Recomiendo:
0

Las elecciones presidenciales en Portugal

Una oportunidad perdida para el cambio

Fuentes: Sin Permiso

El 23 de enero pasado, la mayoría de los relativamente pocos electores portugueses (4,5 de los 8,1 millones) que se desplazaron a las urnas para elegir el Presidente de la República (PR) ofreció un segundo mandato de 5 años al conservador Cavaco Silva, un economista neoliberal que dominó, como jefe del Gobierno, la política portuguesa […]

El 23 de enero pasado, la mayoría de los relativamente pocos electores portugueses (4,5 de los 8,1 millones) que se desplazaron a las urnas para elegir el Presidente de la República (PR) ofreció un segundo mandato de 5 años al conservador Cavaco Silva, un economista neoliberal que dominó, como jefe del Gobierno, la política portuguesa entre 1985 (poco meses antes de la entrada de Portugal en las Comunidades Europeas) y 1995. En medio de un ambiente socioeconómico profundamente deprimido que se prolonga desde 2002 y se agravó todavía más con la crisis internacional que el sistema capitalista se auto-diagnosticó en 2008, ¿cómo se explica este resultado?

La depresión económica produce más desánimo que alternativas

Casi 800 mil parados, la mitad de los cuales sin subsidio, la más alta tasa de paro – 14%, segun los sindicatos, 11% segun la Administración – en 25 años, precarización generalizada del empleo, los sueldos más bajos de Europa Occidental, la más alta tasa de pobreza del continente, y los trabajadores portugueses no levantan cabeza… Más de 20 años consecutivos de políticas neoliberales, seguidas tanto por los gobiernos de la derecha, como por los gobiernos del PS, fueron desmantelando la herencia revolucionaria de 1974-76, privatizando aceleradamente y desarmando al Estado de su capacidad de intervención económica y dejándole a la merced de los giros del capital financiero internacional. Sometido al chantaje de la especulación en torno a la deuda soberana, el gobierno del blairista Sócrates (PS), en el poder desde 2005, cumplió rigurosamente el guión socialmente devastador que de él esperaba Bruselas y el FMI, con el apoyo empeñado de Cavaco, recortando gasto social, los sueldos de los funcionarios y retomando un plan masivo de nuevas privatizaciones de empresas y servicios públicos, mientras se empeña en salvar la banca a golpe de miles de millones de Euros de los presupuestos. Receta y resultado son conocidos: más recesión, más pobreza, menos capacidad de recuperación.

El derechista Cavaco, que escenificó en los últimos años encontronazos con el Gobierno socialista en temas absolutamente secundarios (sospecha de violación gubernamental de los ordenadores de Presidencia, autonomía de las Azores, …) pero siempre se mostró solidario con su política económica, se defrontaba con un conjunto de candidatos que difícilmente conseguirían atraerse al descontento de millones de ciudadanos, más desesperanzados que movilizados hacia el cambio.

Ante todo, un gran número de electores percibió como irrelevante la elección del PR. La participación en este tipo de consulta viene bajando sistemáticamente desde hace 20 años. Hace días hubo 1,6 millones abstencionistas más que en 2006. Si les sumamos los casi 280 mil votos nulos y blancos (6,2%, el triple de las últimas presidenciales), nos damos cuenta que el sistema representativo portugués, que revelaba niveles muy elevados de participación en los ’70 y ’80, se está volviendo en Europa uno de los menos creíbles, junto con los del Este poscomunista – como suele ocurrir, justamente, en sociedades sometidas a ciclos largos de depresión económica en los que se instala más desánimo social y menos capacidad de construcción de alternativas políticas percibidas como viables. En este contexto, se comprende que la reelección de Cavaco – a los 71 años, el líder derechista con más arraigo en Portugal en el último siglo de Historia después de Salazar – se produzca con la menor votación de siempre conseguida por un presidente, perdiendo medio millón de votos desde 2006. Al fin y al cabo, el resultado es poco sorprendente si nos acordamos que todos los presidentes de la República Portuguesa han sido reelegidos desde la Revolución del 25 de abril de 1974, en momentos socioeconómicamente tan distintos como 1980, 1991 o 2001. Aparentemente, pues, el contexto social aparece como relativamente incapaz de cambiar esta rutina electoral.

Una oportunidad perdida

Hace cinco años, ya la naturaleza neoliberal del socratismo se hacía sentir al cabo de casi un año de poder, Cavaco se había presentado sin competidores en el campo de la derecha política, mientras que lo que tradicionalmente se describe como siendo las izquierdas, incluído el PS, habían producido cinco candidatos. El PS, justamente, se presentó dividido entre la recandidatura de Mário Soares (presidente en 1986-96) y Manuel Alegre, un diputado socialista medianamente crítico con el neoliberalismo agresivo del gobierno, que, presentándose en contra de la voluntad de Sócrates, derrotó a Soares por 20,7%-14,3%. Los dos partidos que representan al esencial de la izquierda que se opone a la política de derechas del PS – el PCP, uno de los pocos partidos comunistas europeos que conserva un fuerte arraigo social y regional, y una presencia sindical decisiva; y el Bloco de Esquerda (BE), que resultó, en 1999, de la fusión de antiguos sectores del trotskismo y del maoísmo de los años ’70-’80 con exdisidentes del PCP, y que reunió casi 10% de los votos en las últimas elecciones legislativas, en septiembre de 2009 – habían presentado a sus respectivos líderes, Jerónimo de Sousa (que sorprendió por la positiva, con un 8,6%) y Francisco Louçã (que obtuvo, por el contrario, sólo el 5,3%). Hasta un cierto punto, sería legítimo decir que un 35% de los votantes votó hacia cinco años por candidatos que, pese a la inevitable ambigüedad de Alegre, rechazaban, como mínimo, la derechización del PS protagonizada por el gobierno Sócrates.

Cinco años después, Alegre, 74 años, un dirigente socialista que prefirió siempre cultivar su imagen de resistente antisalazarista y poeta inconformista, buscó desesperadamente el apoyo de la mismo gobierno y dirección partidaria que criticó, sin nunca romper, durante estos años. El BE se apresuró a apoyar a Alegre, teniendo que compartir escenario con ministros d el gobierno Sócrates en la campaña electoral, rompiendo una lógica de confrontación directa y permitiendo que se instalara entre sus electores una inevitable perplejidad que condujo muchos a la abstención. El razonamiento del BE ha sido estrictamente táctico (omitir temporalmente la crítica hacia el gobierno y mezclarse entre los militantes y electores socialistas para atraerse los descontentos que hasta ahora no han conseguido votar a la izquierda del PS), y los electores (y algunos dirigentes del partido) no lo han entendido como razonable. Sumados los votos de Alegre a los de los candidatos apoyados por PS y el BE en las presidenciales de hace 5 años (2,2 millones, 42%), Alegre recogió ahora mucho menos de la mitad (800 mil, 20%). El espacio sociopolítico por donde se mueven habitualmente los socialistas (las clases medias moderadamente socialdemócratas y laicas, el grueso de los asalariados, poco politizados, que prefieren votar al PS para impedir victorias de la derecha), que, junto con el BE, reunió más del 46% de los votos en las legislativas de hace un año y medio, está ahora reducido a menos del 20%…

El PCP y sus aliados ecologistas resistieron mejor al desánimo de las izquierdas en esta elección, pero no consiguieron aprovechar el hueco dejado por el tacticismo del BE. El candidato comunista, Francisco Lopes, que se supone ser un posible sustituto de Jerónimo de Sousa como secretario-general del partido, era una apuesta electoral arriesgada: perfecto desconocido del público, un tímido y emotivo dirigente comunista de formación obrera con poca experiencia de las campañas electorales que, pese a los vaticinios muy negativos, acabó conservando el esencial del espacio electoral del PCP (y su fuerte arraigo en el tercio Sur del país), perdiendo, sin embargo, 1/3 de los votos conseguidos en 2006 por Sousa (de 470 a 300 mil, del 8,6% al 7,1%).

Los resultados confirman, por tanto, un desastre electoral para el PS, pero también una derrota política relativa de las fuerzas a su izquierda, derrota atribuible directamente a su incapacidad, dos meses después de una huelga general (24 de noviembre) que consiguó una adhesión muy significativa en el mundo del trabajo, para convencer a la gente que merecía la pena intentar impedir la reelección de Cavaco. La elevada abstención en las barriadas populares de las áreas metropolitanas de Lisboa y Oporto y en la llanura alentejana (1/3 de la cual vota comunista) es la prueba de la irrelevancia atribuída por las capas populares a esta consulta. Pese a esto, en el espacio político del PCP y el BE no se han perdido las condiciones para seguir creando alternativas al desconcierto neoliberal. Hace año y medio, comunistas y bloquistas sumaron el 18% de los votos en las legislativas, y todo apunta a que seguirán creciendo en las probablemente cercanas elecciones que habrá que convocar cuando las oposiciones a la izquierda y a la derecha del PS decidan derribar al gobierno minoritario de Sócrates.

Ocurre que las presidenciales, como las europeas, son aprovechadas por una parte significativa de los electores para ejercer lo que, con poco rigor, se viene llamando el voto de protesta. Además de esos 1,6 millones de nuevos abstencionistas, y de los 280 mil blancos y nulos, casi 800 mil electores eligieron a dos candidatos que desarrollaron, uno (Fernando Nobre, 14,1%), una retórica anti-partidos (pese a contar con el apoyo de la família Soares…), y otro (el madeirense José Manuel Coelho, 4,5%), una campaña de denuncia casi circense de la corrupción que campea alrededor de Cavaco y de su correligionario en la presidencia de la Región Autónoma de Madeira, Alberto João Jardim, que gobierna la isla ininterrupidamente desde 1976.

El vaciamiento de la función presidencial, un sistema político descredibilizado

Por otra parte, a lo largo de los tres últimos mandatos quinquenales, los presidentes Sampaio (socialista) y Cavaco han ido reduciendo el desempeño de las competencias presidenciales a un registro meramente simbólico y retórico. Pero, sin embargo, la Constitución, configurando un sistema político de naturaleza semi-presidencial, reserva algunos poderes relevantes (veto político, disolución del Parlamento, reserva de competencias en política exterior y de defensa y en varios nombramientos) a un Presidente elegido por sufragio directo. Como consecuencia, y en contraposición con la concentración de poder real en el Primer Ministro, los presidentes portugueses se están volviendo unas verdaderas reinas de Inglaterra (o de España…), ya que, antiguos líderes de los mismos sectores políticos que, desde hace 30 años, despiezan la herencia legal del 25 de abril de 1974, se limitan a insulsas inauguraciones (lo que por aquí llamamos los corta fitas) y algún que otro inocuo lamento sobre la renovada miseria social, sin que se les ocurra usar sus poderes para vetar las grandes «reformas» que van privatizando y destruyendo los servicios públicos.

Para los portugueses, aparentemente, el PR no pinta nada, lo que se limita a acrecentar un punto más a la voluntaria impotencia del Estado para contrarrestar la hegemonía de los intereses de los mercados y del capital en la concepción de las políticas económicas; Cavaco mismo exhortó durante la campaña a que cesaran las críticas irresponsables a los prestamistas internacionales, de los que, segun él, depende la economía portuguesa.

Las contradicciones del estado de ánimo de la sociedad portuguesa incluyen, además, la indiferencia objetiva con que los electores tomaron conocimiento de las denuncias de la prensa y de los demás candidatos sobre los beneficios económicos directos de Cavaco y su familia debidos a la intervención personal de directivos del Banco Português de Negócios (salvado de la ruína por el Estado gracias a una peculiar nacionalización decidida en 2008), antiguos miembros, actualmente en la cárcel, de los gobiernos de Cavaco. Una opinión pública entre la que, con demasiada facilidad, se insinúa un discurso fascistoide que se lanza en contra de una corrupción partitocrática más o menos abstracta, la materialización de pruebas de la manipulación oligárquica del sistema de representación democrática parece impresionar a pocos. En Portugal, como en Italia, como en España, como en…

Manuel Loff , profesor de historia en la Universidad de Oporto, colabora con SinPermiso en temas de política portuguesa.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3968