En el teatro, la Tragedia es una obra en cuyo desarrollo los personjes que las protagonizan atraviesan y sufren situaciones intensas, desgarradoras y profundas emociones producidas, tanto entre ellos mismos, como por las circunstancias adversas y la atmósfera misma en la que viven. Por lo general sus personajes se ven paulatinamente superados por las perversas […]
En el teatro, la Tragedia es una obra en cuyo desarrollo los personjes que las protagonizan atraviesan y sufren situaciones intensas, desgarradoras y profundas emociones producidas, tanto entre ellos mismos, como por las circunstancias adversas y la atmósfera misma en la que viven. Por lo general sus personajes se ven paulatinamente superados por las perversas fuerzas que actúan en contra de ellos y que terminan engendrando inexorablemente su destrucción.
Por el contrario, la Comedia se caracteriza por estar constituida por una serie de escenas, mayoritariamente humorísticas y festivas, con finales felices. Al igual que la tragedia es un género literario o artístico, que ofrece variados tramos de la vida cotidiana empleando, como recurso fundamental, el diálogo entre los personajes.
De esta manera, la Tragicomedia funde ambos géneros, el trágico y el cómico, combinado elementos de ambos y pretendiendo que el público que la disfrute llore y ría a través de su desarrollo. Esta pretensión se alcanza si el libreto y los demás recursos empleados son aprovechados por actores y actrices de la mejor calidad. De lo contrario, el fracaso está garantizado.
Las campañas electorales en nuestra patria, no son más que tragicomedias , montadas ahora cada dos años, por la pequeña élite plutocrática gobernante para hacernos creer que hay «libre alternabilidad en el poder, mediante un juego totalmente democrático de ideologías y grupos con iguales posibilidades de alcanzarlo», como suelen recalcarlo sus secuaces manipuladores ideológicos, por los abundantes medios de desinformación a su entera disposición.
Y es que a través de muchos años, el grupo hegemónico ha montado un teatro tan bien elaborado y con tales recursos de todo tipo a su disposición que, la gran mayoría de nuestro Pueblo, lo ha convertido en su realidad y participa plenamente como espectador y actor, creyendo que realmente con ello está contribuyendo de manera verdaderamente importante y trascendental, a preservar, fortalecer y ampliar la «democracia más antigua, consolidada y ejemplar de América y quizá del planea» como varias veces he escuchado repetirlo con orgullo a muchas y muchos ticos por el mundo.
¿Cómo ha logrado la aristocrática élite reinante , convertir un mito perverso, en una verdad tan indudable y fundamental, que se ha constituido para la mayoría de nuestra población en un verdadero dogma de nuestra cotidiana convivencia, del cual no se puede siquiera dudar sin poner en peligro la estabilidad misma de nuestra patria?
La respuesta es relativamente sencilla si se toma en cuenta que ese grupo económicamente todo poderoso y, con amplio apoyo de sus similares del mundo, ha tenido el poder en nuestra patria, dado el poco interés que por su pobreza despertaba esta provincia en España, desde antes de su independencia. Esto le permitió construir y consolidar su gran teatro y, no me refiero a la joya arquitectónica llamada Teatro Nacional sino al Estado Costarricense, con toda tranquilidad y con gran entusiasmo, a partir de la firma del acta de Independencia el 29 de octubre de 1821 -que se había recibido el 15 de setiembre de ese año- emitiendo alrededor de un mes después, el 1 de diciembre, la primera Constitución Política de Costa Rica llamada Pacto de la Concordia, que estableció el derecho absoluto de la Provincia de constituir su propia forma de gobierno. Así, el 3 de marzo de 1823 forma el primer Congreso, constituido por diputados de las cuatro ciudades -San José, Cartago , Heredia y Alajuela -; el 6 de setiembre de 1824, nombra a Juan Mora Fernández como el Primer Jefe de Estado; en 1847 elige a José María Castro Madriz que, el 31 de agosto de 1848, promulga una nueva Carta Magna, en la que proclama a nuestra Paria como nación soberana e independiente, nombrándola como República de Costa Rica. Su poder se reafirma en la Campaña Nacional de 1856-57, cuando exitosamente rechazó la invasión de los Filibusteros de William Walker , primer avanzada del Imperialismo estadounidense sobre nuestra Nación, y se ha mantenido hasta nuestros días máxime que, por ironías de su esencia capitalista, se ha constituido en un aliado de ese mismo Imperialismo, que terminó manipulándola, cambiando simplemente sus balas originales por dólares.
Con el Estado como su supremo anfiteatro sobradamente dotado de utilería , guionistas , actores, actrices, propagandistas, etc, y el Pueblo explotado como proveedor y espectador, tan fascinado por la previa preparación para comportarse como ciudadano ejemplar, dócilmente instrumentalizado , que le dan la Educación, la religión, los medios de » comunicación » y demás aparatos ideológicos estatales que, sin resistencia alguna , se cree cándidamente como reales todos las piezas teatrales y, lo peor, acepta, acata e incorpora dócilmente todas las consecuencias que de ellas se desprenden cambiando, con todas las nefastas consecuencia que esta decisión genera, su vida real por la ficción y viviendo en ella, ya totalmente enajenado, su pasado, su presente, su futuro y reproduciendo en sus nuevas generaciones y su ambiente existencial, su alienación.
El proceso electoral del 2018 no es más que una nueva obra del variado repertorio que, como cada cuatro años y en género de tragicomedia , montan para cumplir el mítico rito de «libre alternabilidad del poder» en el Ejecutivo y en el Legislativo intercalando, como sabemos, en medio de esos periodos cuatrienales el Municipal. El cuidadosamente manipulado guión incluye esta vez, como ya es costumbre, una aparentemente variada oferta de diversos partidos, siendo lo real que su apabullante mayoría está constituida por partidos grandes y pequeños, liderados por «los mismos de siempre» al servicio total de la argolla reinante y, una casi insignificante minoría, de feria dividida, constituida por grupos reformistas de izquierda que, algunas veces, pelean más entre ellos que contra el enemigo común capitalista neoliberal , nacional y transnacional .
Como toda obra de teatro, estas electorales se dividen en actos -elección y nombramiento de precandidatos , «pugnas» entre candidatos y, elección de presidente y diputados- y escenas que, como sabemos, son las partes en que se dividen los actos -«luchas» internas de los partidos, convenciones , días de elecciones para definir los candidato, debates entre candidatos, plazas públicas, el día «E»» o sea el 4 de febrero del 2018, etc.- y, como es lógico, todo conducido por un guión elaborado por el Tribunal Supremo de Elecciones, en el que la argolla ha colocado en puestos estratégicos a profesionales de toda su confianza. Actrices y actores al servicio de la plutocracia sobran pues los premios a las y los más fieles son jugosos y, si la entrega es total, generalmente vitalicios y crecientes, ya que se cambian de puestos de elección a elección no importa qué partido gane.
Tragedia con comedia pues, esta última, se manifiesta constantemente durante esta obra, bastando para disfrutarla contemplar críticamente a tanta y tanto payaso y farsante desplegando sus mejores -y peores- dotes histriónicos , que no se los creen ni ellos mismos, para embaucar y atar a sus intereses al electorado con mil aburridas, por lo repetitivas, promesas y falsos juramentos de entrega y honestidad jamás cumplidos a la «defensa de los más legítimos derechos e intereses populares», hechas con unos impostados tonos de voz y unas poses que, por su patética calidad, hacen reír hasta a un muerto. Tragedia, que ha azotado durante toda la historia republicana de nuestra Patria, a nuestro Pueblo trabajador, humilde y honesto que es el que ha pagado y paga todas sus fiestas, sus vicios, sus fraudes, sus robos, estafas y sus chorizos en general, mientras recoge a cambio todo tipo de frustraciones, carencias, humillantes limosnas, miserables boronas que, con cínico cálculo, le deja caer de su mesa repleta siempre de los mejores manjares y disfrutes, la aristócrata pandilla usurpadora.
¿Podrá redimirse nuestro Pueblo? No solamente puede sino que debe acabar con esa colonia de rabiosos vampiros, parásitos nacionales y transnacionales , haciéndolo a partir de este mismo momento pues, ya ha empezado a despertar -primer paso correcto-, ha informarse -segundo paso-, ya existen opciones de izquierda a las cuales afiliarse, fortalecer y transformar en su instrumento de lucha por ahora cívica -tercer paso-, para poder recuperar el poder integral -cuarto paso- que le han robado siglos atrás y, con él, transformar este país en un democracia totalmente participativa del, por y para el Pueblo -quinto paso-, lo que le permitirá construir una sociedad nacional justa, libre, fraterna, solidaria y en pleno desarrollo integral al servicio de los seres humanos y en respetuosa armonía con la naturaleza.
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