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Sobre la muerte de Facundo Cabral

¿Vergüenza?

Fuentes: Rebelión

El nombre de Guatemala circula por el planeta manchado de otro crimen. Nuestra triste y abultada saga de crímenes domésticos ha alcanzado esta vez a Facundo Cabral, un argentino ciudadano del mundo –no soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir-, entrañable y fiel cómplice de nuestras rebeldías de los 70. […]

El nombre de Guatemala circula por el planeta manchado de otro crimen. Nuestra triste y abultada saga de crímenes domésticos ha alcanzado esta vez a Facundo Cabral, un argentino ciudadano del mundo –no soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir-, entrañable y fiel cómplice de nuestras rebeldías de los 70.

Y mientras los investigadores se concentran en los escenarios del hecho sangriento, y los medios informativos compiten por ofrecernos sus últimos hallazgos, conviene levantar la mirada a los horizontes tenebrosos que dan razón de éste y de tantos otros crímenes en nuestro país.

Sólo dos semanas y media han pasado de la Conferencia Internacional de Apoyo a la Estrategia de Seguridad Regional, cuyo objetivo era combatir el crimen organizado. En ella, hasta los más aduladores presidentes de la región dijeron a la señora Clinton palabras inimaginables hace muy pocos años, o tal vez pocos meses: El presidente mexicano se atrevió a decir lo que en su país saben hasta los pájaros, que el 70 % de los vehículos, aeronaves, armas y municiones que matan a la gente en su país, son vendidos en los EE.UU. El guatemalteco nos sorprendió diciendo que el 83 % de la droga que pasa por la región se consume en los EE.UU., y el 17 % restante, en Europa. La de Costa Rica y el de El Salvador insistieron en que el narcotráfico no existiría sin la descomunal demanda de los EE.UU. El de Colombia reconoció que el narcotráfico corrompe mortalmente cualquier democracia y elimina a muchos de los mejores profesionales y funcionarios de un país (no sé si dijo que a los mediocres, la mayoría, los corrompe). Y, en fin, muy evidente debe ser la responsabilidad de los EE.UU. cuando la propia Clinton reconoció que ellos son parte del problema, y que estamos acelerando nuestros esfuerzos policiales para encontrar las filiales de organizaciones criminales transnacionales… (se entiende que en su país, aunque tal vez la diplomacia imperial no permitió que esa precisión fuera expresada).

Lo cierto es que nuestra región es la más violenta del continente, y, sin tener guerras declaradas, una de las más violentas del planeta. Según el PNUD la tasa de homicidios en Centro América es de 33.3 por cada 100,000 habitantes. ¿Tendrá que ver esto con el imperio del norte?

El crimen organizado, fundamentalmente el derivado del narcotráfico, constituye la amenaza más poderosa que avanza en la cooptación del Estado guatemalteco. (…) lo ha infiltrado y subordinado durante las últimas tres décadas, desde que entró inducido por EE.UU. para financiar la política anticomunista de Reagan en Centroamérica. Con estas palabras el periodista José Rubén Zamora levanta el dedo hacia el horizonte de los años ochenta y la imperial doctrina de la seguridad nacional. (elPeriódico, 27/06/11).

Entretanto, los guatemaltecos volvemos a sentir vergüenza internacional por la dolorosa muerte del viajero argentino que meditaba cantando: Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo…

Vergüenza repiten muchos en estos días. Otros, con pragmatismo mercantil, señalan que este crimen va a perjudicar nuestra industria turística. Y así estamos, oscilando entre la vergüenza y la exhibición de nuestra belleza saqueada, alienada, prostituida.

¿Vergüenza? ¿Es vergüenza lo que de verdad sentimos? Pienso que más parece indignación o cólera de que el Estado guatemalteco no cumple mínimamente con sus obligaciones porque poderes transnacionales lo han arrebatado.

Ésta es historia vieja en Guatemala: los grupos de poder, de dentro y de fuera, nos han forzado a situaciones vergonzosas, que jamás se hubieran dado sin su imposición: Trabajando temas de historia, había explicado yo a jóvenes de secundaria la creciente y sólida emergencia de las comunidades indígenas en los años 60 y 70 en pos de su desarrollo y de su afirmación como sujetos sociales; y días más tarde tratamos del conflicto armado y del sanguinario trabajo desempeñado por las patrullas de autodefensa civil comandadas por el ejército. Entonces surgió la pregunta: Pero, profe, ¿acaso estos crueles patrulleros no eran los mismos que semanas antes trabajaban solidariamente por el desarrollo de sus comunidades?

Eran los mismos, efectivamente. Pero el escenario de la guerra contrainsurgente se electrizó de situaciones límite en las que -como dijo uno de los estudiantes- o te degradas o mueres. Y de esa degradación nace la vergüenza, la autonegación y la culpa, sentimientos para gente sometida, terreno abonado para políticas de dominación y clientelismo -y para religiosidades enfermizas-. Hasta el día de hoy, en nuestra Guatemala.

Por eso digo que no, que vergüenza no. Que es mayor la indignación. Sigue Rubén Zamora: En otras palabras, la estrategia básica de EE.UU. para combatir el narcotráfico, orientada a contener y reducir la oferta de drogas ha fracasado, pues el consumo no ha descendido, la oferta ha crecido y se ha diversificado, y los flujos de dinero «blanqueado» han pasado del 2 por ciento de la economía mundial en 1998, según el FMI, al 10 por ciento del PIB mundial, según estimaciones recientes. El dinero pasó de ser blanqueado en paraísos fiscales remotos y exóticos, a tener lugar en Nueva York y Londres.

Que la vergüenza la carguen otros; a otros nos quema más la cólera.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.