Realmente es un gran avance esto de poder ver en directo las grandes cumbres de nuestros presidentes latinoamericanos. Permite observarlos tal cual son, expuestos, con sus grandezas, que las hay, y sus defecciones, que no sobran. Lo visto y oído en la Cumbre de Unasur en Bariloche es un indudable ejemplo de ello. Los bloques […]
Realmente es un gran avance esto de poder ver en directo las grandes cumbres de nuestros presidentes latinoamericanos. Permite observarlos tal cual son, expuestos, con sus grandezas, que las hay, y sus defecciones, que no sobran.
Lo visto y oído en la Cumbre de Unasur en Bariloche es un indudable ejemplo de ello.
Los bloques perfectamente delimitados dentro de lo que se muestra (y en algunos aspectos lo es, por lo menos en su gran mayoría), como la unidad de los que gobiernan en el sur del continente.
Allí está el discurso autoritario de Uribe Vélez, el hombre de la parapolitica, el generador del militarismo ilegal que proviene desde la época en que fundara las «Convivir», semilla de lo que luego fueron (y aún son) las Autodefensas de Colombia, que tanto terror y muerte sembraron en el país. Se queja Uribe en Bariloche de que los demás presidentes no lo comprenden en su lucha contra el narcotráfico y el «terrorismo». Precisamente él, que pactó con los grandes carteles colombianos, la inclusión de gobernadores, alcaldes, diputados y concejales que responden directamente a las indicaciones de los narcos. Gimotea Uribe compasión a sus colegas de Unasur, diciéndoles que las bases gringas son necesarias para terminar con ese flagelo y el de la guerrilla, y como si fuera un mago de circo de pueblo, advierte muy suelto de cuerpo: «necesitamos ese apoyo para terminar con quienes nos han asesinado líderes sindicales». Lo dice sin pestañar, sabiendo mejor que nadie que esos dirigentes del pueblo fueron ejecutados por su propio ejército, legal o ilegal, qué mas da.
«Con esta situación de inestabilidad, producto de los asesinatos de los terroristas, los que más sufren son los pobres», dice el mandamás, apuntalado por su canciller Bermudez (otro que debe el cargo a la parapolítica), y no explica por qué son los pobres de toda Colombia los que le reclaman a gritos que no insista con su política de hambre y terror, por qué son los indígenas de los cuatro puntos del país que marchan una y otra vez en mingas de resistencia exigiendo paz sin cementerios, sin desforestación, sin trasnacionales que les arrasan sus tierras ancestrales, sin motosierras ni pelotones de fusilamientos.
Pero es lógico, Uribe fue a Bariloche a jugar un rol y lo cumplió desde la A a la Z, ayudado por otro genocida regional, obeso e insolente. También se dio el lujo de que lo escuchen reivindicar las bases injerencistas de EEUU y sus ironías contra el discurso demoledor pronunciado por Hugo Chávez en el mismo recinto. García tiene a su cuenta las masacres de los penales de Lurigancho, del Frontón y recientemente la del Bagua amazónico, pero como es un «demócrata» (palabra mentirosa que se usa últimamente para disfrazar las peores atrocidades contra los pueblos), tiene luz verde y la usa a discreción. Sin embargo, como todo energúmeno que lleva una camisa negra debajo de su traje de alpaca, se pasa de la raya y quiere quedar tan bien con el amo y con los patrones del amo, que pisa el cordón del ridículo al querer convencer al auditorio de que «Uribe es un gran patriota latinoamericano», de la talla de Santander.
En esas dos intervenciones del tandem Uribe-García quedó graficado el bloque de los halcones, de quienes rinden pleitesía a Washington y sus directrices, pero también a sus propias oligarquías criollas, que cada tanto, cuando no actúan con la ferocidad que les piden, les propinan un buen tirón de orejas y les amenazan con reemplazarlos por otros como ellos pero menos desgastados.
En realidad, estos halcones eran lo más usual en años anteriores, cuando no existía Unasur ni la Cumbre de Río, pero sobraba con la OEA que un día lejano expulsó de su seno a la Isla de la dignidad y en cuyo recinto, discursos como los de los presidentes de Colombia y Perú, eran moneda corriente.
Ahora, las cosas han cambiado, y esto es lo que siempre hay que tener en cuenta a la hora de hacer balances, para no caer en el derrotismo y seguir embistiendo contra el enemigo principal. Hagamos memoria, y pensemos: ¿cuándo pudimos ver en un foro como el de Bariloche, a un presidente como Hugo Chávez, que sin pelos en la lengua marcó a fuego a las apetencias imperiales citando precisamente un documento del propio gobierno estadounidense, más precisamente el «Libro Blanco del Comando de Movilidad Aérea y Estrategia Global de Bases de Apoyo». Ese paper al que no han necesitado guardar en secreto, por propia prepotencia, y en el que se explicita la estrategia militar intervencionista de tal forma, que hasta los mandatarios más anodinos de la región tuvieron que abrir la boca sorprendidos y aceptar que la cosa viene brava.
«Palanquero», dijo Chávez y describió el rol que va a jugar esa base militar yanqui (a la que Uribe no califica de tal) para desde allí amenazar la seguridad de la región. El documento no miente, al decir que es una «localidad de seguridad de cooperación». Según el Comando Sur, partiendo de Palanquero, aviones de gran alcance y poder destructivo (incluso con capacidad de invisibilizarse) podrán cubrir toda la región, exceptuando algunas zonas en Chile y Argentina.
Siguiendo el hilo de lo que estaba mostrando como evidencia, Chávez sentenció, con lógica, que esta actividad imperial no va sólo contra el narcotráfico (cómo podría ir si los que la amparan son los propios presidentes del narco) ni la insurgencia, sino que es parte del proyecto estadounidense para salvar su propia existencia en función de lo que han hecho siempre: apoderarse de las riquezas naturales de todos los países que controlan.
Con el mismo énfasis y similar coherencia, hablaron luego Rafael Correa y Evo Morales, los que a esta altura pudieran ser calificados como los tres mosqueteros de la dignidad latinoamericana en esa reunión patagónica. Y aquí vale un paréntesis: cuando se tiene claro hacia dónde se marcha en cuestiones de política continental, y a la vez se cuenta con la suficiente audacia y valentía para no amilanarse ante los poderosos, el resultado es un discurso como el de estos tres mandatarios. Con un Correa discutiéndole a Uribe en su propia cara (con luz y taquígrafos) si realmente las FARC son, como él afirma, terroristas o no. Y aclaró: «cuando los colombianos venían por miles, a refugiarse en mi país, se decía que eran fuerzas insurgentes, y ahora se dice que son terroristas», contestando a la prepotencia uribista que amonestaba tanto a Chávez como a Correa el hecho de considerar a la insurgencia una»fuerza beligerante·.
Mención aparte fue el discurso de Evo, que en el lenguaje llano y sencillo, con que hablan los pueblos originarios, contó al mundo lo que la presencia militar yanqui significó para los bolivianos y sobre todo para el campesinado cocalero. Dio ejemplos propios, contó actuaciones intervensionistas, explicó cómo a los propios hombres y mujeres de su organización sindical les habían asesinado, torturado, detenido, demonizado («por rojos y comunistas») estos sujetos que para el presidente Uribe son necesarios para garantizar su gobernabilidad.
Pero como el escenario abarca mucho más que a halcones y revolucionarios, después la audiencia televisiva o radial tuvo que enterarse los matices del otro gran bloque regional. El de los que no son ni una cosa ni otra. O mejor dicho, a veces son anodinos, otras, pisan la raya de la transgresión y hasta parece que se embanderan con los revolucionarios, y en la mayoría de las ocasiones, destilan tal mediocridad en sus discursos y accionar, que se convierten en funcionales de los halcones, o mejor dicho, de los titiriteros de estos últimos.
Claro que hay matices, y vale la pena empezar por los más peligrosos en sus estrategias zigzagueantes. ¿Les suena Lula?. ¿Observaron su rostro en Bariloche, sus gestos de enfado con el presidente Correa, o bajar la vista cuando Chávez lo convocaba a unirse al pelotón de los más airados? ¿Escucharon sus desplantes, su impaciencia por irse de alli, porque, claro, la TV lo estaba exponiendo tal cual es, y tal cual lo sufren los campesinos sin tierra de Brasil, o quienes pelean contra la destrucción del medioambiente, o se hacinan en las favelas de la muerte agobiados por la miseria? Desde hace rato, Lula aboga -compite, es la palabra justa- por ser la referencia regional que ensombrezca la gestión de un Hugo Chavez, por ejemplo (aunque por razones de Estado y necesidad de no quebrar la necesaria unidad por la que se aboga, el gobernante venezolano jamás lo va a confesar), Lula hace actuar a Brasil y sus propias multinacionales como Petrobras, en innumerables oportunidades, como un subimperio, y en ese sentido, si tiene que pactar negocios con el imperio (como el de los agrocombustibles) en contra de lo que marca el sentir general de la región, no le tiembla el pulso. Y en esta jornada de Bariloche, Lula jugó mal para el concierto de unidad latinoamericana, actuó ladinamente, detractando a los que quieren cambios en serio, sumando puntos a la canasta de Uribe, dejando en claro que a él le importa tres cominos lo que con tanta paciencia relató Chávez sobre el Comando Sur. Y vaya que le debería importar (y nos consta que a muchos militares brasileños sí les preocupa) porque entre los territorios codiciados por Washington está nada menos que la Amazonia. Lula quiso dejar en ridículo al bloque revolucionario con sus airadas manifestaciones de fastidio, pero finalmente tuvo que incluir su firma en el manifiesto final, que no tuvo -lamentablemente- el tono de radical condena a las bases que exigen las circunstancias.
Dijimos Lula, y también decimos Bachelet. La mujer de hierro contra los mapuches, la que manda los carabineros para asesinar a los comuneros de ese pueblo originario, la que hace encarcelar a los que luchan por sus tierras. Esa misma que hizo apalear a los estudiantes secundarios y universitarios (los famosos pingüinos) o a los obreros levantiscos. Bachelet, la falsa componedora, que abogó en Bariloche (como lo hace en casi todos los foros en que participa) por que los asesinos se amiguen con los que defienden a los pueblos del continente. Discurso hueco, hipócrita, y por lo tanto poco creible, y sumamente desechable.
Y luego están los otros, suficientemente mezclados como para confundir aún más al respetable público: Lugo, el ex sacerdote que juraba dar la vida por el campesinado al que hoy le sigue negando la reforma agraria, y cada tanto autoriza a sus gendarmes para que los apaleen si reclaman tierra y libertad, el jefe de Estado que ha firmado pactos con Uribe para cooperación policial en la lucha contra el narcotráfico, y con el Alba, coalición que integra, para no quedarse fuera de juego en el reparto económico solidario. Lugo, que también quiso oficiar de componedor de lo que no se puede componer, y en su afán de quedar bien con Dios y con el diablo, patinó hacia la nada, desaprovechando la oportunidad de enrolarse en la fila de los que defienden la soberanía de este continente sin cortapisas.
De Tabaré poco y nada se puede decir. Tuvo un acierto, al mencionar Malvinas como ejemplo (algo que también hizo Cristina Fernández), y en condenar las bases, pero su discurso pacifista sonó tan hueco y carente de realidad que, como viene ocurriendo en todo su mandato, quedó sumamente expuesto como el color gris de su traje habitual. Y para colmo, cuando las papas quemaban, y el bando de los halcones arreciaba en sus ataques contra el trio Chávez-Correa-Morales, decidió marcharse anticipadamente, argumentando una excusa baladí (que tenía que inaugurar un instituto contra el cáncer cuyos fondos provienen precisamente de la revolución bolivariana a la que no tuvo el coraje de defender ni estas circunstancias tan álgidas). No sea que se comprometiera demasiado, él, que firmó con los gringos un TLC llamado TIFA o recibió con toda pompa a mister Bush mientras los pueblos del continente y también el uruguayo, lo repudiaban en las calles, o le dio todo el poder a Botnia para contaminar a su gusto las aguas uruguayas y argentinas. Se fue rápido Tabaré y ni siquiera se notó su ausencia.
Cristina Fernández es un capítulo aparte, o un cuarto bloque si se quiere. Lo es la política exterior argentina, que está llena de luces y sombras. Un día, abrazos con Chávez, Correa y Evo, lo que es de aplaudir, y otro, alianza con el discurso imperial en condenar a Irán (por ostensible presión sionista) o reivindicar (otra vez) el retorno al seno del FMI. Y en politica interna, acaba de enviar al Parlamento una ley imprescindible para recuperar el espacio radioléctrico y ponerlo al servicio de la sociedad civil y no de los holdings empresarios como actualmente ocurre.
Con el tema Colombia, Argentina, el gobierno argentino ha jugado correctamente en cuanto a respaldar las gestiones de Piedad Córdoba durante los contactos con las FARC por el intercambio de rehenes, pero desbarranca en igualar, repetidamente en sus discursos, a los asesinos del paramilitarismo con los revolucionarios insurgentes. En Bariloche, Cristina empezó con buen pie, y se sumó al discurso condenatorio de las bases, incluso dando por oficial y creíble el documento del Comando Sur, ante la bravata de un Alan García que lo minimizaba para atacar por elevación a Chávez. Sin embargo, al final, se sumó al sermón «bachelista» de tratar de componer lo incomponible, más preocupada por los tonos de voz y las palabras que se cruzaban los mandatarios, que por el contenido de la discusión. No obstante, de todas y todos los que podríamos encuadrar en el tercer bloque, la presidenta argentina mantuvo el discurso menos hipócrita, lo que no es poco en estas circunstancias, y por eso la colocamos al margen de los tres grupos anteriores.
En fin, Unasur mostró lo que son todos y cada uno de quienes gobiernan este territorio que hoy es tan apetecible a los generales del Pentágono. A diferencia de lo que ocurría hasta ahora, se pudo ver lo que antes se ocultaba y manipulaba. Ese es, un importante avance, sobre todo porque nos permite evaluar posiciones y no esperar que nos la cuente la patria mediática manipuladora.
El resultado de la reunión es un tibio manifiesto, que muestra que la unidad se salva pero que no tiene la consistencia que necesita la difícil hora que vive el continente, en que como bien dice Hugo Chávez, están soplando vientos de guerra, mientras Fidel, el sabio y combatiente, advierte el peligros de las ambiciones desenfrenadas del imperialismo.
Para muchos presidentes y presidentas de la región, el problema no parece tan importante, hay una actitud irritante de «finalmente esto no va con nosotros, son cosas de Chávez». De alli, que la prensa y el establishment uribista (el de Colombia o el de Argentina, qué mas da) festeje el resultado final de la contienda de Bariloche y en algún articulo se insinúe que esto le permitirá ser reelegido al actual habitante del Palacio Nariño.
Para los pueblos, para quienes pelean a diario contra la prepotencia económica de las trasnacionales y la militarización de la región por parte de EEUU o sus cómplices locales, quedó claro lo que pasó en Bariloche y no tienen dudas en qué lugar de la foto colocarse: bien, pero bien lejos de los halcones y los timoratos. Si se quiere cambiar en serio, el único camino es el de quienes les plantan cara al imperialismo, aunque las consecuencias de ese digno gesto cause sacrificios y no pocos dolores en el cuerpo y en el alma. La resistencia del pueblo hondureño, que ya cumplió dos meses de acciones contra el golpismo, es un ejemplo de esto mismo.