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Escocia

Una respuesta revolucionaria a la cuestión nacional en Escocia

Fuentes:

El Reino Unido creado por el Tratado de Unión entre Escocia e Inglaterra entró en vigor el 1 de mayo de 1707, fundamentalmente como resultado de un acuerdo entre la mayoría de la nobleza feudal escocesa y los capitalistas mercantiles y financieros ingleses. Aunque las masas populares escocesas estuvieron profundamente resentidas durante varias décadas, ya […]

El Reino Unido creado por el Tratado de Unión entre Escocia e Inglaterra entró en vigor el 1 de mayo de 1707, fundamentalmente como resultado de un acuerdo entre la mayoría de la nobleza feudal escocesa y los capitalistas mercantiles y financieros ingleses. Aunque las masas populares escocesas estuvieron profundamente resentidas durante varias décadas, ya a mediados del siglo XVIII el Tratado de Unión había sido aceptado, incluso abrazado con entusiasmo por todas las clases sociales, con la población escocesa adoptando una doble identidad nacional escocesa/británica. La principal razón para aceptarlo fue que, a diferencia de los habitantes de otras naciones sin Estado, la población escocesa no fue objeto de discriminación, ni estuvo en desventaja en el Estado-nación en la que fue admitida.

De hecho, las y los escoceses llegaron a posiciones de poder en la política, la industria, el Imperio Británico y en el movimiento obrero en números bastante desproporcionados respecto al tamaño de su país. Incluso, dado el papel desproporcionadamente importante que Escocia jugó en la conquista, administración y explotación del Imperio Británico desde Irlanda hasta la India, se la podría describir como una nación opresora.

El nacionalismo escocés siempre fue minoritario, en realidad sólo ha sido electoralmente viable desde los años 60. Sin embargo, el auge del neoliberalismo en su forma británica («Thatcherismo») durante la década de 1980 llevó a una mayoría de la población escocesa a exigir una mayor autonomía nacional (conocida en Gran Bretaña como «devolution») y un Parlamento escocés, que finalmente se lograría con el regreso de un gobierno laborista en 1997. Desde 2007, el partido de gobierno en el Parlamento escocés es el Scottish National Party (SNP), que se autodefine en la tradición social-demócrata, por lo menos en términos de política social. El apoyo electoral hacia el SNP, sin embargo, no equivale necesariamente al apoyo a la independencia.

La cuestión ahora es si la renovada embestida neoliberal del gobierno de coalición Conservador-Liberal Demócrata del Reino Unido empujará la clase trabajadora escocesa hacia la independencia de la misma manera que en la década de 1980 la empujó hacia la descentralización.

El referéndum sobre la independencia escocesa se llevará a cabo en el otoño de 2014. Consistirá en una pregunta donde se pedirá al electorado que vote a favor o en contra de que Escocia se convierta en un país independiente de Gran Bretaña. A menos que los y las revolucionarias presenten argumentos de clase para votar a favor de la independencia, las alternativas ideológicas simplemente estarán entre posiciones nacionalistas escocesas y unionistas británicas. No hay nada intrínsecamente beneficioso para la clase trabajadora en la independencia escocesa: pretender lo contrario es fomentar la creencia popular totalmente falsa que la población escocesa es automáticamente más de izquierdas que la inglesa y, a su vez, alentar peligrosas ilusiones en una vía parlamentaria escocesa al socialismo, o al menos en una socialdemocracia renovada. Las razones para apoyar la independencia están en otra parte.

La primera y más obvia es la posibilidad de romper el Estado imperialista británico y ayudar a impedir nuevas guerras como las de Afganistán e Irak, a las que tanta genta escocesa se opusiso. Esto tendría implicaciones tanto ideológicas como prácticas.

En los términos en los que se realizará el debate, las implicaciones ideológicas son evidentes. El conservador David Cameron, primer ministro británico, ya dejó claro que la conmemoración del centenario de la Primera Guerra Mundial en agosto de 2014 -unos dos meses antes de la fecha probable del referéndum- se aprovechará para promover un concepto reaccionario y militarista del «ser británico» construido alrededor del racismo y la histeria anti-inmigrante y anti-islámica.

Sin duda, bienintencionados pero engañados miembros de la izquierda argumentarán que el problema es la unidad de la clase obrera británica. Pero debemos ser claros: del lado anti-independencia, los argumentos no tratarán sobre los Cartistas, las Sufragistas o la Liga Anti-Nazi, sino que tratarán de las virtudes de la naturaleza blanca y cristiana de la Gran Bretaña imperial y, en el mejor de los casos, pintado con un poco de multiculturalismo oficial. Para los y las revolucionarias dar esta «coloración izquierdista» a la causa pro-Unión sería políticamente desastrosa.

Las consecuencias prácticas son simplemente que el Reino Unido es un estado imperialista en guerra. Un referéndum convocado mientras la ocupación de Afganistán todavía está en curso, con las intervenciones en Iraq y Libia en la historia reciente, sería inseparable de los argumentos en contra de estas guerras y la alianza que subordina el Estado británico con el imperio americano. Por lo menos, la secesión de Escocia significaría hacer más difícil a Gran Bretaña jugar este papel, aunque sólo sea por la reducción de su importancia práctica para EEUU. El Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth teme con razón que Gran Bretaña sea eliminada como uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU -con el poder de veto que conlleva- como resultado de una conspiración argentina apoyada por otros gobiernos latinoamericanos.

También habría dificultades si el SNP se mantuviera como partido gobernante en una Escocia independiente y cumpliera con su promesa de eliminar las armas nucleares de la base naval del Río Clyde, cerca de Glasgow. En la costa del Reino Unido no hay otras bases navales de aguas profundas donde los submarinos que las transportan puedan entrar y construir otra base representaría un gasto masivo. Actualmente, el Ministerio de Defensa lamenta que el costo de reubicación de los misiles nucleares Trident del Río Clyde a Inglaterra sería de unos 35 mil millones de libras. Aunque no podemos confiar que el SNP siga con la eliminación de los misiles Trident sin una presión masiva desde abajo.

Por último, una consecuencia inmediata de la independencia escocesa sería poner en duda la viabilidad de la existencia de Irlanda del Norte, ya que la Unión siempre ha sido con Gran Bretaña, no con Inglaterra. Con toda seguridad, el Sinn Fein comenzaría la agitación por un referéndum sobre la reunificación en las dos partes de Irlanda.

La devolution (‘descentralización’) ha cambiado el contexto en el que trabajan los y las revolucionarias en Escocia. Dado que el Estado británico ya ha comenzado a fragmentarse, promover una fragmentación mayor con una base antiguerra, en una situación en la que una mayoría se opuso a las guerras en Irak y Afganistán, es viable. Significa que la independencia puede ser apoyada como un paso para un fin anti-imperialista, y no bajo la lógica política del nacionalismo escocés.

Esa fragmentación me lleva a la segunda serie de razones para votar por la independencia: la naturaleza de la alternativa. El significado de la descentralización ha cambiado a lo largo de las décadas. Anteriormente era una forma de satisfacer las aspiraciones populares sin amenazar el orden económico, pero ahora también es potencialmente útil para seguir la implantación del social-neoliberalismo. Cuanto más vacía de contenidos está la política, los regímenes social-neoliberales más necesitan demostrar que la democracia sigue siendo significativa. Por supuesto no mediante la ampliación de los ámbitos de la vida social bajo el control democrático, sino por la multiplicación de las oportunidades de los ciudadanos-consumidores a participar en las elecciones para concejales, alcaldes, comisarios policiales, miembros de las Asambleas de Gales y Londres, y de los parlamentos escocés, europeo y británico. La descentralización también forma parte de la estrategia neoliberal de la delegación, y en este sentido ha sido muy exitosa.

Si la integridad esencial del Estado británico se mantuviera en el plano militar-diplomático, entonces una mayor descentralización, incluso un federalismo completo, sería un resultado aceptable para la mayoría de la clase dirigente británica, sobre todo porque pondría la responsabilidad para elevar los impuestos y recortar el gasto en el Gobierno escocés. Sin fomentar ilusiones en la capacidad de los estados para alejarse de las presiones de la economía capitalista mundial, hacer que los políticos electos rindan cuentas directamente es preferible a la interminable corriente de desplazamiento de la responsabilidad. En particular, con la independencia se haría más difícil para el SNP culpar a Westminster de las decisiones que adoptara para imponer el programa de austeridad.

Pero, ¿qué pasa con la unidad obrera británica? Esta no está garantizada por la forma constitucional del Estado o por las estructuras burocráticas de los sindicatos, sino por la voluntad de mostrar la solidaridad y la acción colectiva conjunta, traspasando fronteras si es necesario. Ya que los y las trabajadoras de Irlanda pueden pertenecer a los mismos sindicatos que los y las trabajadoras de Gran Bretaña, no hay razón por la cual la clase trabajadora de Escocia no pudiera pertenecer a los mismos sindicatos que hay en Inglaterra y Gales. La clase trabajadora del sur de Europa demostró la posibilidad de una acción coordinada a través de las fronteras en las magníficas huelgas contra la austeridad el 14 de noviembre de 2012.

La independencia de Escocia por lo tanto abre un espacio de lucha, un espacio que se puede llenar ya sea por la continuación del neoliberalismo o el comienzo de una alternativa. Pero la única forma de garantizar que un Estado sucesor escocés no esté tan comprometido con la existente agenda capitalista como el británico es construir ahora confianza y solidaridad en los sindicatos y las comunidades de la clase trabajadora.

Haciendo hincapié en la posibilidad de un cambio ahora, los sectores revolucionarios de la campaña por votar sí a la independencia pueden conectar con los y las trabajadoras que se oponen o no están seguras acerca de la independencia. No hay garantías y de hecho no hay posibilidad de que el socialismo se establezca dentro de los límites de un estado escocés, pero la independencia puede ser parte de un proceso que, al debilitar el Estado neoliberal imperialista de Gran Bretaña, puede acercarnos al socialismo, que debe ser internacional.

Fuente: http://enlucha.wordpress.com/2013/02/20/una-respuesta-revolucionaria-a-la-cuestion-nacional-en-escocia/