En diciembre pasado, el primer ministro británico Gordon Brown invitó a Londres al presidente francés Nicolas Sarkozy y al jefe de la Comisión Europea, José Manuel Barroso. No fue el tema de la reunión -la crisis financiera y los programas europeos de acción coyuntural- lo que llamó la atención, sino la ausencia de Angela Merkel. […]
En diciembre pasado, el primer ministro británico Gordon Brown invitó a Londres al presidente francés Nicolas Sarkozy y al jefe de la Comisión Europea, José Manuel Barroso. No fue el tema de la reunión -la crisis financiera y los programas europeos de acción coyuntural- lo que llamó la atención, sino la ausencia de Angela Merkel. No fue invitada. La razón, la había ofrecido ya Sarkozy poco antes del encuentro con una observación burlona. Mientras Alemania reflexionaba todavía sobre posibles programas de acción coyuntural, Francia pasaba a la acción; tan claro lo dijo, que casi hizo perder a Merkel la contención diplomática.
Las semanas transcurridas desde el incidente de Londres han enseñado que la crisis financiera no la pueden parar ni siquiera los machos [en castellano en el original; T.] del palacio del Eliseo y de Downing Street, porque se ha desbordado convirtiéndose en una verdadera crisis de la llamada economía real, en una avalancha de quiebras que ha costado ya millones de puestos de trabajo. Gran Bretaña está ya al borde de la quiebra estatal. Las monstruosas pérdidas del mundo bancario han de ser enjugadas. Lo que, según estimaciones del FMI, significará unos 2,32 billones de dólares. Y no se ve todavía luz al final del túnel de la debacle. ¿A quién puede extrañar que crezca la cólera por los miles de millones perdidos? Y eso, por mucho que los ciudadanos reaccionen más bien con consternación a los miles de millones ofrecidos como si nada a los especuladores financieros y a los capitalistas reales, mientras se discute durante semanas por un par de euros más destinados a los beneficiarios del programa asistencial Hartz-IV. Y aunque es verdad que todos esperan que los miles de millones ofrecidos como aval en casos de posibles quiebras futuras no tendrán que hacerse efectivos, es bueno recordar el sagaz refrán popular: «Quien avala, para la horca se prepara».
¿Quién habría pensado que en tiempos de globalización, de apertura mundial de los mercados libres y de un internet sin fronteras, volvería el Estado nacional como salvador de emergencia? La razón de ello es que el Estado despreciado por la camarilla neoliberal presenta en esta crisis financiera una ventaja inestimable. Dispone del monopolio fiscal, y por lo mismo, puede intervenir sobre los ingresos corrientes o venideros de los ciudadanos. De ahí se sacan los miles de millones de euros o de dólares detraídos para rescatar a los bancos en dificultades o desviados para apoyar a la industria.
No hay, hoy por hoy, alternativa al monopolio fiscal de los Estados nacionales. ¿Cómo habría siquiera de perfilar la UE milmillonarios paquetes de rescate, si no puede acceder más que a un 0,9% del PIB? Lo único que le queda a la Comisión en Bruselas es coordinar las inyecciones financieras de los países miembros, lo que significa que los 200 mil millones de euros planeados por esos países serán encauzados en un programa europeo de coyuntura. Así se demuestra capacidad de acción, aunque no se disponga de dinero. Eso es política ilusionista. Sarkozy y Merkel escriben conjuntamente al actual presidente del Consejo europeo, el checo Mirek Topolánek, y promueven una cumbre de la UE dedicada a la crisis financiera y económica que debería comenzar a celebrarse a principios de marzo de 2009 y reunirse luego varias veces en cortos intervalos de tiempo. Eso es actividad. ¿Es política eficaz?
Sin embargo, una coordinación de la política en la UE es de todo punto necesaria. Pues no sólo se trata de los gigantescos paquetes de estímulo con que se obsequia a la economía y se lastra a los ciudadanos de la UE. Los grandes países de la UE también podrían ceder a las tentaciones del proteccionismo y ponerse a defender y a sostener las respectivas industrias nacionales. Intereses en tal sentido se registran en todos los países de la UE. Lo que, por cierto, hace que la crisis financiera y económica genere tensiones también en el euro. Pues no es sostenible a la larga una moneda única, si son los Estados nacionales quienes fijan las reglas perdiendo de vista que la unidad monetaria exige un mínimo de unificación de la economía real. Esa es la lección que tienen que aprender también Alemania y Francia, empeñadas en ayudas obsequiosas y programas de sostén a sus respectivos fabricantes de automóviles.
Han pasado casi 20 años desde los acuerdos de Maastricht y el euro va a cumplir 10. A comienzos de los 90, la decisión de poner en marcha un espacio euro significaba también la renuncia a palancas políticas importantes capaces de permitir el gobierno de la economía. Ya no era posible la política monetaria cambiaria, tampoco la intervención política en los tipos de interés: todos los países de la UE quedaban sometidos a las decisiones del Banco Central Europeo. Ahora, hasta el Tribunal Constitucional Federal alemán se afana en resolver si esa renuncia a la soberanía es o no conforme a la Ley Fundamental alemana y compatible con las atribuciones democráticas mínimas que deben corresponder a los Parlamentos. Los jueces constitucionales podrán observar precisamente ahora cuán soberanamente pueden lidiar los gobiernos nacionales con el dinero (procedente, en última instancia, del contribuyente).
En última instancia, las elites de la UE han apostado siempre por el mercado y las libertades del mercado. En la situación de grave crisis financiera y económica, huelga decirlo, el mercado no aporta la menor ayuda, y el Estado fiscal nacional tiene que intervenir con subvenciones milmillonarias. A todo eso, la Europa social, a despecho de tanta retórica sobre el modelo social europeo, sigue siendo poco más que una concesión desganada. Lo que facilita el asombroso viraje del liberalismo de mercado al capitalismo centrado en el Estado. Porque apenas se presta atención a las reivindicaciones sociales. Nada cambiará en este punto -ni en París, ni en Londres, ni en Berlín, ni en Bruselas-, hasta que los movimientos sociales superen la parálisis y hagan oír su voz.
Elmar Alvater, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO , es profesor emérito de Ciencia Política en el Instituto Otto-Suhr de la Universidad Libre de Berlín. Perteneció entre 1999 y 2002 a la Comisión de Investigación sobre Globalización de la Economía Mundial del Parlamento federal alemán (Bundestag) y es miembro del Consejo Científico de attac. Su último libro traducido al castellano: E. Altvater y B. Mahnkopf, Las Limitaciones de la globalización. Economía, ecología y política de la globalización, Siglo XXI editores, México, D.F., 2002.
Traducción para www.sinpermiso.info : Casiopea Altisench