ni puede lograr el acceso al «club europeo de Bruselas», ya que el propio tratado ofertado recientemente rechaza reconocer el derecho potencial de Ucrania para ingresar en la Unión Europea.

Txente Rekondo. Analista Internacional

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.