Sobre el artículo de Yanis Varoufakis publicado en «sin permiso», en el que podemos leer algunos párrafos que encienden las alarmas: «Como muchos de los presentes esta noche, que comparten una posición euroescéptica, yo también pienso que lo que creamos los europeos es un monstruo en forma de Eurozona. Lo mismo que el bienintencionado Dr. Frankenstein […]
Sobre el artículo de Yanis Varoufakis publicado en «sin permiso», en el que podemos leer algunos párrafos que encienden las alarmas:
«Como muchos de los presentes esta noche, que comparten una posición euroescéptica, yo también pienso que lo que creamos los europeos es un monstruo en forma de Eurozona. Lo mismo que el bienintencionado Dr. Frankenstein de Mary Shelley, nos vemos ahora incapaces de controlar nuestra creación, el euro: una irresponsable bestia infernal que está destruyendo a marchas forzadas nuestro vecindario».
Conviene recordar que la creación del euro no lleva el cuño del ciudadano de a pie, de la ciudadanía trabajadora y asalariada, que no ha sido ni informada, ni consultada -a diferencia de otros países europeos, como Dinamarca- sobre si el euro resultaría recomendable o no, y evidentemente sucede la dinámica de los polos opuestos: lo que le suele convenir a la clase política (volvemos a los tiempos de Marx) no acaba resultando favorable a la ciudadanía. Y ante una fractura social, con progresiva depauperización de la clase media, queda más manifiesta que nunca, la omnnipresente lucha de clases, como es propio de un sistema capitalista basado en la injusticia y la desigualdad como piedras angulares, puntales que no pueden derrumbarse acorde a la lógica del sistema, y contrarios a los pilares del estado de bienestar: la educación y la salud. Pero si alguien pensó cándidamente, que el estado de bienestar era un derecho instalado por mérito propio, puede comprobar ahora en sus propias carnes, que los derechos se defienden generación tras generación, en claro homenaje a numerosos luchadores que no han entrado en los libros de historia, pero deberían estar presentes en la memoria colectiva.
La salida del euro, no solo es viable, sino recomendable, en un afán de recuperación de la soberanía, y si realmente se pone la economía al servicio de las necesidades, invirtiendo el valor de cambio por el valor de uso, como sería propio de un país que no aspirase a competir con sus multinacionales en las grandes ligas, sino a ganar soberanía alimentaria, a invertir en lo público, en el bien común, «en lo que nos genera la mayor suma de felicidad posible», partiendo de la renta básica, de la redistribución de la riqueza, del reparto de la tierra para quien la trabaja, bajo la declaración de bienes de utilidad pública. De manera que pudiéramos medir la riqueza del país, no por el beneficio de las grandes multinacionales, sino por la cantidad de gente que ha podido recibir una vivienda, un trabajo digno y una educación integral y permanente.
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