Ocurrió lo que se preveía. La derecha pudo cantar victoria luego de los comicios peruanos del 10 de abril. Aunque el proceso electoral registró irregularidades notables y se anotaron innegables muestras de fraude, la elección puesta en marcha concluyó con la victoria de Keiko Fujimori, con un 39.1% en la primera vuelta, contra un 24.2% […]
Ocurrió lo que se preveía. La derecha pudo cantar victoria luego de los comicios peruanos del 10 de abril. Aunque el proceso electoral registró irregularidades notables y se anotaron innegables muestras de fraude, la elección puesta en marcha concluyó con la victoria de Keiko Fujimori, con un 39.1% en la primera vuelta, contra un 24.2% de Pedro Pablo Kuczynski, y un 16.5% de Verónica Mendoza; de acuerdo a los estimados oficiales.
Que la Fujimori obtendría el primer lugar en la consulta, y que su paso a segunda vuelta era seguro, muy pocos lo ponían en duda. Era una posibilidad palpable, y una amenaza concreta que había que enfrentar a partir de una dura lucha ideológica y política y a través de una clara pedagogía de masas. Quizá si el porcentaje fue más alto de lo supuesto -debió bordear un máximo de 34%- pero los cinco puntos de diferencia bien pueden atribuirse a las cédulas marcadas con su signo, e introducidas ilegalmente en las ánforas antes del proceso dominguero; tal como se denunció en algunos lugares de votación en Chiclayo, e incluso en el Consulado del Perú en Roma.
El segundo lugar -y eso también era previsible- fue alcanzado por PPK, una versión peruana de Sánchez de Lozada, el pintoresco ex presidente boliviano radicado en USA luego de su destitución. El porcentaje que alcanzó fue mayor de lo originalmente supuesto porque se nutrió de la migración de electores que no aceptaban a Keiko, pero tampoco se animaban a votar por «la izquierda».
Verónica Mendoza, quien representó más calificadamente este espectro electoral, descendió ligeramente en los estimados iniciales, alcanzando algo más del 16%. Logró, sin embargo, una significativa victoria en 7 regiones del sur andino y una relativamente alta votación en Arequipa y en el oriente peruano. En Cajamarca, en solitario, se impuso Gregorio Santos, el encarcelado líder regional que registraba inmensas limitaciones para desplegar su campaña por falta de libertad y de recursos. Su victoria local, y los casi 4 puntos que alcanzara su candidatura presidencial, reflejan un nivel de aceptación que no puede ser subestimado.
¿Cómo explicar ocurrido? En primer lugar al hecho que durante cinco años, contando con ingentes recursos económicos, Keiko Fujimori recorrió el país construyendo su imagen, levantando su estructura partidista y reclutando adeptos en uno y otro confín, sin que nadie la enfrentara. Un sector de la Izquierda, en todos esos años, bajó la guardia respecto a ella y no la combatió ni denunció como la expresión de la Mafia más corrupta y asesina que envileciera la vida nacional. Concentró sus fuegos contra el Presidente Humala, achacándole a él todos los males.
Ningún deslinde político ni ideológico se hizo en Lima. Ni en el norte y centro del país. Por el contrario, se la dejó correr sola, suelta en pampa y con sus talegas llenas. He ahí el resultado.
Abandonado el campo de la discusión política, se dejó la lucha a la voluntad de masas aisladas y sin recursos, que debieron enfrentar los retos del momento en las más precarias condiciones. Pero lo hicieron con honor. De ese modo, allí caló la denuncia contra la Mafia, y ella se proyectó hacia una fuerte votación por Verónica y Santos. Donde hubo luchas -en Tintaya, Tia Marìa o Conga- las masas supieron distinguir, y derrotar la campaña del keikismo.
Sólo en la recta final el país pareció tomar conciencia del peligro que acechaba. Y eso explica la inmensa movilización humana del 5 de abril, y el que ella se replicara en casi todas las capitales del interior del país. El deslinde, sin embargo, fue episódico e insuficiente. No debió ser materia de un día de entusiasmo, sino la expresión de una campaña intensa, cotidiana, de años de lucha en todos los terrenos. Esa fue una tarea que no se cumplió.
La falta de unidad de los sectores democráticos fue el segundo gran factor. No se trataba solo de forjar «la unidad de la izquierda» -que era importante- sino de construir la más amplia unidad del pueblo para enfrenar a la Mafia y batirla. Eso pasaba por ganar a todos los que pudieran venirse a nuestras filas y neutralizar a las «fuerzas intermedias» para que no jueguen sus propias cartas. Eso tampoco se hizo. Ni se logró unir a todos, ni se pudo neutralizar a nadie.
Hay que rescatar, sin embargo, la campaña de Verónica Mendoza. Nació de la nada y creció con ínfimos recursos. Ganó voluntades y llegó a muchos. Tuvo un discurso democrático y más bien progresista. Y se proyecta, a partir de lo vivido, como una fuerza significativa y en ascenso. Y tendrá una representación parlamentaria que, aunque pequeña, luce cohesionada y combativa. Bien puede ser la base de una recuperación futura, a condición que supere el entrampamiento, el sectarismo y los prejuicios que la maniataron.
Una expresión lamentable de la campaña fue el hecho que, en buena parte de ella, las distintas fuerzas -convencidas como estaban que la Fujimori ganaría la primera vuelta- se empeñaron no en derrotarla, sino en ocupar el segundo lugar para enfrentarla en la ronda de junio. Así, en lugar de hacer causa común en la lucha contra la Mafia, se mordieron entre ellos y se descalificaron mutuamente. ¿El pago? Todos bajaron su potencialidad electoral y el Keikismo alcanzó absoluta mayoría: 65 de 130 congresistas en la Cámara Unica.
Con esa proporción -independientemente incluso del balotagge de junio- la Mafia Fujimorista resurge y recupera casi todo su Poder. Y constituye la amenaza más grande y peligrosa que se cierne sobre el país.
Y aquí hay un tercer factor. ¿Cómo se explica que una fuerza que en el nivel parlamentario alcanzara solo un tercio de los votos, tenga la mitad más uno de los congresistas? Sólo por los mecanismos fraudulentos que regularon el proceso electoral. ¿Una prueba? En Cajamarca, el Partido de Santos obtuvo el 40% de los votos a nivel congresal. Ganó a todos. Y tendría derecho a 4 de 6 parlamentarios de la región. Pero como ese Partido a nivel nacional no «pasó la valla» -es decir, obtuvo menos del 5% de los votos- no tendrá ningún congresista y los 4, serán adjudicados a Keiko. Ella se beneficiará, también, con los votos «nulos y blancos» al ser estos considerados «válidamente emitidos». Se repartirán, entonces, proporcionalmente, entre todos. Los de mayor votación, tendrán más. Keiko a la orden.
Este tema del «mínimo legal» -5%- fue usado también como una trampa. Originalmente se situó en el 7% de los votos. Y se mantuvo como exigencia hasta que quedó claro que García no llegaría a él. Entonces, se bajó a 5. García llegó al 5.6%, y alcanzo 6 parlamentarios.
¿Cuáles serán las consecuencias de lo ocurrido? Está claro que esta elección no es sólo una pérdida para el Perú. Es también una derrota para el proceso emancipador latinoamericano. Incluso la política exterior peruana tendrá un rumbo antibolivariano y servirá para enfrentar al movimiento anti imperialista de nuestro continente. Eso constituirá, objetivamente, un retroceso a lo actuado por el Perú en el escenario exterior en el último quinquenio.
La segunda ronda -el 5 de junio- se definirá entre dos opciones malas. Una -la de PPK- objetivamente pro yanqui en todos sus extremos. Y la otra, una Mafia que haría del Perú un país ingobernable. ¿Por quién votar? Bien podría decirse que no hay alternativa. Por eso, no se necesitará que nadie lo diga, lo disponga, o acuerde, o lo ordene. Cada ciudadano sufragará en su momento determinando, a su juicio, cuál es el enemigo peor que debe ser vencido.
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